El 18 de julio se convirtió en un hito peculiar: señala el final de un fenómeno que ya dejó de existir hace rato y que sin embargo no terminará en muchos otros sentidos. Tamaña paradoja sólo puede ser entendida apelando a ciertos mecanismos arraigados en nuestras mentes que se ponen de manifiesto y se exacerban en momentos de crisis profundas como la que estamos viviendo.
Para entender por qué la cuarentena dejó de existir hace rato basta salir a la calle en cualquier barrio más o menos populoso del AMBA y comparar esa postal con las imágenes de la primera fase de la cuarentena allá por los finales de marzo. Hay más gente en las calles, más negocios abiertos, más circulación de vehículos, grupos de personas reunidas, entre otros comportamientos que no se observaban en los comienzos.
Sin abrir un juicio de valor sobre si eso está bien o mal, o sobre los motivos que llevan a esas diferencias, lo que salta a la vista es una conclusión evidente: no estamos hablando de un mismo comportamiento de las personas. La cuarentena de finales de marzo no es la misma que la cuarentena de comienzos de julio, y, por lo tanto, ¿por qué llamar de la misma manera, con un único término confuso, a cosas que son bien distintas? Desde el punto de vista comportamental, deberíamos hablar de medidas restrictivas de diferentes intensidades y cualidades. Esta diferencia terminológica, no es un mero tecnicismo, porque tiene implicancias futuras. Así como terminó de hecho la cuarentena estricta hace mucho, las restricciones proseguirán en muchas áreas de nuestras vidas y debe ser así si queremos que la pandemia no nos arrase.
La cuarentena de finales de marzo no es la misma que la cuarentena de comienzos de julio, y, por lo tanto, ¿por qué llamar de la misma manera?
Las consecuencias de una flexibilización no controlada se pueden cotejar en muchos países donde el costo en términos de vidas perdidas es abrumador. Por lo tanto, el supuesto final de la cuarentena es en realidad la prolongación de un conjunto de medidas de seguridad que deben ser reforzadas más que nunca desde el punto de vista del comportamiento social. El distanciamiento físico óptimo, el lavado frecuente y oportuno de manos, el uso correcto del barbijo, la detección temprana de casos, el aislamiento certero en caso de contagios, el evitar contactos prolongados en espacios cerrados, el prescindir de reuniones numerosas o innecesarias, por nombrar algunas. Así el debate centrado en un término cristalizado y reificado nos ha hecho perder de vista que entre la cuarentena estricta y la flexibilización salvaje hay un continuum de medidas de protección que es necesario continuar diseminando y reforzando, y sobre las que deberíamos ponernos de acuerdo.
Soltar la cuarentena es entrar en otro desafío complejo: cómo lograr que las personas se ajusten lo más posible a las conductas deseables desde el punto de vista sanitario. Y ese es un objetivo muy difícil en materia psicológica. Para lograrlo se necesita más y mejor comunicación, estrategias comportamentales, modificaciones arquitectónicas, soluciones tecnológicas, entre otras contribuciones necesarias. Porque detrás de la cuarentena, se esconde el comportamiento humano en toda su complejidad.
¿Pero entonces por qué quedamos atrapados en una dicotomía inconducente entre cuarentena sí y cuarentena no, cuando lo que importa es otra cosa? Para entender esto podemos invocar algunos sesgos que afectan nuestro modo de pensar. Uno de ellos, el razonamiento motivado, nos dice que cuando un tema, en este caso la cuarentena, se vuelve eje de una disputa política, ideológica o religiosa, y las posiciones sobre el tema se convierten en insignias que identifican a los bandos opuestos, luego el tratamiento de la información y el debate se procesan de un modo particular; cada grupo atiende a los argumentos que justifican su posición y descarta la información que la contradice. El resultado es la polarización de puntos de vista.
Otros temas científicos, como el cambio climático, han generado en su momento fenómenos análogos. Otro sesgo que oscurece el debate es el llamado efecto de falso consenso. Cuando caemos bajo este efecto, las personas creemos que nuestro punto de vista es compartido por la mayoría de las demás personas, que somos representativos del pensar común. Esto lleva a considerar como obvias nuestras posiciones y a no poder tomar como válidos los puntos de vista de aquellos que no coinciden, lo cual empobrece el debate y cierra la posibilidad de acuerdos.
La realidad socioeconómica es el motivo principal por el cual hay que salir de la dicotomía. Pero tengamos en claro que eso no aliviará todos nuestros males
También el pensar que nuestros males se aliviarán de manera automática con la flexibilización de la cuarentena muestra nuestro sesgo optimista. En un estudio que realizamos desde el Instituto de Neurociencias Cognitivas y Traslacionales (Conicet-Fundación INECO-Universidad Favaloro) sobre la salud mental y la pandemia entre los últimos días de mayo y comienzos de junio en toda la Argentina, cuando existían ya diferencias notorias entre diversas regiones del país en cuanto a la flexibilización de las medidas de restricción, encontramos que no existían diferencias entre el nivel del malestar psicológico experimentado por las personas de la región del AMBA versus las personas que habitan otros territorios del país: todos más o menos de forma similar están bajo un estado de estrés. Ergo, el malestar continúa más allá de la hipotética cuarentena. Claro está, si alguien necesita trabajar y estaba imposibilitado de hacerlo hasta el momento, la flexibilización llevará alivio y es fundamental que así sea.
La realidad socioeconómica es el motivo principal por el cual hay que salir de la dicotomía. Pero tengamos en claro que eso no aliviará todos nuestros males. No hay duda de que las medidas restrictivas causan malestar, pero también es cierto que las circunstancias globales de la pandemia causan sufrimiento psíquico de por sí, porque nuestras vidas dejaron de ser las mismas y no volverán a serlo en el corto plazo. Recuperar nuestros trabajos, que nuestros hijos vuelvan a clases, volver a nuestros deportes, a nuestras salidas, entrar y salir relajados de casa, ir a donde queremos, caminar por la calle sin miedo, son todos objetivos por delante, territorios a reconquistar. En algunos casos, la tarea será más ardua, cuando el Covid-19 se haya llevado algo muy valioso para nosotros, sin vuelta atrás. Por ello, y hasta tanto todo eso no ocurra, estamos y estaremos golpeados en nuestra psiquis más allá de la cuarentena y hay que prepararnos para el duro camino que nos queda. La salud mental será un tema fundamental de la agenda de aquí en adelante.
*Director del Instituto de Neurociencias y Políticas Públicas Fundación Ineco.