INTERNACIONAL
elecciones de noviembre

Una campaña en la que nadie busca convencer a los votantes

Antes tantos electores ‘blindados’ en sus creencias, la clave está en atraer a los independientes. Emociones, antes que ideas.

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Furor. Un trumpista “no cambiará nunca de idea”, dice el aviso de los demócratas. La única forma de vencer es superarlos en número, sostiene. | ap

Una de las piezas más originales de la campaña demócrata para las elecciones de noviembre parte de una especie de resignación: “A los que votan a Trump no los vamos a hacer cambiar de opinión con hechos, lógica o llamados a la decencia”, afirma. La única solución, sostiene el aviso que circula por las redes sociales, “es juntar más votos que ellos. No dejes de votar”. 

La idea detrás de la campaña, es clara: es inútil tratar de convencer a un “trumpista” duro: nada lo hará cambiar de idea.

Opinión y emoción. “Cuando a un “votante duro” le presentás un vídeo de su candidato aceptando una coima, por ejemplo, esa persona ignora la evidencia para mantener el vínculo afectivo con su líder”, explica el analista Gonzalo Sarasqueta. 

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Donald Trump ya lo resumió con su retórica brutal: “Tengo a la gente más leal, ¿Alguna vez han visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes”, dijo en enero de 2016, cuando apenas era un precandidato republicano al que la dirigencia del partido despreciaba y los medios ridiculizaban.

La psicología política utiliza el término “disonancia cognitiva” para explicar el fenómeno de los votantes duros, aquellos que, entre la prueba empírica sobre su candidato y el sentimiento, se inclinan por lo segundo. “Es más fuerte el sentido de pertenencia a ese colectivo que la realidad”, explica Sarasqueta. 

“Esto es el paso de la opinión pública a la emoción pública, como dice el filósofo francés Christian Salmon”, agrega. 

Con su experiencia de consultor político en campañas, Carlos Fara entiende a los responsables demócratas: “Llegaron a la conclusión de que el público de Trump está tan blindado que, a pesar de todos los errores y dislates que le puedan achacar, no van a cambiar de idea”, explica.

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Jaime Duran Barba matiza. “No creo que todo los votantes estén blindados; son más o menos la mitad, pero muchos pueden cambiar de punto de vista”. 

Fara recuerda que en Estados Unidos el voto es voluntario, y en ese contexto, los “núcleos duros” de cada candidato se movilizan masivamente. El desafío es atraer a los independientes. Es el mensaje de ese aviso.

Pero a esos independientes tampoco se los puede convencer con argumentos o discursos, sino con emociones e imágenes. La parte del cerebro que nos mueve a hacer algo se aloja del lado de lo emotivo, no de lo racional”, sostiene Duran Barba. 

Animación. “Hay gente a la que hay que animarla a ir a votar. Y si la elección es muy polarizada, hay independientes que pueden quedarse en la casa”, destaca Fara, que recuerda la elección de 2004, en la que George W. Bush derrotó a Al Gore

“La campaña de Bush tensó tanto la cuerda que muchos independientes que no querían saber más nada con la política n fueron a votar”, afirma.

Sarasqueta coincide. Ante  un electorado inconmovible “lo que se puede hacer es intentar desactivar las voluntades opositoras para que no vayan a votar o, a través del miedo, orientar a los indecisos a optar por el ’mal menor’. Es lo que se conoce como ‘campaña negativa’”. 

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“En una campaña electoral hay dos recursos finitos: tiempo y dinero. Invertir ambos en convertir a un votante duro ajeno prácticamente es invertir en tu derrota”, sostiene el profesor de la UCA, a lo que Fara agrega la importancia de concentrar esfuerzos. “La dispersión es una gran enemiga de un éxito estratégico”, asevera.

Otro factor a tener en cuenta es el sistema de colegio electoral que rige en Estados Unidos. 

“Si yo gano por un voto un estado me llevo todos los electores, subraya Fara, y como unos 40 de los 50 estados no han cambiado su voto en las últimas décadas, entonces la campaña estará focalizada en los que han pasado de uno a otro partido”, los llamados “swing states”. 

