El otoño qatarí tiene temperaturas mínimas de 19º y máximas que pueden llegar a los 42º. El clima es caliente y desértico, casi sin lluvias. Durante los partidos, decenas de miles de hinchas son fuentes adicionales de calor y humedad. Pero dentro de los estadios, un sistema de refrigeración mantiene a jugadores y espectadores a unos plácidos 26°.
Para los segundos, un mecanismo de rejillas debajo de cada asiento permite que el aire se difunda y los envuelva en un flujo suave.
En el caso de los protagonistas, que pueden perder hasta tres litros de agua por encuentro, actúan las hileras de bocas redondas que se observan en los laterales de las canchas: un mecanismo que libera aire frío para crear una brisa fresca a menos de dos metros del césped.
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Cuando el aire vuelve a calentarse, lo succionan unos extractores que lo filtran de polvo, polen y pelo. Entonces se vuelve a enfriar y regresa al interior del estadio. La temperatura también puede regularse por sectores, teniendo en cuenta dirección y temperatura del viento.
Saud Abdul Ghani, el ingeniero detrás del sistema, es una celebridad que ya se ganó el apodo de Doctor Frío. Llegó a este concepto de “confort térmico” después de años de investigación, que incluyeron conversaciones con deportistas y espectadores del Campeonato Mundial de Atletismo celebrado hace tres años en ese país.
Su esperanza es que este diseño permita organizar grandes eventos durante todo el año, incluyendo los veranos con picos de 50º.
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Pero la innovación también genera quejas. Durante los partidos que se juegan a las 22 (16 en Argentina), la temperatura exterior es agradable, lo que vuelve innecesario el encendido del sistema.
En un país que usa la mitad de su energía sólo para mantenerse fresco, la refrigeración alcanza extremos insólitos. Qatar instaló aires acondicionados hasta en las paradas de colectivo, que suelen estar vacías, y llegó al punto de construir pistas de esquí y patinaje sobre hielo.
Las consecuencias están a la vista: los habitantes de este estado millonario, que no para de crecer gracias a sus reservas de gas y petróleo, encabezan la lista de emisiones de dióxido de carbono per cápita, en un ciclo que no hace más que contribuir a la crisis climática global.
JL