Es frecuente hoy en día el uso del calificativo “feudal” cuando se refiere desde Buenos Aires a algunas provincias del Interior de la Argentina. El término está generalmente asociado a la política. Así, un gobernador es un “señor feudal” y la provincia que gobierna, un “feudo”.
El uso corriente de estos adjetivos en los medios de comunicación confunde más que aclara. Hay una imagen por detrás de un señor gobernante latifundista que fuma un cigarro en la galería del casco de estancia (”sala” en el Norte) mientras da órdenes a subordinados varios con gritos y ostentación de armas y chicotes.
La claridad escasea cuando se quiere explicar por qué una provincia o un gobernador son “feudales”. A grandes rasgos, el término se gatilla automáticamente cuando se apunta a alguna provincia del Noroeste o del Noreste argentinos. Sin embargo, también puede asomar una referencia a algún distrito de Cuyo e incluso de la Patagonia. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, partes de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos parecieran estar libres de tal asignación. El conurbano bonaerense tiene un trato nobiliario que lo distingue: hay “barones”. El término “feudal” se aplicaría a lo que está más allá de la Pampa Gringa, a excepción de Mendoza, por caso.
Salta, Corrientes, La Rioja, La Pampa, Neuquén o Santa Cruz serían “feudales”, a pesar de ser muy distintas entre sí. Lo “feudal” funciona en sociedades aluviales patagónicas con tradicionales norteñas; administraciones de partidos provinciales, peronistas o radicales son indiferentes al término; índices de pobreza alarmantes y niveles aceptables de vida conviven en la misma colección.
En general se utiliza “feudal” cuando se quiere designar a algún distrito argentino donde hay un grado apreciable de concentración de decisiones en el poder ejecutivo provincial; altos niveles de empleo público; reelección indefinida del gobernante; una sociedad civil débil; altos grados de arbitrariedad por parte de las fuerzas de seguridad locales; opacidad en los actos eleccionarios y/o campañas previas; poca actividad económica genuina; borrosidad entre poder político y económico; nepotismo en la administración pública; y ataques sistemáticos a medios y periodistas críticos.
El feudalismo original tiene poco que ver con este paisaje descripto. En pocas palabras podemos decir que el sistema feudal se fundaba en Europa en base a una economía rural, donde habitaban un señor y los siervos. El sistema social partía de relaciones personales sofisticadas entre un soberano y sus vasallos y los señores, siervos, campesinos y libertos.
Si nos detenemos en un punto del orden feudal, la organización territorial en torno a un distrito pequeño y sin ausencia de un Estado-Nación fuerte, no podemos apelar en la Argentina actual al término “feudo”. O al menos, no fácilmente. Si el gobernador de Catamarca fuera un “señor feudal”, estamos admitiendo que el problema no es de la provincia únicamente, sino de la Argentina. El país sería “feudal”. El problema estaría en la no vigencia plena de la Constitución Nacional o del Estado de Derecho en todo el territorio argentino. Es un problema de la organización nacional que acepta algunos grados de administración local autónoma de corte particular y no deseable. La cuestión sería entonces cuánto nivel de federalismo estamos dispuestos a considerar.
En vez de “feudalismo” deberíamos utilizar términos más apropiados. El uso de recursos económicos y políticos borrosos y arbitrarios es adecuadamente explicable mediante términos como patrimonialismo, clientelismo, prebenda, privilegio o caudillismo.
Pero bueno, antes que nos pongamos de acuerdo, debo decirle a mis siervos que terminen de lustrar mi armadura, ensillar mi caballo, cargar las alforjas de charqui y aloja, ya que debo partir a Santiago del Estero para participar en un torneo contra un tal “Áybanjou” o cómo se llame.
* Christian Schwarz. Dr. en Sociología (UCA). Docente UCA, UNTREF, UCES.