La guerra comercial que emprendió el presidente Donald Trump contra China, México, Canadá y la Unión Europea (UE) le granjeó el enemigo menos esperado en los Estados Unidos. Las grandes automotrices, como General Motors y Harley-Davidson, expresaron en los últimos días su malestar por la política impulsada por la Casa Blanca, un gesto inédito en administraciones republicanas previas.
La propuesta de Trump de aplicar tarifas del 25% a automóviles importados puso en guardia a las compañías, ante la amenaza de la Unión Europea (UE) de impulsar una medida de retaliación similar a la de Washington. Harley anunció que moverá una parte de su producción de motos a Europa, para evitar esos aranceles, lo que despertó la ira del presidente, que acusó a la compañía de traicionarlo. “Harley-Davidson debería quedarse 100% en los Estados Unidos, con la gente que la hizo crecer y tener éxito. Hice tanto por ella y me responde así”, escribió el mandatario en su cuenta de Twitter. La empresa, preocupada por la caída de sus ventas, anunció que cerrará una planta en Kansas, donde emplea a 800 personas, y abrirá otra en Bangkok, Tailandia.
General Motors, por su parte, declaró en un comunicado que la política del jefe de Estado podría obligar a reducir su presencia en Estados Unidos y emplear a menos norteamericanos. La decisión de Trump plantea “riesgos que socavan la competitividad de GM mediante el establecimiento de amplias barreras comerciales que aumentan nuestros costos globales”, aseguró la compañía. La empresa tiene 47 fábricas en Estados Unidos y emplea a 110 mil personas.
Cadena de producción. Las automotrices estadounidenses tienen sus casas matrices en Estados Unidos, pero importan autopartes del extranjero. La amenaza de retirar al país del Tlcan dañaría las cadenas de producción de esas empresas, que operan en su país, México y Canadá. “Si hay una guerra comercial en gran escala, será muy duro para la industria y los consumidores”, dijo Michelle Krebs, analista de AutoTrader.com a The New York Times.
Apuesta electoral. El pulso de Trump con los empresarios norteamericanos también puede ser leído en clave política. A meses de las elecciones legislativas de medio término, que se celebrarán en noviembre, el líder republicano apuesta a relanzar su slogan “América Primero”, que lo llevó a la Casa Blanca en 2016. Según informó el portal Político, el presidente y sus asesores creen que “mientras las empresas estadounidenses pueden odiar sus políticas comerciales, los trabajadores que conforman su base electoral las defenderán”. Si bien los republicanos tienen mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado, el desafío pasa por aumentar las bancas y preparar el terreno para una eventual reelección en 2020.
Los empresarios estadounidenses, con una visión más global de la economía y la política, creen que sus productos perderán mercados y sus costos aumentarán. “El gobierno está amenazando con minar el progreso económico que costó tanto conseguir. Deberíamos promover un comercio justo y libre, pero éste no es el modo de hacerlo”, disparó esta semana Tom Donohue, el presidente de la influyente Cámara de Comercio estadounidense.
La reacción de Trump no tardó en llegar. El jefe de Estado ordenó una investigación para determinar si la importación de automóviles, camiones y autopartes implica una amenaza a la seguridad del país. “Existe evidencia que sugiere que, durante décadas, las importaciones del exterior han erosionado nuestra industria automotriz nacional”, afirmó el secretario de Comercio Wilbur Ross.
Preocupación. La guerra comercial también encendió el viernes las alarmas en el mercado laboral, luego que aumentara en junio el desempleo al 4%. Trump, sin embargo, está convencido de que su prédica proteccionista generará más puestos de trabajo en la industria manufacturera y aumentará su base de apoyo entre los norteamericanos.
Designación clave en la Corte
La inminente nominación de un nuevo juez del Tribunal Supremo de EE.UU. puso de nuevo al aborto en el centro del debate público. El presidente Donald Trump anunciará mañana a un sustituto para el juez jubilado Anthony Kennedy. Según adelanta la prensa, elegiría a un magistrado que implicaría un giro a la derecha en el tribunal. Medio siglo después de que la Corte legalizara el aborto en todo el país, la perspectiva de un posible cambio a esa decisión (Roe contra Wade, 1973) sigue moviendo votos y lealtades políticas en el país, probablemente con más furor que ningún otro tema social. “¿Por qué no está solucionado este tema cuando hace más de 40 años que tenemos una decisión del Supremo? Es uno de los misterios de la política estadounidense”, afirmó la profesora de Derecho de la Universidad de Columbia, Carol Sanger, autora del libro Sobre el aborto: acabar con el embarazo en el EE.UU. del siglo XXI. Parte de la respuesta está, según Sanger, en un cálculo que hizo el Partido Republicano a finales de 1970, “cuando se dio cuenta de que había muchos beneficios políticos si ponían el caso de Roe contra Wade frente a los votantes conservadores”.