OPINIóN
Análisis

Las boletas electorales y la moneda exponen la debilidad del Estado argentino

Los políticos desconfían mutuamente entre ellos y no pueden llegar a implementar una boleta electoral única a nivel nacional. ¿Por qué? Porque no confían en que el Estado administre las boletas.

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El Estado en la Argentina se asemeja a la práctica de la medicina alternativa o new age. Muchos hablan de sus bondades y alaban el uso de terapias no oficiales, pero “cuando las papas queman” bien vale un médico con diploma reconocido y al menos veinte años de profesión.

La apelación al Estado tiene también mucho de actitud estética. Hay que exaltar “un Estado presente” más porque “queda bien”, porque hace a “una vida bella” que por razones que hagan a su confianza.

Vamos a cuestiones medulares. Es un país donde el grueso de las fuerzas políticas sostiene que debe haber un Estado activo en la sociedad. Sin embargo, los políticos desconfían mutuamente entre ellos y no pueden llegar a implementar una boleta electoral única a nivel nacional. ¿Por qué? Porque no confían en que el Estado administre las boletas. El Estado en gran parte está gestionado por grupos que desconfían de la imparcialidad estatal.

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Nos referimos a las boletas electorales. El instrumento concreto a partir del cual se dilucida quien es presidente, gobernador, intendente, senador, diputado, concejal. En eso no hay aún acuerdo nacional o que abarque a todos los distritos. No entramos en el detalle si conviene una boleta única de papel o voto electrónico. Personalmente prefiero lo primero. Hablamos sobre que no hay un acuerdo sobre una cosa muy pequeña que permite la distribución de cargos. La base misma de la relación entre los políticos y los ciudadanos.

¿Qué es lo que prefieren los políticos? La privatización de la gestión de las boletas electorales. Cada partido prefiere diseñar sus respectivas boletas y distribuirlas con anterioridad a la elección. Sí se han puesto de acuerdo en que el financiamiento de impresión de tales boletas sea estatal y no privado.

La desconfianza hacia el Estado asoma también en los propios políticos al momento de preservar los fondos públicos como sus ahorros privados. No hay que bucear mucho en la historia para recordar que algún gobernador se jactaba de tener los fondos provinciales muy seguros en el exterior y en moneda no argentina, lo cual le garantizaba surfear las inclemencias de las olas de la política criolla. Eso era exaltado como señal de sabia administración de la cosa pública.

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Muchos funcionarios y representantes del pueblo, más allá de cualquier administración, ofrecen declaraciones juradas con ahorros en moneda extranjera, algunas veces depositados fuera del país. ¿Es eso motivo de algún grado de impugnación? No. Es ampliamente aceptado que desconfían de los vaivenes del propio Estado del cual son administradores.

No es raro presenciar sesiones extensísimas en el Congreso marcadas por escándalos y acusaciones de corte teatral que derivan en la sanción de leyes, varias de las cuales no serán acatadas por los mismos congresistas que tanta energía gastaron en el recinto para impulsar el proyecto. Espectáculo de drama o comedia.

Quien analiza estas habitualidades de la política argentina desde el punto de vista académico suele recurrir al Dilema del Prisionero: cada agente, cada político o funcionario privilegia su beneficio sectorial, lo cual arrastra un gran desmadre hacia la sociedad toda.

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Desde el llano, se señalará la poca solidaridad presente en la sociedad argentina y sus funcionarios. Espíritus un poco más sofisticados y que recorren los senderos de la ironía y el sarcasmo apelarán a Les Luthiers o a los británicos Monty Python para marcar hipocresías y contradicciones.

Es necesario recalcar que en este sentido no hay un estamento político que se diferencie de la sociedad en su conjunto. De modo fractal, la misma cultura no cooperativa puede encontrarse en un consorcio de un edificio o en una asamblea de un club. Todos somos políticos en menor grado.

No hay boleta única en las elecciones y no hay moneda porque los impulsos sociales son más profundos. El gato y el cascabel no se cruzan sólo en la política. En la vida cotidiana de los comunes no hay gran diferencia.

 

* Christian Schwarz. Dr. en Sociología (UCA). Docente UCA, UNTREF, UCES.