Cualquier puerta sirve para escaparnos. Cada vez más se trata de pensar menos, de ser menos responsables. Hemos aniquilado nuestra libertad entregando nuestra razón, donando a los lobos el sentido crítico.
Preferimos que otros decidan por nosotros; es más fácil, es más cómodo. Lo que hacemos es simplemente poner la firma y seguir huyendo. A eso hoy le llamamos pleno ejercicio del derecho a opinar. Cualquiera dice lo que la mayoría impone; la verdad no está invitada a la reunión. La verdad no importa.
El psicólogo Salomon Asch en 1951 realizó un experimento que tuvo una gran relevancia a nivel social por cuanto logró demostrar cuán lastimosamente sugestionable es el ser humano ante la presión social. La necesidad de ser aceptado es tan fuerte que ante una pregunta de respuesta sencilla y obvia dudamos y tememos incurrir en el error aunque haya evidencia clara para responder a eso. Nos cuesta controlar el temblor de quedar en minoría.
El esclarecedor experimento de Asch consistió en estudiar una población de 50 sujetos realizando una prueba “de visión” en un laboratorio. Colocó a un participante ingenuo en una habitación con otros siete “títeres” que los utilizó de señuelos. El participante tenía una tarjeta con la imagen de una línea y tres tarjetas más que reproducían aproximadamente esa línea; el sujeto debía decidir
cuál de las tres opciones de tarjeta -A, B o C- correspondían a la imagen del modelo. Estos señuelos ya sabían de antemano lo que contestarían. La prueba consistió en 18 intentos, y 12 de ellos fueron mal respondidos por ellos. Asch estaba interesado en ver si el participante ingenuo contestaría lo que contestó la mayoría o contestaría la respuesta alevosamente correcta. El único
verdadero participante era éste, no los otros que estaban predispuestos ya a responder erróneamente.
En el grupo control, es decir, en el grupo que no fue sesgado por este condicionamiento desde el principio, menos del 1% dio una respuesta incorrecta. Luego, al preguntarle al grupo experimental por qué se aceptó tan rápidamente la respuesta equivocada, las conclusiones fueron que no querían ser señalados de “raros” o de “peculiares” por sus pares, pero además admitían la
posibilidad de que quizá lo que había acordado la mayoría del grupo era efectivamente correcto y sus propias ideas eran las incorrectas.
Si bien a la luz de lo que son las rigurosidades científicas hoy el estudio no cumple con algunos requisitos, y por supuesto que hay limitaciones, es interesante ver cómo ya en los años 50 se empezó a estudiar de forma experimental la psicología de masas anticipando problemas que se convertirían pocas décadas más tarde en verdaderas tragedias colectivas.
Mucho de lo que tuvo lugar en el experimento de Asch nos ocurre a diario como miembros de una sociedad. Por supuesto, existen edades donde uno es más influenciable que en otras, por ejemplo, en la adolescencia, pero la presión de grupo es algo que igualmente nos persigue hasta el fin de nuestros días. ¿O acaso nadie se ha callado algo que piensa en un grupo por miedo al rechazo? ¿O nadie ha dicho algo que en realidad no pensaba expresar para recibir la aceptación? Más aún, ¿nunca dudamos de nuestros actos o decisiones cuando un grupo que nos importa opina en contra?
Somos fatalmente sociales y por eso nos va a importar mucho el juicio ajeno. Pero debemos saber también que este juicio de otros no siempre es correcto o fundamentado; muchas veces son deseos, idealizaciones, creencias erróneas, falacias sin ningún tipo de fundamento científico o fáctico, frustraciones de uno proyectadas en otro, o simplemente errores de apreciación. Por ser
el Otro, no quiere decir que tenga razón.
El buen ciudadano que camina por el mundo, el individuo que opina, que vota, que aplaude o que protesta tiene el mínimo deber de consciencia de preguntarse siempre si no estará siendo víctima de presiones sociales, si no estará concediendo a los demás un derecho que le pertenece, una parte de poder que no tiene por qué obsequiar a los que mandan, a los que gritan más fuerte, a los que hacen más ruido, a los que empujan, a los que hacen número y nada más que número en la vida.
Autoestima: salir de la matrix y alcanzar la mejor versión de nuestro ser
Un ejemplo a la mano es el peso de la ideología de género, que se ha puesto de moda en boca de políticos, educadores y juristas pero que científicamente no tiene validez ni pruebas; pero al amparo de la fabricadas mayorías del ruido arrastran opinión temerosa y obsecuente en todos los ámbitos con las consecuencias que ya conocemos. Aunque la realidad muestre una cosa, si el bullicio dice otra, el bullicio termina siendo verdad.
El problema no está afuera; está en nosotros.