Al cumplirse a fines de marzo sesenta años del lamentable derrocamiento del presidente Arturo Frondizi, he creído necesario recordar a las jóvenes generaciones hechos que incluso sus propios padres no llegaron a vivir, sino que supieron de aquellas circunstancias por diversos ensayos históricos. Por lo cual, recorridos ya más de 93 años de vida, me permito, al haber sido testigo presencial y a veces actor de ellas, dar un verdadero testimonio.
Por eso, a una gran mayoría de lectores de medios gráficos de hoy, no solo carentes de vivencia de esos breves cuatro años que fueron entre 1958 y 1962, sino también ajenos a esos años aunque más recientes, pero también históricos, que no estuvieron en los programas de estudio de la enseñanza media, ni qué decir ahora con los egresados durante la pandemia. Sin embargo, es muy importante que sepan sobre la conducta de los partidos políticos, de las fuerzas armadas, de los sindicatos y de otros factores de poder en ese período, que les llegarán como de pura fantasía o algo caracterizado por un surrealismo más propio de la literatura fantástica que de un quehacer político honesto, prudente y racional.
Además, en mi caso, que no soy historiador sino un embajador de carrera retirado y un escritor y periodista todavía activo, tuve el honor de ser parte de un equipo de gobierno que intentó llevar a cabo el último proyecto integral de desarrollo político-social y económico de nuestro país, para lo cual una política exterior que lo acompañara como uno de sus principales instrumentos de ejecución era insoslayable. Una cosa que los gobiernos peronistas que dirigieron nuestro país muchos más años que los radicales, de los que solo uno –Marcelo T. de Alvear– logró cumplir su mandato completo entre 1922 y 1928, olvidaron es que para Perón la única verdadera política era la exterior, la internacional, el resto era pura administración.
Así las cosas, por lo menos a ella intentaré referirme si el espacio me lo permite.
Transición. Comenzaré por señalar que ese tiempo se caracterizó por presentar un mundo en transición, con John F. Kennedy en los Estados Unidos, con Nikita Kruschev en la entonces Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas denunciando en el XX Congreso del Partido Comunista los horrendos crímenes de Stalin. Con Juan XXIII, el Bueno, en el Vaticano, con Konrad Adenauer en Alemania, con Charles De Gaulle en Francia, con Alcides de Gasperi en Italia, que tenía un opositor de lujo, el comunista Palmiro Togliati. Y en nuestro continente, un hombre de Estado en Brasil como era el presidente Juscelino Kubitchek, fundador de Brasilia, con Eduardo Frei (padre) en Chile, con Rómulo Betancour en Venezuela, y en nuestro país, con Arturo Frondizi, el último estadista que tuvimos.
Y qué pasaba mientras tanto en Buenos Aires, en nuestra cabeza de Goliat donde para bien y para mal se desarrollaban los hechos más importantes o al menos los más decisivos para todo el país. En esos años funcionaba el famoso Instituto Di Tella, y todavía se leía la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, y la actividad cultural también era variadísima con la explosión de los teatros independientes y de la actividad plástica con la Nueva Figuración. Había una gran actividad musical en el Teatro Colón y en otras salas de concierto. Las radios Municipal y Nacional pasaban por sus mejores momentos. Proliferaban las peñas folclóricas y los chicos llevaban sus guitarras a las escuelas. Todavía estaban en el país jóvenes músicos como Lalo Schiffrin y el Gato Barbieri, luego internacionalmente famosos. El tango se lucía con Horacio Salgán, con Aníbal Troilo, con Osvaldo Pugliese, e irrumpía una revolución musical con Astor Piazzolla. También llegaba la nueva música de Brasil, la bossa nova, y descubríamos antes que Europa y que los Estados Unidos a un genial director de cine sueco como Bergman. Mientras tanto, en París, Julio Cortázar terminaba de escribir su famosa Rayuela.
Y antes de entrar en tema, vuelvo a lo de la posible falta de objetividad para hablar de lo que uno ha sido testigo. En primer lugar diré que por ser además actor, he sido sujeto y no objeto. Por lo cual no debería llamar la atención que tenga alguna tendencia a la subjetividad. Por otra parte, debo agregar con toda sinceridad que siempre he tratado de no despojar a mi racionalidad de la necesaria cuota humana de emocionalidad, sobre todo cuando hablo de las cosas más importantes de la vida, como es el destino de nuestro querido país. Porque también hace a nuestro propio destino, al de nuestros hijos, al de nuestros nietos y al de toda nuestra descendencia.
