El Papa Franciscco fue un pionero me muchas cosas. Su estilo personal de entender los protocolos (y romperlos más veces que los que los cumplió) hizo que hasta se atreviera a publicar en vida su autobiografia, Esperanza, que se publicó pocas semanas antes de su muerte y en la que, entre muchas otras cosas, habla claramente de su partida de este mundo.
El papa estuvo internado durante semanas en este 2025, gravemente enfermo, al punto que sus médiccos casi lo dieron por muerto pero sin embargo salió adelante, quizá para dejar un último mensaje de Pascua. En su Esperanza, Francisco aborda con naturalidad el tema de la muerte en general y de la suya en particular, con un pensamiento que lo acompaña desde su formación en el colegio. “Me acuerdo muy bien de una noche de octubre de 1949 en la que el padre Raspanti acababa de volver de Córdoba porque su madre había fallecido. La noche en que nos habló de la muerte. Ahora que han pasado muchos años, me doy cuenta de que aquella breve reflexión ha sido, a lo largo de toda la vida, mi punto de referencia sobre el tema. Aquella noche, sin miedo, sentí que un día moriría, y me pareció lo más natural del mundo”, dice en el libro.
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También explica cómo y por qué dejó arreglado su funeral. “Cuando fallezca, no me enterrarán en San Pedro, sino en Santa María la Mayor: el Vaticano es la casa de mi último servicio, no la de la eternidad. Estaré en la habitación en la que ahora custodian los candelabros, cerca de esa Reina de la Paz a la que he pedido ayuda siempre y por la que me he hecho abrazar durante mi pontificado más de cien veces. Me han confirmado que todo está preparado. El ritual de las exequias era demasiado ampuloso y he hablado con el maestro de ceremonias para aligerarlo: nada de catafalco, ninguna ceremonia para el cierre del ataúd. Con dignidad, pero como todo cristiano. Aunque sé que ya me ha concedido muchas, solo le he pedido una gracia más al Señor: cuida de mí, que sea cuando quieras, pero, Tú lo sabes, me da bastante miedo el dolor físico… Así que por favor, no me hagas mucho daño”, suplicaba.

El libro fue escrito en colaboración con Carlo Musso, le costó al papa seis años de trabajo y removió sus recuerdos más profundos, desde la historia de su familia que se salvó por casualidad del naufragio del Principessa Mafalda, el Titanic italiano, hasta sus viajes como papa o sus reflexiones , quizá más humanas más que religiosas, con frases sencillas y sin golpes de efecto. Quizá ahí se concentre su poder de comunicación, que seduce con sus ideas y sus pensamientos mucho más allá de los católicos y cristianos.
La libertad con que el papa Francisco evocó su vida es admirable. Sin pudores, Bergoglio contó cómo, en su infancia, molestaban a una viuda que recibía a escondidas en su casa a uno de los policías del barrio, su relación con una prostituta y sus colegas ante quienes celebró una misa siendo cardenal de Buenos Aires y a quien tuvo que darle la extremaunción o cuánto aprendió del cine italiano: “El neorrealismo es una gran escuela de humanismo”, escribió, recordando a Anna Magnani, Aldro Frabrizzi, Sophia Loren, Marcello Mastroianni, Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini, entre otros. Y de paso, también reivindicó la cinematografía argentina de los tiempos de Lucas Demare, “profundamente humana, parte integrante de la cultura familiar y además, inspiración para reflexiones morales en las charlas diarias de los muchachos”.
Pero lo que sorprende es que Francisco no haya perdido su picardía porteña a la hora de contar su vida.”Tengo la sensación de percibir aún el olor de aquella pizza, puede que sea mi magdalena de Proust”, evoca los tiempos en que iba a la cancha, como cualquier hincha, a ver a su querido San Lorenzo al viejo Gasómetro de Avenida La Plata. “Como escribió un gran poeta del fútbol, Osvaldo Soriano, que también era un cuervo de Boedo:’En el fútbol no se elige un ganador. Ser de San Lorenzo es una carga que se arrastra en la vida con tanto desconcierto y orgullo como la de ser argentino’”.
Sobre su educación, Bergoglio también daba señales de cómo se distancia de cierto catolicismo, que alejó a los creyentes de la iglesia: “El colegio (se refiere al Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, al que fue como interno desde sexto grado) formaba en una cultura católica en absoluto mojigata ni desorientada. Infundió en mí una conciencia no solo moral y cristiana sino humana, social, lúdica y artística. El estudio, los valores de la convivencia, el cuidado de los más necesitados, de los que estaban peor…”, contaba
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La política es otro tema que lo apasionó siempre y en este libro no esquiva las polémicas argentinas, ni esconde sus anécdotas familiares. Como el día que le vació un sifón en la cara a un tío que criticaba a Perón y a Evita, cuando tuvo que darle su documento a un perseguido para que pueda huir del país en plena dictadura (entre otras situaciones de vida o muerte) o cuánto influyó en su pensamiento social Esther Ballestrino de Careaga, que fue secuestrada y desaparecida en 1977. Y por si algún interesado en negar o minimizar el genocidio perpetrado por la dictadura militar quiere insistir con negarlo, Francisco dice en varias páginas de sus memorias que los desaparecidos “son 30 mil”.
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Sobre la edición, queda una queja en este libro hermoso que se lee en tres sentadas. El original fue escrito en italiano, y traducido en España. El papa argentino se merecía una traducción nacional, especialmente para evitar errores como considerarlo “un forofo del San Lorenzo de Almagro” o cuando menciona “aquel famoso tango ‘Barranca abajo’”.
Testamento personal, social, político y religioso del Papa Francisco, Esperanza es una obra que justifica plenamente la idea del filósofo italiano Franco Bifo Berardi, quien se considera ateo: “El papa Francisco es la única persona hoy que me permite seguir creyendo, no en Dios, pero en el hombre. Gracias a Francisco creo que hay hombres honestos, sinceros, humanos”.
CP/ff