La posibilidad, aún remota, de que los dinosaurios vuelvan a habitar la Tierra dispara ideas inquietantes. Quiénes y por qué quieren revivir al mamut. Las dos trilogías de Jurassic Park y Jurassic World supieron exprimir la idea: entre 1993 y 2022 nos hicieron desear, pero también temer, la fantasía de revivir a los saurópodos gigantes y a los terópodos feroces que reinaron en el planeta durante 185 millones de años. La pregunta vuelve cada vez que nos sentamos frente a la pantalla: ¿Podría pasar realmente? ¿Debería pasar?
La premisa inaugural de los éxitos hollywoodenses es sencilla y compleja al mismo tiempo. Un magnate logra recuperar sangre de dinosaurio del cuerpo de mosquitos atrapados en resina, completa su ADN con el de anfibios y crea un parque temático gracias a una dinámica de nacimientos y clonaciones que pronto se le va de las manos.
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“No sé si podremos ir tan lejos como para crear un Jurassic Park real pero, hoy por hoy, tenemos la capacidad de secuenciar parte del ADN de estos animales”, reconoce Daniel Salamone, veterinario e investigador del Conicet, ante la agencia de noticias de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).
Así, la ingeniería genética podría hacer que algunas criaturas actuales presenten características de otras ya extintas. “El mamut tenía una proteína en la sangre que actúa transportando el oxígeno y que le permitía, a diferencia de un elefante, vivir en lugares muy fríos”, ejemplifica. “Si introducimos esa modificación genética a un elefante, estaríamos a un paso de tener un animal más parecido a un mamut”.
Mamuts contra el cambio climático
No es el primero en pensarlo. El proyecto Parque Pleistoceno busca crear una reserva de mamuts en un bosque remoto de Siberia Oriental para contener el cambio climático que acelera el derretimiento del permafrost, la extensión de hielo que yace bajo la superficie. Si ese proceso siguiera avanzando, se perderían enormes cantidades de carbono, generando inundaciones masivas, océanos más ácidos y cadenas alimentarias rotas.
Los mamuts, que vivieron hasta el 2 mil antes de Cristo, tenían hábitos capaces de frenar esa dinámica. Al derribar árboles y distribuir nutrientes en el estiércol a lo largo de distancias enormes, contribuían a que las llanuras ganaran en biodiversidad y abundancia, asegurando las reservas de dióxido de carbono.
A medida que el permafrost se derrite, los habitantes de Siberia encuentran cada vez más restos congelados, con carne y piel intactas. Pero llegar a una célula que permita la clonación sigue siendo un sueño; el ADN de un animal muerto se degrada con rapidez. Incluso si se lograra, surgen dudas sobre su conveniencia.
Más allá de las consideraciones éticas, “las criaturas recién extinguidas podrían resultar vectores de patógenos y albergar retrovirus endógenos dañinos no reconocidos”, recordó la UNQ. Sin considerar, por supuesto, los riesgos que podrían causar al ambiente las especies liberadas. A juzgar por lo que muestran las sagas jurásicas, quizá no sea tan buena idea.
AO PAR