Mientras muchos Estados viven atados al pasado o en la eternidad del instante, China analiza el futuro y avanza decidida. Su ambición de poder es innegable y su irrupción en la escena mundial es para observar con seriedad.
Cuando China e India se fundaron como Estados a fines de la década de 1940 tenían estadísticas similares en lo que atañe a alfabetización y esperanza de vida. Al final de la era del líder chino Mao Tse Tung, el historial de la India no había variado mucho, pero el de China había evolucionado notoriamente.
En 1978 Deng Xiaoping, puso en marcha una reforma económica que consistió en la modernización del sistema productivo, la promoción de exportaciones y la apertura a las inversiones externas. El gobierno chino también implementó un proceso de sustitución de importaciones en el período comprendido entre 1978 y 2001.
Entre 1978 y 2013 el PBI chino se multiplicó 130 veces, con un crecimiento medio anual de casi el 10% (este dato es superior a cualquier experiencia previa de crecimiento económico).
China se enfrenta al desafío de consolidarse como la máxima economía global
El plan de Xiaoping se basó en cuatro ejes: Defensa, Agro, Industria, y Ciencia y Tecnología. Se crearon las Zonas Económicas Especiales (ZEE), en la costa sur de China. Los resultados son contundentes: China exportaba 10 mil millones de dólares en 1978, y cuando las ZEE cumplieron 3 décadas, la cifra escaló a 1,4 billones. En 2012, las exportaciones llegaron a 2 billones de dólares.
Un hito importante se dio en 2001, cuando la China comunista dio un gran salto comercial, ingresando a la Organización Mundial de Comercio (OMC). En 2010, China se convirtió en la segunda economía del mundo, y luego, en el primer exportador del planeta. Sus principales destinos de ventas externas son la Unión Europea, Estados Unidos, Japón, los países de ASEAN, y la región especial de Hong Kong. China también es el principal destino de inversión externa directa, superando a Estados Unidos.
En 1980, el PBI de China representaba (en términos nominales) el 3% del PBI mundial, y en 2014, su participación ascendió al 10%, según datos del Fondo Monetario Internacional. El tamaño de su población (1400 millones de habitantes), el gigantesco mercado que significa para los demás actores mundiales, y su poder militar (China ocupa el segundo puesto mundial de gastos destinados a Defensa, según datos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo), hacen que sus movimientos tengan fuerte impacto en el tablero internacional. Hace varias décadas, en un contexto dominado por una fuerte pulseada ideológica, el líder chino Mao Tse Tung expresó una frase concreta sobre su visión sobre el vínculo del poder con el uso de la fuerza: “Todos los comunistas tienen que comprender esta verdad: El poder nace del fusil.”
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Varias décadas después de aquella expresión, en el terreno castrense merece atención un componente social relacionado con la humillación y las agresiones que padeció Asia a manos de Occidente. Las marcas de la colonización occidental siguen vigentes en Asia (el continente más poblado del mundo) y el deseo de reivindicación de sus élites, no ha cesado. Los países asiáticos no fueron hijos casuales de la postergación y el olvido. Sus pueblos padecieron, en carne propia, un rencor del tamaño del océano Pacífico y una tristeza no inferior que aquel aborrecimiento. En el caso puntual de China, las Guerras del Opio, son evidencias manchadas con sangre, que persisten en la memoria colectiva. El tratado de Nankín de 1942, puso fin a la primera Guerra del Opio, e hizo que China efectuara concesiones, como, por ejemplo, que Hong Kong pasara a manos británicas. El territorio, uno de los elementos del Estado, tiene un valor sentimental muy alto en los pueblos. Quizás esto explique que el deseo chino de recuperar esa porción territorial nunca abdicó. China supo esperar hasta 1997 y logró la anhelada retrocesión de Hong Kong –merced a la fórmula “un país, dos sistemas”, propuesta por Deng Xiaoping. La segunda Guerra del Opio comenzó en 1856 y duró 6 años. China sabe esperar el momento adecuado para resolver disputas que afectan su interés nacional. “Es una potencia emergente interesada en todos los mercados menos en el ideológico”, analiza el diplomático argentino Rafael Bielsa.
Las marcas de la colonización occidental siguen vigentes en Asia (el continente más poblado del mundo) y el deseo de reivindicación de sus élites, no ha cesado. Los países asiáticos no fueron hijos casuales de la postergación y el olvido.
El crecimiento de China no obedece a un navegar solitario por el mundo. El gigante asiático se movió en red, con otros países asiáticos, con quienes tiene un alto nivel de comercio. Juntos lograron un mejor poder de compra. Y todos ponen especial énfasis en las capacidades tecnológicas, como generador de valor agregado.
En términos sociológicos, el crecimiento económico abrupto de China, hizo que la calidad de vida de millones de sus ciudadanos y ciudadanas mejore. La pobreza se redujo del 97% en 1970 al 35% en la actualidad. La clase media se expandió, y esto aumentó el consumo de bienes y servicios. El incremento de la clase media es una diferencia notoria, entre China y América Latina. Esto, en parte, se explica por el punto de partida. China venía de una postergación profunda, lo que hizo que tras las reformas de modernización y la mayor inserción el comercio internacional, las estadísticas reflejaran el avance notorio de la clase media. En América Latina, en cambio, el segmento de ingresos medios va disminuyendo, y la concentración de ingresos convirtió a la región en la más inequitativa del planeta.
