OPINIóN

Carlos Menem, el último caudillo

Se iba así el primer justicialista en llegar a la Rosada sin Perón; el primero en recibir la banda y el bastón de manos de un radical; el primero en reelegir, como el general en 1952; y el primero en entregar bastón y banda a otro presidente radical.

Estatua de Carlos Menem en Anillaco, una creación de Fernando Pugliese.
Estatua de Carlos Menem en Anillaco, una creación de Fernando Pugliese. | Cedoc Perfil

“Él puede no haber hecho todo, pero que hizo mucho nadie puede negarlo”, decía el jingle que comenzó a emitirse el 19 de julio de 1999 como despedida de la primera década peronista en el poder de la democracia definitiva. Un zar bahiano de la publicidad, Duda Mendonça, lo había conmovido todo después de destronar al invencible radicalismo cordobés con José Manuel de la Sota. El radar riojano no lo dejó pasar y lo alistó. El brasileño, sin ponerle mucha garra, replicó una fallida campaña paulista y pasó por ventanilla. Se iba así el primer justicialista en llegar a la Rosada sin Perón; el primero en recibir la banda y el bastón de manos de un radical; el primero en reelegir, como el general en 1952; y el primero en entregar bastón y banda a otro presidente radical. Un 10 de diciembre de 1999 se iba ese peronismo único que, de ahí en adelante, será negado tantas veces, que no dejará gallo alguno con ganas de cantar.

Su ingreso a la escena nacional nos lleva al 1° de julio de 1974. Ricardo Balbín acuña aquello de “este viejo adversario, despide a un amigo”. Lloran las esculturas de Lola Mora y Víctor de Pol, los mármoles de tonos claros, las columnas monumentales y el vitral con el Escudo Nacional. Afuera llueve encarnizadamente sobre las decenas de miles de paraguas que resisten esa ausencia que se sabe eternizada. La lente acompaña al líder radical quince pasos hasta los tres micrófonos de pie, habla en cadena nacional con genuino tono apesadumbrado; el director de cámaras deja atrás los hombros y la espalda vencida del veterano dirigente y construye el contrapunto. Irrumpe él en el centro de la pantalla, 43 años, gobernador riojano, voluminosa y ondeada cabellera negra, patilla tupida; ambo cruzado, camisa blanca, corbata nudo corazón, y un reloj tamaño XL en su muñeca izquierda. Allí, parado en medio de DuilioBrunello y Lorenzo Miguel. El interventor de la Córdoba arrebatada por el Navarrazo a Obregón Cano, y el primus inter pares de la patria metalúrgica. 

La pesadilla isabelina es breve. El hijo de Saúl y Mohibe cae preso el 24 de marzo de 1976, primero en el regimiento de infantería local y luego, en el buque 33 Orientales; posteriormente, pasa una temporada en el penal de Magdalena; y en el 79, se incorpora al régimen de domicilios forzados. Mar del Plata, en un principio; Tandil, después. Lo liberan, vuelve al ruedo. Lo vuelven a detener, su último destierro será en Las Lomitas (Formosa), donde lo cobijará la familia Meza, hasta que en el comienzo del 81 lo liberan definitivamente. 

A los 90 años, murió Carlos Menem

En el 83, vuelve a gobernar la provincia de Quiroga y Peñaloza; ante la derrota nacional, abre canales con el alfonsinismo. En noviembre del 84, el gobierno mide el sentir social, la economía no da respiro. Una consulta popular para recuperar oxígeno con el diferendo del Beagle; en contra, los retazos de la conducción oficial del justicialismo, el MAS (una remake del PST), y el ultrismo nacionalista. A sus 54 años, el gobernador obtiene ocho puntos más que la media nacional con el Sí al acuerdo; y la participación, está 12 puntos por encima. Juega, gana y deja en falta a “los mariscales de la derrota” de su propia carpa política.

En 1987, reelige. Alfonsín había irradiado una democracia sin precedentes en ese PJ sin Perón: la renovación. Con ellos coquetea, hasta que sale en rol de ambulanciero a buscar heridos y omitidos. Alsogaray, Ángeloz y Cafiero son hombres de traje tres piezas (chaleco, all inclusive) digeribles para el establishment. El gobernador sale a enfrentarlos a todos en una remake de “el tigre de los llanos”. Revisionista para los históricos, guiños a los carapintadas, y salariazo y revolución productiva para los trabajadores. El nuevo mesías empapela las ciudades con el “Síganme. No los voy a defraudar”. El primer y último caudillo nacional del peronismo sin Perón enciende los corazones en los barrios humildes en un ida y vuelta que Luder ni había surfeado en 1983. El sábado 9 de julio de 1988 sorprende y vence al aparato peronista, algunos creyeron que se abría una posibilidad para la continuidad radical. El domingo 14 de mayo de 1989 la obra se consuma con holgura. “La mayoría de los que le siguen de cerca hubieran sido personajes en las novelas de Roberto Arlt. Juntó las sobras, lo que quedaba, lo peor, y con eso hizo el milagro”, dirá Jorge Asís por aquellos días. Mientras, en el paño verde del poder real, los economistas Domingo Cavallo y Guido di Tella azuzan el “dólar recontraalto” y hacen trizas lo que queda de la moneda argentina. Los días son eclipsados por la hiperinflación, los saqueos y la muerte. El país postergado se reencuentra esperanzado con un líder justicialista.  

