El principal empujón para que la beatificación de Romero fuera posible lo dio Francisco. Esta es la culminación de un largo proceso que se inició en 1990, diez años después del crimen del arzobispo. Todo sucedió en febrero pasado, cuando el Papa estableció que fue asesinado “por odio a la fe”; por lo que no fue necesario para el proceso reconocer un milagro.
Durante la ceremonia de nombramiento, el cardenal Angelo Amato leyó una carta de Bergoglio con su proclamación: “En virtud de nuestra autoridad apostólica facultamos para que el venerado siervo de Dios, Oscar Arnulfo Romero Galdámez, obispo, mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico de los reinos de Dios, reino de justicia fraternidad y paz, en adelante se le llame beato”.
En el mismo texto, el Papa consideró que es “un momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional” en El Salvador.
Su postura generó repercusiones en todo el mundo ya que de alguna manera Romero encarna el modelo religioso que propone Francisco.
“Con esa beatificación Francisco muestra que es particularmente sensible a los sufrimientos que América Latina, que ha vivido bajo dictaduras y conflictos, que es sensible al dolor y al martirio que Romero padeció” –sostuvo Marco Politi, biógrafo del papa–. “Así deja en evidencia su intención de presidir una Iglesia pobre para los pobres”.
“En este día de fiesta para la nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana”, escribió el papa Bergoglio.
Según el Pontífice, el nuevo beato recuerda a la Iglesia cómo tiene que ser en El Salvador, en América y en el mundo entero: “Rica en misericordia” y una “levadura de reconciliación para la sociedad”.