OPINIóN
Análisis

El discurso del odio nació en 1810

Hoy en la Argentina apelar al discurso del odio está de moda. ¿Qué cosa es más condenable que alguien incite al odio? El odio es aideológico. Atrae, pega. Es difícil de rebatir.

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Revolucion de Mayo | Cedoc Perfil

Hoy en la Argentina apelar al discurso del odio está de moda. ¿Qué cosa es más condenable que alguien incite al odio? El comunismo ya no existe como alternativa, a pesar de la letanía del apelativo “comunista” que algún nostálgico agita anacrónicamente. “Facho” como insulto político es tan vago y ambiguo que no genera muchos atractivos. En cambio el odio es aideológico. Atrae, pega. Es más difícil de rebatir.

El discurso del odio volvió a estas playas vía el “hate speech” globalizado. A pesar que nosotros teníamos ya nuestro propio formato doméstico.

Volvemos a un clásico argentino: Juan Agustín García. Fue Fernando Devoto, gran historiador argentino, quien me acercó sus textos. Luego fue difícil no tenerlos cerca.

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El virus del odio está infectando la vida política, social, cultural

García, ensayista filoso, aristócrata por vocación y sentimiento, inconformista con su clase social y su país. Su vida pública fue múltiple. Ministro de Hacienda de Miguel Juárez Celman, camarista en el fuero federal, profesor de derecho, dramaturgo y sobre todo, uno de los fundadores de la sociología argentina.

Un escrito suyo lleva el título “A través del odio” que integra uno de sus libros medulares: “Sobre nuestra incultura”. El origen del odio en la vida pública criolla está para el autor en la Revolución de Mayo. Es un odio ramplón, que arrastra ardides, trapisondas y jugadas insidiosas urdidas con baja estofa, pero con consecuencias trágicas.

Grupos de odio en Argentina

Su afirmación es lapidaria: “Moreno y Saavedra abren el museo del odio en nuestra historia argentina”. Y avanza a paso redoblado: “es un odio muy sugestivo y que tiene la virtud de permitirnos entrar en contacto con esos próceres, en su intimidad, y suprimidas todas las frases de los discursos políticos, que ocultan siempre el personaje real”.

Los dos personajes se contraponen. García toma decididamente partido por Cornelio Saavedra. Para él es la personalización de la moderación. Rescata su carácter conciliador que aborrece de los actos sanguinarios. Saavedra, un miembro de la elite criolla que devino militar luego de la Primera Invasión Inglesa, se destaca por un temperamento contemporizador.

Odio y podio

Moreno, por el contrario, es la exacerbación de las pasiones. Un abogado que ordena ejecuciones desde un escritorio. Es un Alonso Quijano que conforma el mundo a partir de los libros que lee. La descripción que hace García sobre Moreno es tajante: “si vive y manda, habríamos tenido un período más o menos largo de fusilamientos y degüellos. Todos estos histéricos y desequilibrados de la historia son temibles”.

El choque entre Saavedra y Moreno va a ser mutuamente destructivo. Moreno sale rápido de la vida pública. Un viaje a Gran Bretaña y su muerte dudosa en altamar. Saavedra será desplazado como presidente de la Junta Grande cuando estaba en Salta. Las autoridades de Buenos Aires ordenarán su prisión e iniciarán causas sobre él. Exilios externos en Chile y Montevideo e internos en su estancia lo desplazarán hacia los márgenes. En ningún momento iniciará rebelión alguna ni intentará retomar su liderazgo en el Regimiento de Patricios. Morirá en Buenos Aires en 1829.

Cortinas de odio o de humo

García cierra su escrito con una afirmación que hace de la historia argentina un presente inconmovible: “en el año 10 viene la transformación de todos los sentimientos públicos y privados. El odio aparece en forma algo cruel al día siguiente de la crisis. Su estilo, sus modalidades, son distintos. Las pasiones sueltas aprovechan la libertad para expandirse, sin ningún disimulo. Entramos en la época de los odios desagradables, crueles, que se expresan en términos brutales”.

Apelar al odio no es nuevo ni original. Quienes lo hacen hoy debieran adentrarse en el pasado argentino con intenciones genuinas de superar los enconos y dar cuenta de décadas de conflictos que por temporada afloran o se sumergen. Quienes siguen azuzando aviesamente el uso del odio -siempre observado en un bando ajeno- podrían ser parte del problema al retroalimentar el sentimiento que aspiran a erradicar. La historia argentina en este punto es implacable.


* Christian Schwarz. Dr. en Sociología (UCA). Docente UCA, UNTREF, UCES.