Jura el sábado 8 de julio de 1989, cinco meses antes de lo previsto. Un cuarto de tapa de Clarín lo muestra junto a Henry Kissinger. Pasaron 44 años de Braden o Perón. El periodismo habla de doce apóstoles, Augusto Alasino, César Arias, Luis Barrionuevo, Eduardo Bauzá, Raúl Granillo Ocampo, Alberto Kohan, Julio Mera Figueroa, Juan Carlos Rousselot, entre otros. Un entorno que reclama champaña a viva voz en una Rosada de café y agua mineral. Las burbujas y las copas aflautadas desembarcan con Bunge &Born; el indulto a los comandantes, las cúpulas guerrilleras y los carapintadas; y un nuevo récord hiperinflacionario: 196,6% clava el aguijón de julio. Arde la City, Ámbito opera desde sus charlas de quincho y deposita a Tata Yofre en el “taller literario” de la calle 25 de Mayo; Crónica pone en tapa la cotización del verde a la par del pronóstico del tiempo. Los arbolitos vocean y los australes vuelan en el “infierno inflacionario” spinettiano. Miguel Roig muere; si, jura un ministro y fallece a los cinco días; en cambio, Néstor Rapanelli se enloda. Los ejecutivos, los vivos, los que tenían “la sartén por el mango y el mango también” (María Elena Walsh, letra y música), aguantan cinco meses y vuelan con la segunda hiper.

Llega el turno de un riojano en Hacienda, Antonio Erman González garabatea un manotazo y devora plazos fijos (Plan Bonex). Los voceros corporativos reclaman privatizaciones y llenan la Plaza del Sí en abril de 1990. Una nueva porteñidad baja bailando en puntas de pie por la avenida 9 de Julio, dobla por Diagonal Norte y hace su ingreso triunfal en una iluminada Plaza de Mayo, en la que no se van a mojar los pies en la fuente. Un nuevo colectivo se incorpora al peronismo y llega extasiado para aplaudir al hijo riojano que jamás, ni en sus peores pesadillas, hubiera imaginado vivar. "Por razones obvias no se da en la alta clase porteña, que es el objeto de la imitación; tampoco en los trabajadores ni en el grueso de la clase media. El equívoco se produce en el ambiguo perfil de una burguesía en ascenso y en sectores ya desclasados de la alta sociedad", decía Arturo Jauretche en 1966 cuando caracterizaba a su “medio pelo”. Mientras, Haddad y Longobardi hacen sus palotes televisivos dándole aire a los carapintadas y genocidas indultados.

“Nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”, declama honesticida el ministro Dromi (ex intendente de la dictadura en Mendoza). Otro ex alcalde, pero del Onganiato, Julio Nazareno, será el hombre en la Corte. No sólo los indulta en el papel, sino que también los indulta en los despachos oficiales. María Julia, la hija del capitán ingeniero más gorila de la historiografía peronista, privatiza la telefonía y la siderurgia, mientras descubre el hombro para encender la tapa de Noticias. 

A Erman, se lo carga el enojo de una Embajada que divulga el supuesto pedido de coimas de un integrante del clan Yoma. El Swiftgate fue hit de tapa lanatiano, con letra verbistskyana. Así se le abre la puerta al otro gran protagonista de los 90. El presidente puso tres ministros hasta que 600 días después tuvo que abrir el Salón Blanco para que jure él. La escena consuma el quiebre cultural y el clímax de los factores de poder internacionales que Alfonsín engloba en el neoconservadurismo thatcheriano. Reagan, Bush, Vargas Llosa, sonríen a la nueva Argentina que abraza el fin de las ideologías de Francis Fukuyama. Pablo Giussani interpreta que asistimos a la alvearización del peronismo. “Dios, la Patria y los Santos Evangelios”, ahora acompañan a Cavallo.

Consumismo extremo, voto cuota, shoppinización, parripollo, remisería, videoclub, cancha de paddle, todas crónicas del fracaso del empleo público que cae por el desguace. Ese que se despierta en Cutral Có y en Tartagal con voz piquetera, cuando comprende que la chata (último modelo) anda con un combustible que los precios de la YPF privatizada no permiten cargar. Alejandro Seselovsky regala la escena más acabada de esos años. Rápido, reconstruye un día de quiebre: “Hay un nuevo 17 de octubre, y es el de 1990. Ese día se inaugura el Alto Palermo Shopping”. A 45 años de ese baño iniciático de la simbiosis indisoluble entre pueblo y peronismo, nace el día de la lealtad fashionista. “Te quedaste en el 45”, pasa a transformarse en la frase de cabecera de un gobierno que baila en El Cielo de Poli Armentano y expulsa a miles que revuelven la basura en las grandes ciudades.