Según la encuestadora FiveThrityEight, los estados que no son históricamente republicanos o demócratas son Colorado, Florida, Iowa, Michigan, Minnesota, Nevada, New Hampshire, Carolina del Norte, Ohio, Pennsylvania, Virginia y Wisconsin. En todos las elecciones recientes fueron muy ajustadas.

“Ahí están focalizadas las campañas, dice Fara. En muchos otros estados no invierten dinero, esfuerzos o energía porque los van a perder de todas maneras. Sacar más votos a nivel nacional que el adversario no tiene tanto sentido. De hecho, en 2006 Hillary Clinton ganó en los votos pero perdió en el Colegio”.

Grieta. Estas estrategias se desarrollan sobre un escenario que se ha consolidado en las últimas décadas, y no sólo en los Estados Unidos de Trump: sociedades divididas y enfrentadas entre sí, bajo la lógica amigo-enemigo.

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“Crear el pensamiento polarizado, en el que nosotros somos los dueños de la verdad y el otro es el enemigo, domina el modo de hacer política hace años, ya Goebbels y el antisemitismo partían desde ahí”, afirma el doctor en psicología Gastón del Río. 

Hoy “lo político sigue siendo el espacio donde el otro ya no tiene lugar. Prima la idea sobre la persona”. 

“Que la gente no cambia de ideas es algo que compruebo todos los días”, dice el filósofo Tomás Abraham, para quien “hay  líderes que crean fanáticos, es lo propio de los regímenes totalitarios o de los déspotas que usan el sistema republicano para sesgar a la sociedad, dividirla y promover espacios de hostilidad”. 

“Muchos que  votan a Trump, no votan a Trump, sino contra los latinos, los negros, los chinos, los Clinton, y contra Biden”, dice. 

“Nunca dejará de haber un enemigo mortal, pero cuidado: el perro puede comerse al amo, el mejor amigo del hombre lo seguirá siendo mientras se le tire algún hueso”, advierte Abraham.

Redes. Analistas atribuyen a las redes sociales la construcción de las sociedades binarias. 

“Las sociedades contemporáneas tienen menos denominadores comunes que en cualquier otro momento de la historia, apunta Carlos Fara.  Es un fenómeno que se ha intensificado en los últimos 30 a 40 años. Y en un campaña, las redes son la herramienta perfecta para poder usufructuar esos distanciamientos cada vez más grande entre distintos segmentos electorales”.

“Las redes influyen en la grieta, pero no la provocaron. Ya venía de antes y era progresiva”, agrega el consultor, que destaca que dan a las campañas “la gran oportunidad de algo que hace 30 años no nos imaginábamos: la gran capacidad de segmentación para enviar mensajes a determinado público”. 

Pero si ofrecen estas ventajas, las redes también nos exponen a contenidos selectivos, que refuerzan nuestras creencias y ayudan a que nos instalemos en una burbuja en la que nos movemos con pensamientos o ideas que coinciden con las que tenemos nosotros. Desaparecen así los matices y las diferencias. 

Abraham apunta que no es fácil enfrentarse a otras ideas. “Buscar la contradicción es para pocos, porque genera un estado de vacilación que nadie quiere atravesar –la famosa duda cartesiana-  y que exige tomar decisiones aún sin tener todos los elementos a la mano”.

La gente siempre se siente más cómoda con quienes piensan lo mismo, recuerda Sarasqueta. “El problema actual es el algoritmo. Antes, la exposición selectiva la hacía un votante demócrata de manera manual, cuando compraba el New York Times y no la National Review. Hoy, el que realiza de manera automática esa función es el algoritmo”. 

Al recibir todo el tiempo contenidos de medios y personas que debemos leer nos encerramos “en barrios digitales donde todos piensan y sienten parecido a nosotros. Si uno no realiza el esfuerzo de seguir e interactuar con personas que piensen diferente, el músculo deliberativo se atrofia. Lentamente, el pluralismo pierde consistencia. Y así, cuando vamos a un asado familiar o con amigos, cada vez nos cuesta más escuchar al que opina distinto”, concluye. 

Duran Barba apunta que “cada vez hay más gente en el mundo que vota impulsada por pulsiones negativas, algo propio de la sociedad hiperconectada”.