Desde París
“Un asesinato orquestado por su propia hija no es jamás agradable”, ironizó Jean-Marie Le Pen cuando fue expulsado del Frente Nacional (FN), el partido de extrema derecha que había fundado en 1972. “Pero el puñal lo afilaron (Florian) Philippot y sus efebos”, acusó.
Con acentos de tragedia shakespeareana, el viejo patriarca de 86 años señaló a los responsables de la humillante exclusión sellada por el buró político, pero preparada desde la penumbra por su hija Marine (46) y el vicepresidente del partido, Florian Philippot (33).
Los artífices de esa maniobra, según Le Pen, fueron Florian Philippot y sus efebos, como les dice en una clara alusión a la homosexualidad del vicepresidente del partido. El “conspirador en jefe”, como lo llaman los viejos lepenistas, en apenas cuatro años hizo una carrera fulgurante. Un año después de afiliarse al FN, ese brillante ideólogo y especialista de sondeos, formado en el Instituto de Ciencias Políticas (Sciences Po) y en la prestigiosa Escuela Nacional de Administración (ENA), fue director de campaña de Marine Le Pen en la elección presidencial de 2012.
Luego, fue el artífice del giro ideológico destinado a desdiabolizar la imagen de un partido que desde su creación siempre exhaló un fuerte perfume neonazi, xenófobo y racista, concretamente antiárabe y antisemita. Esa ideología –tácita– se había formado a través de los años mediante los deslices verbales, las provocaciones y las boutades de mal gusto de Le Pen.
Philippot persuadió a Marine Pen de que ese extremismo ideológico nunca le permitiría al FN convertirse en una opción de poder porque les enajenaba a los sectores de la tradicional derecha que no se atrevían a dar el paso por temor a ser acusados de neonazis o antisemitas.
Convertido en el Rasputín de Marine Le Pen, propuso incluso cambiarle el nombre, una idea calificada de “pecado de lesa majestad” por el último círculo de fieles lepenistas.
Esa virtual ruptura con los principios del partido le dio argumentos a Le Pen para sostener que Philippot era un “infiltrado del sarkozysmo” para destruir el FN.
El paso clave para desdiabolizar el partido era silenciar al patriarca, que periódicamente seguía lanzando sus provocaciones.
Después de varios intentos de conciliación, amenazas y sanciones, Marine Le Pen rompió relaciones con su padre y terminó por aceptar la idea de la expulsión.