La destrucción del tejido social que identificó a Argentina fue fruto de los que jugaban el papel que Héctor Alterio interpreta en “La Historia Oficial”. Aida Bortnik eclipsa ese protagónico en una frase: “Yo no soy un perdedor”, a los gritos retruca a su propio padre, el derrotado en la España republicana, Guillermo Battaglia; y a su hermano, el derrotado de la dictadura local, Hugo Arana. Toda la escena se juega al aire libre en una mesa amplia y dominguera de puro sol, delante de una niña apropiada. La película se lleva el primer Oscar de la cinematografía argentina. Frente al aluvión de la primavera democrática que había hecho retroceder a los “Alterios”; el menemismo los devuelve al centro de la escena. La “plata dulce” ahora se llama “1 a 1”. 

Los mismos que en 1984 se espantaban con la irrupción de “la patota cultural”, agitaban el cóctel que mezclaba sofoviches, dapiaggis, rousselotes y velascosferreros. La TV se lotea. El 13 para Clarín, que no había logrado arrancárselo a la UCR; el 11 para la derecha procesista y clerical, que venía del mal trago del juicio a las juntas y el divorcio. El destete símbolo del ómnibus cultural de los sábados de Badía, prohija un término: “tinellización”. Y llueven Reutemann, Scioli, o el eterno Palito; y hasta se suman desde la izquierda, el Turco Asis, Horacio Guarany y Quique Llopis. Fairuz, la odalisca número uno de estas costas, baila en su homenaje en la mesa de Mirtha. Hay un país y hay una mayoría que celebra. Nuestro inmarcesible Diego, como tantas veces, va y viene. Hasta Charly García que recorre el país llamando a votar por Angeloz y había acuñado el término “Nemen” para no nombrarlo; el 30 de junio de 1999 termina grabando un disco en la residencia de Olivos, con el título Charly & Charly.

En esa tragedia, la sociedad se embarca a medida que van cayendo miles sin salvavidas. Los 90 se cargan a Walter Bulacio, la Embajada de Israel, Miguel Bru, el soldado Carrasco, la AMIA, Río Tercero, Teresa Rodríguez, José Luis Cabezas y anónimos y anónimas que nadie recuerda; mientras se apagaban centenares de Normas Plá, que llevaban su grito de “cuatro cincuenta” al Congreso.

Adiós a Carlos Menem, un hombre fundamental en el peronismo y la democracia 

¿Coquetea con los carapintadas? Si. ¿Termina con la insolencia castrense? También. Uno de sus aliados en campaña, Mohamed AlíSeineldín, encabezó el último alzamiento. Ahí hay que cargarle a nuestro protagonista un triple crédito en el manejo del joystick noventista: el fin de los amotinamientos; el final del servicio militar obligatorio; y la autocrítica de Martín Balza.

En ese haber donde todo se reduce a “no tuvo inflación”, hay que tomarse un tiempo para el núcleo de coincidencias básicas que consagra el voto directo, acorta el período presidencial, habilitó una reelección, amplía el período ordinario de sesiones del Congreso, crea el Consejo de la Magistratura, da rango constitucional a los tratados internacionales de derechos humanos, y reconoce las garantías de amparo, habeas corpus y habeas data. Abre la puerta al derecho a la iniciativa popular y la autonomía porteña; así como habla de consumidores, pueblos originarios y temas ambientales. Dos partidos populares y un acuerdo que deja una Constitución mucho mejor que las de 1949 o 1957.  

Dos períodos completos, una familia expulsada de Olivos por el jefe de la Casa Militar, la pérdida de un hijo. La repatriación de los restos de Rosas, Rolling Stones, Madonna, la convertibilidad, Xuxa, las tropas al Golfo, Alfano, Testarossa, las relaciones carnales, Swarovski, la venta de armas a Croacia, la Corte de Nazareno, la pista en Anillaco, la perpetuidad abortada. Revisionismo, frivolidad, exclusión, corrupción y consumismo; pero, por encima de todo, un cambio cultural que apuñaló a la Argentina de la movilidad social. El avance del Dios mercado y la pérdida de autonomía política en favor de la economía. Nuestra Belindia.

Quedaba tiempo para un casamiento bizarro. Una detención de 167 días por la venta ilegal de armas. Un 2003 donde -por un instante- fue el Mío Cid de Anillaco. Y un final electoral (2017) con el regalo más envenenado de su vida política, los imprescindibles fueros a cambio de una derrota en su tierra. Así lo despidieron.-