Tras la destitución de Dilma Rousseff, el Partido de los Trabajadores (PT) cree que sus enemigos irán ahora por la cabeza de Luiz Inácio Lula da Silva. El ex presidente es la figura más competitiva del petismo para las elecciones de 2018, pero su intención de ser candidato se vería frustrada si se complicara su situación en alguno de los múltiples frentes judiciales que hoy enfrenta. Una condena contra Lula por delitos de corrupción sería un golpe tan duro para el PT como la caída de Rousseff.
Los seguidores de Lula afirman que su líder es víctima de una “cacería judicial” que busca inhabilitarlo para postularse a la presidencia. “Si se respetara la ley, jamás podrían impedir la candidatura de Lula, quien lidera todas las encuestas –dijo a PERFIL Luiz Dulci, codirector del Instituto Lula, ex secretario general de la Presidencia durante las dos gestiones de Lula y cofundador del PT–. Pero debemos estar atentos para que no haya una conducta partidizada del Poder Judicial, como ya ocurrió varias veces en los últimos años. Los abusos contra Lula han sido frecuentes. Hay sectores judiciales que lo persiguen arbitrariamente con objetivos político-partidarios”.
Luego del juicio político a Rousseff en el Senado, Folha publicó esta semana que los legisladores del PT vivieron el impeachment como “el penúltimo capítulo de una saga que puede terminar con la condena y hasta con la prisión de Lula”. El diario paulista recordó las palabras pronunciadas en 2012 por José Dirceu, ex mano derecha de Lula, cuando fue condenado a prisión por el escándalo del mensalão. Molesto por la escasa solidaridad del PT frente a su ruina personal, Dirceu vaticinó que él era el primero en caer y que luego les llegaría el turno a Dilma y Lula. Nadie lo escuchó demasiado.
A rearmarse. La conducción nacional del PT se reunió ayer en San Pablo para delinear la estrategia a seguir en las próximas semanas. Se decidió reeditar el lema “Directas ya”, lanzado en 1983 para exigir al régimen militar el llamado a elecciones presidenciales directas e inmediatas. Antes del impeachment, la apuesta por las urnas generaba dudas en ciertos sectores del PT que la veían como una rendición por adelantado. Tras la caída en desgracia de Rousseff, el partido tiene las manos libres para organizar su discurso y su acción en torno de esa reivindicación.
Aunque es improbable que el gobierno de Michel Temer ceda a tales pretensiones, instalar el reclamo electoral resulta útil para el PT a los fines de generar un clima de campaña presidencial anticipada, con la mira puesta en 2018. No obstante, sin Lula en carrera, esa estrategia se volvería estéril: todos los sondeos coinciden en que el ex mandatario es hoy la única figura petista con suficiente intención de voto como para entrar a un eventual ballottage.
Por allí pasan los temores del PT. La situación de Lula en el frente judicial es delicada. A fines de julio, un magistrado de Brasilia lo imputó por el presunto delito de obstrucción a la Justicia, luego de que un fiscal lo acusara de haber intentado comprar el silencio de un acusado del Lava Jato. En paralelo, el amado y odiado juez Sérgio Moro investiga si Lula recibió dádivas de una empresa contratista del Estado e involucrada en el escándalo del petrolão. Además, el Supremo Tribunal Federal indaga si el ex mandatario intentó eludir las pesquisas de Moro amparándose en un cargo ministerial que finalmente no llegó a ocupar.
Lula desmiente todas las acusaciones y libra una batalla legal en los tribunales para probar su supuesta inocencia. Incluso ha denunciado una “persecución” de la Justicia ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Culpable o perseguido, el ex presidente avizora un nubarrón judicial que crece y crece sobre su futuro político.