Además, les cuento que cuando alguien insiste demasiado en la objetividad, generalmente estamos frente una persona un tanto autoritaria que no piensa de manera alguna en escuchar a su interlocutor, que es un modo de ignorarlo.
Por otra parte, los hechos son los hechos, y no interfiere en ellos mi subjetividad. En cuanto a mis interpretaciones acerca de ellos, podré equivocarme, pero les aseguro que lo haré desde una visión que, aun subjetiva, será honesta y absolutamente sincera.
Cambios. Cuando el doctor Arturo Frondizi asumió el gobierno en 1958 propuso un fuerte cambio respecto de la política económica, y parte sustancial de su política exterior fue diseñada a la luz y al servicio de ese cambio.
Según se apreciaba, nuestro desarrollo nacional exigía que se produjera un giro tendiente a mejorar nuestra posición dentro del continente americano, sin alterar sin embargo nuestra tradicional posición en relación con los países europeos, estimando que su mantenimiento afirmaba la personalidad del país y mejoraba su capacidad de negociación.
Ahora bien, la política internacional del gobierno de Frondizi fue lo suficientemente rica y compleja, al igual que su política económica y su política nacional. Pero enfocarla como lo haré hoy, dentro del breve formato que me impone aun con generosidad PERFIL, me obligará a hacer solo un muy sintético y superficial recorrido panorámico. De modo tal que trataré de manera apenas algo más puntual un tema insoslayable, como fue el de la relación con Brasil, y lamentablemente deberé dejar de lado muchos otros temas importantes, como la relación bilateral con países latinoamericanos, que terminó con aquel triste lugar común de “Argentina, de espaldas a América”. Al igual que los fructíferos encuentros de Frondizi con el presidente Einsenhower, sus dos encuentros con Kennedy, con De Gaulle y con Adenauer, sus viajes a la India y a Japón, sus discursos en el Congreso de los Estados Unidos representando prácticamente a nuestro Continente, al igual que en las Naciones Unidas. Pero no he elegido a Brasil caprichosamente, sino porque fue la relación de política exterior más lúcida como base o punto de partida hacia todo nuestro continente. Y porque todavía debería seguir siendo hoy una relación insoslayable y la más importante para planear una estrategia internacional mancomunada desde nuestro Sur.
También dejaré de lado, no obstante su enorme significación política y hasta cultural y antropológica, las enormes presiones que trataron desde el vamos de paralizar al gobierno del presidente Frondizi en todos los órdenes, determinadas por una oposición que en lugar de cumplir con el rol debido en una democracia, y al no haber podido impedir su asunción, solo buscó entonces a través de las fuerzas armadas y de todos los factores de poder su derrocamiento.
Contexto. Durante el gobierno de Arturo Frondizi existía una fuerte conciencia de que nuestra política exterior debía ejecutarse en un contexto mundial determinado y preciso en el cual estábamos insertos, evitando pronunciamientos ideológicos abstractos y manteniendo una cierta capacidad de decisión.
En primer lugar se consideraba a la Argentina un país occidental, no solo porque nos encontrábamos ubicados geográficamente en el hemisferio occidental, sino también por la consideración de todos los otros elementos estructurales de nuestra realidad histórico-social.
Se tenía en cuenta asimismo que nuestra definición geográfica se completaba con el hecho de hallarnos ubicados al sur de Sudamérica, junto al océano Atlántico y con una extensa costa de rica y dilatada plataforma submarina.
El retrato nacional se completaba además con nuestra cuantiosa inmigración de origen mayoritariamente europeo, y por la inexistencia de conflictos raciales o religiosos.
La década del 50, cuyos últimos años se estaban viviendo en ese momento, había mostrado la consolidación interna de dos bloques en los que se habían dividido los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial. La separación se había efectuado siguiendo las pautas de sus respectivos sistemas, tanto en el orden interno como en el orden internacional de cada uno. En tanto, los derrotados en la guerra iban recobrándose firmemente, con mucho esfuerzo interno pero con fuerte ayuda externa.
Los demás países, que se encontraban en vías de desarrollo, experimentaban el proceso de descolonización, generando un movimiento internacional que había tomado las peculiares modalidades que le imprimían sus líderes asiáticos y africanos y que reflejaban con exótico dramatismo las condiciones económico-sociales (y también las posiciones estratégicas y geográficas) de esos países. Bautizados como Movimiento del Tercer Mundo, para diferenciarse de los dos primeros (capitalista y socialista), empezaron a desempeñar un papel importante en los foros multilaterales, y especialmente en Naciones Unidas. Dentro de ese panorama general, las superpotencias adoptaron un sistema de convivencia internacional al que denominaron coexistencia pacífica. La llamada “Guerra Fría” tenía por objeto sustituir la confrontación bélica directa por una serie ininterrumpida de conflictos menores y de operaciones encubiertas.
