OPINIóN
Tiempo libre

El placer de leer, siempre (vigésimo octava entrega)

La compañía de un libro es enriquecedora, a nivel intelectual y emocional. Hoy hablaremos de Viviana Rivero.

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Lectura | Martin-péchy / Pexels

Viviana Rivero nació en Córdoba, donde vive junto con su familia. Abogada, se desempeñó como asesora legal de empresas, fundó grupos de autoliderazgo para el crecimiento y el desarrollo de la mujer y ha producido y dirigido programas televisivos.

Publicó un cuento en la antología ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género (2013) y otro en Hace falta que te diga. Relatos de amor imposible (2017); y las novelas Secreto bien guardado (2010); Y ellos se fueron (2011) y en España (2012); Lo que no se dice (2012); La dama de noche (2013); La magia de la vida (2014) y en Colombia (2017); , en México e Italia con el título La música del destino (2017); Zafiros en la piel; y en México (2018), incluye un relato en formato digital como parte de una experiencia de escritura online en colaboración con Google.

Viviana Rivero
Viviana Rivero.

Su obra tuvo los siguientes reconocimientos: su libro Mujer y maestra, Primer Premio de Novela Histórica 2009 del Gobierno de San Luis. 10 lugares mágicos de la Argentina (2011), en colaboración con Lucía Gálvez, premiada por la Legislatura de la provincia de Córdoba como artista destacada del año, y nominada “cordobesa del año” por el diario La Voz del Interior  por su actividad literaria. Los colores de la felicidad (2015) recibió el premio de los lectores otorgado por la Feria del Libro de Buenos Aires (2017); y su novela El alma de las flores (2019) y en España (2020), de la que hoy me ocupo, una de las diez  finalistas del Premio Planeta 2019.

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Es una novela de amor e inmigración. Escrita generalmente en tercera persona, se desarrolla fundamentalmente en Madrid, en los años 1936 y 2014.

Viviana Rivero: “Un best seller es lo más común del mundo”

Se divide en capítulos que, casi todos ellos, tienen el nombre de una planta: crisantemo, rosa, dalia, geranio, nardo, margarita, azucena, olivo, rosa de Provenza, etc.

La autora conoce el paño que usa. Tiene abuelos españoles e italianos, y se ha documentado a través de libros y de entrevistas, lo que se percibe, sobre todo, en las precisas y numerosas referencias a la ciudad de Madrid en los dos siglos.

En el conflicto que dividirá a la familia protagonista y al pueblo español  y desembocará en una espantosa guerra civil, la autora describe el entorno económico y social a través de hechos y personaje históricos, instituciones, medios de comunicación, celebraciones populares y religiosas, galerías, supermercados, plazas, cines, teatros, música, libros, tabernas, tiendas, bancos,  bares y restaurantes transportes, enfermedades, cárceles…

Viviana Rivero: fuerte y brillante

Como también lo hará con cada una de las numerosas personas descriptas, tanto protagónicas como secundarias, mujeres y hombres de distintas edades y ocupaciones, en lo relativo a cuestiones vinculadas a las posturas enfrentadas ante la inmigración, la emigración España-Argentina, el hambre y la violencia social, la inflación, el peligro del patrimonio, la confusión y el miedo, la importancia de la vida espiritual en familia y del amor, la defensa de los derechos de la mujer, la lucha para no quedar atrapados en la propia existencia miserable, los recuerdos, la opulencia dividiendo a los seres humanos, la tristeza y la soledad, las drogas, las malas compañías, las adicciones, la impaciencia ante el adversario, los deseos de convertir la tierra en un mundo mejor, los cambios que se perciben en algunas plantas como un anuncio de los días aciagos que se avecinan…

 

“La pareja decidió marcharse cuando notó que la joven había recobrado los colores. A punto de abandonar el camarote, la mujer le dijo: -Ah, y el gajo de rosal que cayó de su bolsillo te lo he puesto aquí –le mostró un vaso con agua y el tallo dentro y luego agregó-: Me he tomado el atrevimiento porque supuse que lo harías.

(…)

Antes de marcharse, le recomendaron que no dudara en pedirles ayuda y le indicaron donde se encontraba su camarote. Desde la puerta, a modo de presentación, dijeron sus nombres: Álvaro y Aurelia Becerra y mencionaron que viajaban con su hijo de veinte años, Rafael, que dirigía la academia.

Maneras de leer

María asintió sin prestarle atención al cúmulo de información. Aún no lo sabía, pero Rafael Becerra, después de que los presentaran en el almuerzo, esa misma tarde pasaría por su camarote con un puñado de  de tierra de los macetones de cubierta para plantar su gajo de rosal. El hombre cada tarde regresaría para ver cómo se encontraba y le llevaría de regalo una manzana, fruta que él mismo pelaría y cortaría en cuartitos en un intento de charlar con la callada y muy seria muchacha rubia. Rafael también sería quien, al arribar a Buenos Aires, le daría trabajo en la academia y quien la acompañaría en el aprendizaje de tratar de olvidar el horror vivido porque él y su familia también tenían el propio: dos de sus hermanos habían muerto en 1930 en un pavoroso y famoso accidente tranviario acaecido en el puente Bosch, que cruza el Riachuelo, en Buenos Aires. La desgracia lo había preparado para entender a María.

El hijo varón que María daría a luz sería un sol que traería alegría a todos y que, en cierta manera, los uniría. Juntos, poco a poco, ella y esa familia aprendían a sanar sus heridas en el Nuevo Mundo, como si el destino los hubiera unido para preparar el camino de las generaciones venideras. Una misma raza, sin apellido ni colores, en un mismo planeta sin territorios demarcados.

La vida empujaba y los rosales que bajaban de ese barco debían ser plantados con urgencia; no podían morir. Esas plantas necesitaban multiplicarse para regresar algún día y volver a empezar la rueda de la vida que dicta que la tierra es de todos los mortales, más allá de que ellos se empecinen en poner límites sobre qué parte de territorio le pertenece a cada uno. La misma rueda que les mostraba a los hombres que, si se obstinaban en alentar luchas sangrientas y devastadoras, ellas no los acompañarían más. El alma de las flores no lo soportaría. Ellas preferían perecer, olvidar su destino de alegría y vida, antes que verlos destruirse.”