OPINIóN
Reflexión olvidada

Elogio de la gratitud

Expresiones que han sido olvidadas o que no se usan con mucha fecuencia y que sería bueno recuperar

Gracias Diego
Gracias Diego | GCBA

Con el paso del tiempo, la muy locuaz comunidad de los hablantes ha ido abreviando en el idioma español expresiones antiguas que se nos antojaban largas en exceso, o ideológicas, o demasiado ampulosas. Así ha ocurrido con la palabra “adiós”. En efecto, donde antes teníamos la inveterada costumbre de decir “A Dios lo encomiendo (a Usía)” ahora afirmamos solo “adiós” y de manera tan breve y funcional, tan práctica como sencilla.

En la II República de España, proclamada en el muy lejano año de 1931, llegó incluso a prohibirse el uso de la palabra por sus evidentes reminiscencias religiosas para ser sustituida por un viejo modo de reverenciarse unos a otros en la vía pública, “salud”, viejo porque ya había sido el saludo impuesto por las autoridades de la Revolución francesa en 1789, e impuesto por precisamente las mismas y poderosas razones: borrar toda huella de lo divino en la nueva política, también en el lenguaje.

Hoy, en los tiempos que corren, tan posmodernos o tardomodernos, tan propios de la modernidad líquida de la que hablaba Bauman, ya nadie “solicita” gracias para los demás

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 Sin embargo, este proceso irreversible no solo ha acontecido con la palabra “adiós”. También ha tenido lugar con el actual modo de decir “gracias”, término que en el pasado formaba parte de una locución bastante más sofisticada: “gracias sean dadas a Vuesa Merced”. Así, y por lo tanto, lo propio de ese modo de hablar y relacionarse intersubjetivamente por medio del lenguaje menor y brevísimo de las fórmulas de cortesía era que en propiedad nadie “daba” las gracias a nadie, más bien se intercedía por ellos o ellas, se hacía un ruego a su favor, se imploraba, se esperaba una mediación afortunada para quienes nos habían beneficiado de algún modo, para aquellos que nos habían regalado alguna fortuna venturosa, una dicha.

Sí, se “pedían” las gracias para otros al reconocer con humildad que escapa por completo a nuestras modestas capacidades la posibilidad de prodigarlas por la propia cuenta y riesgo, con nuestros únicos y escasos méritos, con nuestros limitadísimos esfuerzos. Hoy, en los tiempos que corren, tan posmodernos o tardomodernos, tan propios de la modernidad líquida de la que hablaba Bauman, ya nadie “solicita” gracias para los demás, aquellos con los que nos encontramos a diario y cuyo rostro nos interpela de algún modo, en el sabio decir de Emmanuel Lévinas.

La felicidad ha dejado de ser un logro personal e interpersonal esforzado y hasta virtuoso para convertirse en un simple delivery discrecional

No, nadie jamás “pide” las gracias, tan solo las “damos”, y muy penosamente y con mucha menos frecuencia de la requerida. Y no “damos” las gracias con asiduidad porque todas y todos andamos un poco habitando en la muy frecuente y triste creencia de que se nos “debe” algo, aunque ignoremos por completo a quién o a quiénes convertir en acreedores a los que reclamar al respecto, o incluso en la firme convicción de que se nos “debe” todo, “de todo” también y en la brevedad del instante fugaz. La felicidad ha dejado de ser un logro personal e interpersonal esforzado y hasta virtuoso para convertirse en un simple delivery discrecional. “Lo quiero todo y lo quiero ya”, cantaban ya hace un tiempo los siempre geniales Queen, tal vez diagnosticando sin saberlo demasiado la sensibilidad de las nuevas épocas que habrían de esperarnos con el tenue e imperceptible transcurrir de los días, tan imperturbables ellos.

Pero quizás, apenas quizás, no nos vendría mal del todo, no nos terminaría resultando tan funesto y dañino ejercitar un poco la memoria, precisamente cuando abundan por doquier el olvido y la desmemoria, pero sobre todo la desmemoria del corazón abunda, sí, ejercitar esa memoria de las entrañas más ciertas y seguras, y aunque nos convenga y nos facilite la vida seguir diciendo solo y apenas “gracias”, bien podríamos “re-cordar”, que es “pasar dos veces por el corazón”, que en algún tiempo “pedíamos” las gracias y no solo las “dábamos”, como ahora, de manera más bien escasa, austera, limitada, restrictiva, infrecuente de forma casi siempre solitaria, automática, mecánica y por demás tan tristemente “desagradecida”.

*Profesor de Ética de la comunicación, Escuela de Posgrados en Comunicación, Universidad Austral.