Roland Barthes escribió sobre el momento en que el lector levanta la cabeza. No hay por qué considerarlo como una interrupción de la lectura, ya que eso que lleva a detenerse es parte de la lectura misma, las ideas y las asociaciones que llevan a levantar la cabeza son parte de la lectura también. Es bien distinto el caso que planteó Witold Gombrowicz: el escritor dispone la tensión narrativa de un episodio determinado, pero en el momento del clímax entra una mosca en la habitación del lector, lo distrae y el efecto se malogra.
Esta distracción de la lectura, que sí sería tal, se produce evidentemente a causa de un elemento exógeno, como lo es la mosca respecto del libro. ¿Qué ocurre, sin embargo, me pregunto, cuando los factores de distracción se alojan en el mismo sitio en el que hay que prestar atención? Pienso, claro, en la lectura en pantalla (pantallas o pantallitas), que hoy se ha generalizado y practicamos todos. Las interrupciones y las distracciones provienen del mismo dispositivo en el que se encuentra el texto mismo. Es el lugar de la lectura lo que nos saca de la lectura.
Me he estado interesando últimamente en el debate de textos en las redes. No me refiero al chicaneo de tribuna ni al ataque coordinado de pirañas, sino a la simple discusión de ideas que, contrariamente a lo que suele decirse, no tiene por qué resultar imposible en ese marco. Me voy quedando con la impresión de que el poder de concentración disminuye, de que la calidad de la lectura merma. No lo digo admonitoriamente, indago de hecho en lo que a mí mismo me sucede. Hay quienes tienen el don (yo no lo tengo) de sobrevolar someramente un texto o cruzarlo rápidamente en diagonal y, aun así, entender de veras lo que está diciendo, seguir de veras el hilo de la argumentación. Me temo, en cualquier caso, que no es lo más frecuente. Lo más frecuente es que con el pispeo ligero, con el asomarse al paso, con el picoteo escaso de la frase suelta o incluso a veces del solo título, no se logre para nada eso que, en las famosas pruebas Aprender, por ejemplo, se denomina comprensión de texto.
Hay lugares adonde se va a hacer una determinada cosa por un lapso determinado, sin hacer otras cosas mientras tanto: las salas de concierto, las salas de cine, las salas de lectura de las bibliotecas, las canchas de fútbol, los telos. Aplicarse, incluso compenetrarse con algún detenimiento evitando interferencias, ¿me parece a mí o son costumbres que van cayendo en desuso? En su tan citado artículo “La obra de arte en la era de la reproductibilidad tecnológica”, de 1936, Walter Benjamin señalaba un rasgo de recepción, el de la dispersión, que políticamente lo entusiasmaba. La observación era precisa hasta lo admirable. Pero el optimismo con que la abordaba le fue cuestionado ya en aquel mismo momento.