OPINIóN
Historia

Camila O'Gorman y Ladislao Gutiérrez, un amor signado por la fatalidad

La historia comienza en 1843 cuando una joven, perteneciente a una familia distinguida y católica, conoce a un párroco. Enamorados, 4 años más tarde, se fugan para empezar una vida juntos sin pensar en un trágico final.

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CAMILA O’GORMAN Y LADISLAO GUTIÉRREZ | CEDOC y FACEBOOK

Esta historia comienza en el año 1843 cuando Camila O’Gorman, una joven hermosa y culta de una familia distinguida y católica, conoce a Ladislao Gutiérrez, sobrino del general Celedonio Gutiérrez, gobernador de la provincia, quien es párroco en la iglesia de Nuestra Señora del Socorro ubicada en Suipacha y Juncal, en la ciudad de Buenos Aires.

Enamorados, no se pensaban uno sin el otro, querían vivir juntos, casarse ante Dios y ante los hombres, tener hijos, y el 12 de diciembre de 1847, con algunas ropas y un poco de dinero, abandonaron hogar e iglesia.

 

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La noche de a caballo

los vio partir.

Los rodeaba un mundo peleado,

un mundo sin amor.

El tiempo del degüello,

de la suprema autoridad,

del que siempre tiene razón (1)

 

Ambos sabían que no iba a ser fácil llegar a Río de Janeiro, la meta que se habían fijado. En febrero de 1848 obtuvieron sus pasaportes. Camila pasó a llamarse Valentina Desan y su esposo, Máximo Brandier, jujeño y comerciante.

 Con estas identidades falsas, sin mirar hacia atrás, se instalaron en la pequeña ciudad de Goya, provincia de Corrientes, donde la “señora Brandier” abrió una escuela para niños mientras tomaban los recaudos para dar el ansiado salto hacia el vecino país.

A todo esto, ante la ausencia de su hija, el padre de Camila se dirigió al Gobernador, don Juan Manuel de Rosas, para transmitirle la preocupación de la familia:

“Me tomo la libertad de dirigirme a V. E. por medio de esta, para elevar a su Superior conocimiento el acto más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de V. E. hallo un consuelo en participarle la desolación en la que está sumida toda mi familia. (...) Así señor, suplico a V. E. dé orden para que se libren requisitorias a todos los rumbos para precaver que está infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida, se precipite en la infamia.”

La huida se hizo pública. El obispo Medrano manifiesta que tal hecho “constituía un procedimiento enorme y escandaloso… contra el que fulminaban las penas más severas la moral divina y las leyes humanas”, Rosas moviliza la policía, hace fijar carteles con la filiación de los prófugos y envía sus datos a los gobiernos federales, pidiéndoles la captura y remisión de Camila y de Gutiérrez, sin importarle las críticas que recibe de los exiliados argentinos.

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Ajenos a la persecución de que eran objeto, Camila y Ladislao despertaban uno junto al otro, el mundo había cambiado para ellos, eran libres y habían vencido. Así vivieron, llenos de vida e ilusionados hasta el mes de junio, cuando fueron invitados a un cumpleaños y tuvieron la desgracia de encontrarse con un conocido, el cura irlandés Miguel Gannon, quien de inmediato los denunció ante las autoridades.

Una vez capturados y traídos a Buenos Aires, el Restaurador ordenó que llamaran a un cura para que suministre a los condenados los auxilios de la religión, y fueran fusilados, ¡cómo se lee!, sin dar lugar a apelación ni defensa, desechando la opinión de jurisconsultos contrarios a la ejecución, y el pedido de su hija Manuelita que alegaba el embarazo de su amiga de la infancia. Un embarazo que muestran el cine y la literatura, aunque no existen documentos ni testigos que lo avalen.

Camila, después de declarar que no estaba arrepentida y que tenía la conciencia tranquila, recibió el siguiente mensaje de Ladislao: “Camila: acabo de enterarme que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir juntos en la tierra, nos uniremos en el Cielo ante Dios. Te abraza, tu Gutiérrez”.

Como a numerosos lectores, me hubiera gustado leer un final feliz, pero no. La sentencia se cumplió el día 18 de agosto de 1848, en Santos Lugares, una localidad de la provincia de Buenos Aires.

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Domingo Faustino Sarmiento escribió entonces: “…Buenos Aires tiene encallecido el corazón de experimentar horror, Y no es fácil cosa conmoverlo con muertes, degüellos, desapariciones de individuos. Todo es vulgar; pero aquel fusilamiento (...) era tan exquisitamente horrible, imprevisto, repentino y aterrante, que valía por una matanza por las calles llevando al mercado las cabezas. Si la ciudad entera hubiese recibido un solo instante la noticia, se la habría visto estremecer como si una cadena galvánica hubiese comunicado a todos una descarga eléctrica...". 

Muchos trataron de quitar responsabilidad a Rosas; sin embargo, el mismo Rosas, desde su exilio en la ciudad de Southampton, Inglaterra, la aceptaba, como puede apreciarse en la carta que le envía a Federico Terrero el 6 de marzo de 1870: "Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O'Gorman, ni nadie me habló en su favor. Por el contrario, todas las personas del clero me hablaron o escribieron sobre el atrevido crimen y la urgente necesidad de un castigo ejemplar para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo, y, siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución... Mientras presidí el Gobierno de Buenos Aires y fui encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, con la suma del Poder por la Ley, goberné según mi conciencia: soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como de los malos, de mis errores y de mis aciertos". 

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Esta historia de amor, cuyo trágico destino nos retrotrae a una época de intolerancia, fue llevada al cine: “Camila O´Gorman”, dirigida por Mario Gallo e interpretada por Blanca Podestá y Salvador Rosich (1910); “Camila”, dirigida por María Luisa Bemberg e interpretada por Susú Pecoraro e Imanol Arias (1984), nominada al Oscar a la mejor película extranjera y premio a la mejor actriz en los festivales internacionales de Karlovy Vary (1984) y del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (1985); y a un musical, “Camila, nuestra historia de amor”, escrita y dirigida por Fabián Núñez e interpretada por Natalie Pérez y Peter Lanzani (2015).

 

 

(1) Hugo Ditaranto. Los procesos. LA BESANA. Buenos Aires. 1981, p. 47.