A 91 años de su nacimiento, el día del cumpleaños de Ana Frank conmemoramos en la Argentina el Día de los Adolescentes y los Jóvenes por la Inclusión Social, la Convivencia contra toda forma de Violencia y Discriminación.
La voz de Ana es un símbolo de todas las niñas y niños que perdieron la vida en el Holocausto, una voz silenciada, pero que es a la vez eterna y, en cierta forma, atemporal. En las páginas del cuaderno que recibió como regalo poco antes de verse obligada junto a su familia a esconderse, ella plasmó sus anhelos, sus reflexiones, sus esperanzas, sus sueños. Ese relato de su día a día, contado a su imaginaria amiga Kitty, se tradujo a cientos de idiomas y es leído cada año por más niñas y niños.
En estas semanas, desde el Ministerio Público Tutelar estuvimos organizando un Ciclo de Conferencias Internacionales sobre Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, con referentes de la OMS, ONU, OEA, CIDH, entre otras organizaciones. Un tema que surge una y otra vez en estas conversaciones es la cuestión de la participación de chicas y chicos, de su derecho a ser oídos, a informarse, a hacernos saber a los adultos sus necesidades, sus ideas, sus opiniones. Somos los adultos los que tenemos que adaptar las estructuras institucionales para hacer valer ese derecho fundamental, que es a la vez uno de los más vulnerados. Como planteó una de las expositoras, tenemos la tarea de traducir en hechos el derecho.
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Sin duda muchos pensaran este derecho como algo positivo para chicas y chicos, para que se expresen y sean parte de las decisiones de la sociedad. Pero también es importante reflexionar y reconocer todo lo que los adultos podemos aprender y aprehender de ellos, de su mirada, de su sentir, de sus proyectos y de sus propuestas.
Pienso en la valentía y la esperanza de Ana Frank, que aún hoy se destaca entre tantas voces y sigue enseñando desde su cuaderno los horrores de la discriminación, las consecuencias del odio. El valor de la amistad, de la resiliencia. También pienso en Malala Yousefzai, la joven activista pakistaní que comenzó su lucha por los derechos de las mujeres ante la prohibición del régimen talibán de que las niñas asistan a la escuela, fue brutalmente atacada y su vida corrió riesgo, pero nunca dejó de hacer oír su voz. Por su lucha por los derechos de las niñas fue reconocida con el Premio Nobel de la Paz en 2014.
Estas reflexiones sobre el derecho de niñas y niños a ser oídos en el contexto de una pandemia que ha afectado a prácticamente todos los países del mundo, con una gran parte de la población en mayor o menor grado de aislamiento, con escuelas cerradas en todo el planeta y restricciones en la circulación. ¿Cuántos países del mundo han explicado la situación a niñas y niños? ¿Cuántos se han dirigido específicamente a ellos, en un lenguaje claro acorde a su autonomía? ¿Cuántos países han convocado a chicas y chicos para escuchar su mirada, su opinión, su deseo? La respuesta, tristemente, es casi ninguno.
Las niñas, niños y adolescentes tienen mucho para decir, y es nuestro deber escucharlos y habilitar las plataformas y los canales para que participen, para que sean protagonistas en las decisiones que los afectan y se conviertan en una fuerza transformadora.