Temas concretos. En ese mundo así conformado, debíamos llevar adelante una política exterior que tenía como objetivos básicos satisfacer las necesidades de financiamiento externo (con inversiones privadas y de riesgo), lo cual requería nuestro desarrollo económico y replantear nuestro esquema general de comercialización externa.
Como ya he mencionado, la presidencia de Arturo Frondizi tuvo como característica la inclinación a enfrentar y tratar de resolver los temas concretos, los problemas que se planteaban, soslayando siempre las disquisiciones ideológicas o abstractas.
Además, Frondizi tenía una visión completa del mundo, una mentalidad que hoy podríamos llamar global.
Y los conceptos principales de su discurso, que se referían a la legalidad interna e internacional, al derecho a la autodeterminación política y al desarrollo económico, con el objetivo de facilitar la lucha contra el subdesarrollo económico y la dependencia, expresados en su primer viaje a Río de Janeiro, fueron inmediatamente asimilados por el gobierno brasileño, inaugurando simbólicamente un acercamiento con sus dirigentes que luego habría de manifestarse en la relación bilateral, pero también en los foros multinacionales regionales y mundiales de manera muy importante.
Así se inició esta relación con Juscelino Kubitschek, el presidente desarrollista del Partido Social Demócrata y su grupo de asesores. Fruto de esas conversaciones fue la Operación Panamericana propuesta al presidente Eisenhower como una suerte de programa de desarrollo de base para toda América Latina. Enseguida se generó el Comité de los 21 dentro de la Organización de Estados Americanos -para darle vida a este anquilosado organismo- para dar prioridad a los temas de desarrollo económico por sobre los ideológicos y jurídicos, acerca de los que abundaba la retórica tradicional de la Unión Panamericana.
La relación bilateral con Brasil debía actuar como pivote de ordenamiento capaz de proyectarse y articular con coherencia a todo el Cono Sur. Esta peculiar relación se plasmó en el Tratado de Uruguayana, que aunque fuera en definitiva suscripto por Frondizi y Janio Quadros, había sido negociado durante el gobierno de Juscelino Kubitschek.
Hay que señalar que si bien Frondizi y Quadros estaban unidos por afinidades intelectuales, nuestro presidente no compartía las inclinaciones “tercermundistas” o “terceristas” líricas del brasileño. Su posición era más pragmática y sin duda menos impregnada de principios ideológicos.
Quadros profesaba realmente una muy auténtica admiración por Arturo Frondizi, lo cual facilitó e incrementó la gran influencia argentina “única en la historia argentino-brasileña– sobre aquel.
El propósito de ambos presidentes era no solo consolidar o desarrollar los vínculos bilaterales entre ambos países sino, sobre todo, coordinar una acción internacional común, tanto frente a los grandes centros de poder mundial como a los organismos internacionales e instituciones multilaterales de financiamiento.
Cuando Frondizi y Quadros se reunieron en la ciudad fronteriza de Uruguayana, ambos tenían conciencia de que estaban protagonizando un episodio excepcional en la historia de las relaciones bilaterales entre ambos Estados que dejaría atrás muchos años de competencia y rivalidad.
En los diálogos de esta reunión, que duró varias horas, Frondizi delineó una serie de posiciones muy importantes aceptadas por Quadros:
* Brasil y Argentina formaban parte de Occidente y América, lo que implicaba, como consecuencia, determinadas obligaciones y responsabilidades.
* La posición occidental y cristiana coincidía con los intereses nacionales de nuestras respectivas naciones.
* La posición de tipo neutralista podía dar satisfacciones a la opinión pública durante un tiempo, pero si no se aseguraba el desarrollo del país, el presidente que la adoptase quedaría como un teórico más, que no había sabido interpretar las necesidades de su pueblo.
No se trataba de mantener el prestigio de los presidentes sobre la base de declaraciones de tipo general, sino de dar soluciones a los problemas concretos que planteaban las exigencias del desarrollo nacional. Ese desarrollo se fundaba en el esfuerzo nacional, pero también dependía de la ayuda extranjera. No se podía pretender negociar desde una posición política de supuesta fuerza, como la adoptada con actitudes de tipo neutralista.
La fuerza del planteo argentino, que deseaba coordinar con Brasil, debía resultar de la razón que asistía a ambos países para demostrar a Estados Unidos y Europa la urgente necesidad del desarrollo y de ayudas concretas que lo posibilitaran.