En lo que atañe a intercambio comercial, China es el primer o segundo destinatario de las exportaciones de muchos países de Latinoamérica. El gigante asiático es el principal consumidor de trigo, soja, arroz y carne y el segundo de maíz, oriundos de Latinoamérica. Y, además, la mano de obra china es un factor competitivo fuerte para las industrias latinoamericanas, que produce desvelos.
Uno de los secretos de China es su inversión en educación, en investigación y desarrollo, y su apuesta a la tecnificación, lo que le posibilitó ser competitivas no solo en productos intensivos en mano de obra, sino también en productos de alto valor agregado. Según el Banco Mundial, Estados Unidos destina 2,84% de su PBI a Investigación y desarrollo, Israel 4,95%, y China 1,7%, una cifra muy superior a América Latina (que destina menos del 1% de su PBI a este tema). China se preparó para incorporar tecnología mediante el desarrollo de centros tecnológicos y universidades y el envío de estudiantes al exterior para prepararse en áreas estratégicas para el país. La planificación educativa es crucial para un Estado, porque de poco sirve adquirir capacidades tecnológicas, si no se potencian las habilidades cognitivas de los recursos humanos. La educación es clave para dar saltos de calidad en la producción y para poder dotar de valor agregado a las exportaciones. Un informe de 2014, de la UNCTAD (el organismo de Naciones Unidas para el comercio y el desarrollo) revela que la participación de los productos manufacturados en las exportaciones chinas, pasaron del 88% en el año 1995, a 92%, en el año 2013.
Hoy, la oferta china hace temblar a países que ven cómo sus clientes van optando por los productos asiáticos. No es menos cierto que China es un inmenso adquisidor de productos primarios de América Latina, y una fuente de inversiones en infraestructura y de préstamos. No obstante, la satisfacción por el vínculo comercial con el gigante asiático también enciende alarmas, basadas en los riesgos que ocasionaría consolidar una relación asimétrica, caracterizada por una elevada dependencia. Esta película ya la vieron y vivieron los países latinoamericanos. El desafío no es reemplazar relaciones de obediencia por otras relaciones de sumisión, sino tejer nuevos vínculos que permitan satisfacer los intereses nacionales, mediante relaciones serias y formales y maduras, que promuevan el desarrollo inclusivo.
La autopista del conocimiento es una vía clave en el siglo XXI. China, lejos de asustarse ante los nuevos desafíos de esta era, se preparó para afrontarlos. Y desde hace años decidió abandonar el color sepia de su economía en desarrollo, y dejó de hablar en voz baja en el concierto de naciones. Pero no todo es positivo. El crecimiento comercial de China viene acompañado de su gran aporte a la contaminación global. El modelo pone en riesgo la sustentabilidad del planeta. El gigante asiático y Estados Unidos son los mayores contaminadores del mundo. En materia de emisión de dióxido de carbono, China ocupa el segundo lugar mundial –y en su territorio posee 16 de las 20 ciudades más contaminadas del planeta. Las organizaciones internacionales vienen observando hace tiempo la degradación del medio ambiente que produce China y le sugieren al gobierno adoptar un modelo de crecimiento que no comprometa el futuro del planeta y de las próximas generaciones.
. El crecimiento comercial de China viene acompañado de su gran aporte a la contaminación global. El modelo pone en riesgo la sustentabilidad del planeta
En el terreno político doméstico, China pareciera seguir las palabras del revolucionario ruso Vladimir Lenin: "La confianza es buena, el control es mejor." El respeto por las libertades individuales y los derechos humanos, y la apertura a un sistema democrático, son reclamos que la comunidad internacional le efectúa, con frecuencia, a China.
En lo que respecta a política internacional, este año, China fue señalada por parte de la comunidad internacional, por el surgimiento de la pandemia de covid-19 que agobia a la humanidad, sin respetar fronteras, ideologías, ni meridianos.
Tarde pero seguro, China se obsesiona con reducir el daño al medio ambiente
Los desafíos y amenazas de China podrían sintetizarse así: guerra comercial con Estados Unidos, posibles surgimientos de nuevas epidemias, inequidad de desarrollo entre regiones de su territorio, deterioro de su legitimidad internacional por las críticas globales concernientes al deterioro medioambiental que causa su modelo de desarrollo, catástrofes naturales que desborden las capacidades estatales, terrorismo, escalada de conflictos étnicos, reclamos internos e internacionales por una apertura a la democracia, tensión por el conflicto con Taiwán, presencia militar de Estados Unidos en señal de apoyo a Taipei, nuevas crisis financieras como la de 2008 que pudieran suscitarse, y carrera armamentista mundial.
Dicho esto, el Banco Mundial expresó en 2012, que aún si la tasa de crecimiento de China se redujera, el gigante asiático reemplazará a los Estados Unidos como la mayor economía del mundo. Es probable que esto no se produzca mañana. Habrá que seguir analizando los pasos que da el gobierno de Xi Jinping, al que muchos tildan de ser un nuevo Mao (debido al gran poder que ha logrado acaparar).
Es posible que en el futuro (no lejano), la paciencia comience a cotizar en bolsa. Y China ya ha dado sobradas muestras de que sabe esperar.
*Analista de política internacional especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington; director y profesor de Gestión de Gobierno en la Universidad de Belgrano.tar del gigante asiático.