Los estudios sobre los cambios en la organización de las sociedades humanas hablan de una Prehistoria para luego pasar a las Edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Cada una superando a la anterior. Así nuestra Edad Contemporánea se benefició con los aportes del Renacimiento, la Reforma Luterana, el Liberalismo político y la Ilustración ocurridos durante la Edad Moderna, a lo que suma avances políticos institucionales propios con las revoluciones de Estados Unidos y Francia.
Y cuando se analizan las formas de organizar la actividad económica tenemos la secuencia de modos de producción esclavista, feudal y capitalista; cada uno mejorando las condiciones materiales del anterior e incorporando nuevos derechos en las relaciones sociales de producción. Así, mientras el modo esclavista significó la negación de toda forma de libertad para los que trabajaban para otros; en el modo feudal los campesinos eran considerados siervos de la gleba, pero con algunos derechos inexistentes en la esclavitud, como el de no ser vendidos como cosas, o el de quedar libres si escapaban del feudo y permanecían un año y un día fuera del mismo. Por su parte el capitalismo aumenta exponencialmente la creación de bienes y servicios, además de sentar las bases para la existencia de ciudadanos libres, al diferenciar la persona de su fuerza de trabajo, la que se vende en el mercado como una mercancía más.
Pero la marcha de la historia no es lineal y suelen aparecen episodios que buscan retrotraer las cosas a una etapa ya superada, como fue el caso del ludismo que en los inicios del siglo XIX destruía las máquinas que sustituían sus empleos. Y en esa óptica pueden verse los movimientos que al calor de la revolución rusa establecen dictaduras que socializan los medios de producción, retrocediendo tanto en la capacidad productiva como en las formas democráticas de gobierno. Lo que ha sido criticado también por corrientes ideológicas próximas a esas revoluciones. Un ejemplo proviene de otras versiones del materialismo histórico, más ligadas al trotskismo, que le niega el carácter de avance revolucionario para llamarlo simplemente “Capitalismo de Estado”, al entender que mantiene las formas de explotación aún cuando los medios de producción estuvieran en manos del Estado.
En esta perspectiva es interesante observar lo que ocurre en varias de nuestras provincias, donde en pleno siglo XXI existen formaciones sociales que rechazan las formas capitalistas de producción bajo una estrategia de dominación próxima a la de los señores feudales. Algo que podría llamarse “Feudalismos de Estado”, con ejemplos paradigmático como los de las provincias de Formosa y Santiago del Estero, exhibiendo largos períodos de dominación a través de un mismo gobernante o de dinastías de matrimonios que se turnan en el Poder.
Formas feudales que se apoyan en un modelo económico que no deja paso al capital privado, provocando falta de empleos y ausencia de ingresos que permitan la supervivencia. Ante este hecho las personas con mayores aptitudes laborales y con mayores aspiraciones de cambio migran a otras zonas del país; lo que hace que en la provincia quede una población reducida y con predominio de personas con menores aspiraciones que se conforman con cualquier oferta que les llegue desde la política; entre ellas los planes sociales y el empleo público. Esto lleva a un voto cautivo que permite sucesivas reelecciones. Con la Nación aportando buena parte de los recursos necesarios para sostener esa estrategia; lo que convierte al gobierno nacional en cómplice del atraso, a cambio del apoyo de los parlamentarios del feudo en el Congreso de la Nación.
Y como en el feudalismo original, los “siervos” que migran del feudo provincial recuperan su libertad al “escapar” ahora a otra provincia más desarrollada. Con la ventaja de no necesitar que pase un año y un día para empezar a ejercerla.
*Sociólogo. Club Político Argentino.