El primer capítulo de la deuda se cerró favorablemente. Hubo acuerdo por el canje de u$s65.000 millones de acreedores privados bajo legislación extranjera. Otros u$s42.000 millones en manos de bonistas bajo legislación local correrán la misma suerte. El gobierno habrá logrado un ahorro fiscal por u$s35.000 millones y despejar el horizonte de vencimientos para más adelante.
Faltará resolver los u$s44.000 millones con el FMI. El organismo podrá exigir reformas de todo tipo (tributarias, previsionales, laborales) siempre difíciles de concretar, pero será indulgente al final. El Fondo podrá apiadarse ante lo que ha dado en llamar “una crisis como ninguna otra”. Pero también sabe que la gestión Lagarde fue permeable a presiones políticas, consintió a un gobierno en lugar de asistir a un país, en flagrante oposición a su estatuto.
Aunque suene apresurado, el gobierno ya ganó el partido de la deuda. Y si bien hay mérito en ello, nada garantiza que no volvamos a caer en la misma situación en unos años. Es que lo que yo llamo el problema del endeudamiento, sigue sin resolverse. Esto requiere otra agenda: la del desarrollo.
El gobierno ya ganó el partido de la deuda. Y si bien hay mérito en ello, nada garantiza que no volvamos a caer en la misma situación en unos años
El primer paso es desterrar definitivamente la idea de que para crecer necesitamos del capital foráneo. Basada en la hipótesis del ahorro externo como complemento del doméstico para financiar el boom de inversiones. Se desprende de ella, la recomendación de admitir déficits de Cuenta Corriente, a cubrirse con lo ingresado en una Cuenta Financiera completamente abierta.
No hay un solo caso en el mundo que respalde este modelo. Los déficits de Cuenta Corriente no tienen relación alguna con la inversión. Suelen reducir el ahorro total y erosionar las oportunidades de inversión productivas. El influjo de capitales lleva a la apreciación cambiaria, fomentando el consumo en lugar del ahorro. La expansión de esa absorción interna se cubre con importaciones, por lo que no es de esperar mayor actividad económica ni caída del desempleo. Por otro lado, el efecto conjunto de un tipo de cambio sobrevaluado y elevadas tasas de interés, necesarias para atraer al capital extranjero y evitar que los pesos huyan a moneda dura, eliminará de plano cualquier incentivo a la inversión en actividades transables.
Detalles del acuerdo por la deuda entre Argentina y los acreedores
Gestionar el tipo de cambio real sosteniéndolo competitivo, es la condición clave para resolver el problema del endeudamiento. Un dólar alto, si se mantiene lo suficiente, dispara inversiones orientadas a la diversificación exportadora y a la integración productiva sustitutiva de importaciones. Inicialmente la reducción del desempleo vendrá de la mano de una demanda internacional sostenida. Luego, conforme las inversiones vayan aumentando la productividad laboral, mejorarán los salarios reales sin comprometer el frente externo.
En este esquema, el equilibrio fiscal es importante, no per se, sino por las (evitables) tensiones cambiarias que pueda desencadenar. Por otro lado, un Estado sólido desde el punto de vista financiero está en mejor posición para acelerar las inversiones estratégicas. La reversión del déficit fiscal permanente puede contribuir a moderar la inflación y, al recrear la confianza en el peso, ayudar a reconstruir el crédito de largo plazo en moneda nacional.
Las proyecciones, sin embargo, indican que la pandemia empujará el rojo fiscal al vecindario de los 12 puntos del Producto, completamente financiado con emisión monetaria. Lógico en esta situación excepcional que nos agarró otra alternativa. La amenaza inflacionaria aparece en el horizonte. El desafío es complejo: sostener un tipo de cambio real competitivo, equilibrar las cuentas públicas, y evitar la tentación de tomar al dólar como ancla nominal de la inflación. Sólo de esta forma al poroto de la deuda sumaremos el del endeudamiento.
*Economista. Docente de Política Económica (UNNE). (@AKargentina19).