La razón era que si no se nos aseguraba el desarrollo, ni la fuerza de las armas ni posiciones teóricamente correctas podrían contener el reclamo de los pueblos de América y, en consecuencia, la democracia correría serio peligro.
Finalizada la reunión quedaron ratificados los siguientes puntos:
* La amistad argentino-brasileña, con la introducción de una novedad en la política americana: el Acuerdo de Intercambio de Información y Consulta.
* La responsabilidad continental asumida por ambos países.
* El principio de que los problemas políticos y sociales planteados en el continente deben resolverse con la participación de los países americanos.
* Repudio a la injerencia directa o indirecta de factores extracontinentales y reafirmación de la autodeterminación.
* Amplio respaldo a la Alianza para el Progreso.
* Replanteo del intercambio argentino-brasileño, incorporando el proyecto de la industrialización.
* Política común respecto de Paraguay y Bolivia en previsión de acciones subversivas y tensiones sociales.
* Ampliación de la capacidad de negociación en el plano internacional, coordinando la acción en cuestiones de común interés y operando mancomunadamente en los centros mundiales, principalmente en los organismos económicos y financieros.
El 22 de abril de 1961, los dos presidentes suscribieron, finalmente, lo que se conoce como Declaración de Uruguayana.
A partir de ese momento, las instrucciones que recibía desde nuestra Cancillería la representación permanente de nuestro país ante las Naciones Unidas eran traducidas al portugués y también las recibía como propias, por orden del presidente Quadros, la representación del Brasil ante Naciones Unidas.
Estados Unidos. Con respecto a la relación con los Estados Unidos y la política interamericana, podemos recordar que en septiembre de 1958 tuvo lugar en Washington una reunión de ministros de Relaciones Exteriores del continente, que tenía por objeto pasar revista con agenda abierta a las cuestiones internacionales mundiales y analizar el funcionamiento de los organismos interamericanos agrupados en la Organización de Estados Americanos.
Fue allí donde nuestro país formuló una posición muy diferenciada frente a la de los Estados Unidos que, acotado por la Guerra Fría, ponía énfasis en la seguridad. Nuestro enfoque, en cambio, acentuaba la oportunidad para multilateralizar realmente el funcionamiento de la organización y, sobre todo, dar prioridad al problema del desarrollo en América Latina. Acerca de este tema, la delegación argentina ante el Comité Interamericano Económico y Social (CIES), presidida por Cecilio Morales, había preparado un trabajo sobre los problemas económicos básicos interamericanos, que fue presentado en la conferencia de cancilleres y mereció su aprobación.
Esto fue realmente importante porque permitió la creación de la Institución Financiera Interamericana, vale decir, el actual Banco Interamericano de Desarrollo. Hoy una importante sala de su edificio en Washington DC lleva el nombre de Cecilio Morales.
Al dar prioridad a los problemas de desarrollo económico por sobre los de seguridad, la Argentina preanunciaba lo que años más adelante iba a ser el lema del secretario de Defensa de los Estados Unidos y presidente del Banco Mundial, Robert Mac Namara: “Sin desarrollo económico no hay seguridad”.
Quisiera ser muy claro: durante el lapso que corre desde los años 1958 a 1962, la Argentina inició una apertura externa tendiente a reubicarse en el mundo de posguerra.
Por otra parte, predominó un estilo de conducción política inédito, porque exhibía una suerte de vocación pedagógica de gobierno, con frecuentes comunicaciones públicas que las crisis hacían más frecuentes todavía, lo que conformaba un tipo de liderazgo reflexivo y no autoritario que buscaba hacer popular y aceptable aquello que se consideraba favorable al interés nacional.
Sin embargo, si nuestra política exterior se vio afectada, ello ocurrió dentro del país por las malsanas manifestaciones de las operaciones encubiertas y de la conspiración.
Pero aun a pesar de ello, la Argentina, a lo largo de los cuatro años, tomó decidida posición en el exterior, tanto en los foros multinacionales, en especial desde su banca en el Consejo de Seguridad, como también en otros, y en negociaciones bilaterales, con actitudes y cursos de acción claros y positivos, que fueron mucho mejor comprendidos en el exterior que en nuestro propio país, ya que esa política exterior fue la que terminó motivando los planteos más agresivos e irracionales de las FF.AA.
Han transcurrido ya sesenta años, pero cada vez que evoco aquellas circunstancias me asombra la enorme cuota de falta de inteligencia y de exceso de mala fe que había que tener para atacar una política exterior que fue verdaderamente ejemplar para respaldar un proyecto nacional de desarrollo e integración en paz y democracia.
*Periodista, escritor y diplomático.