Ayer, a media tarde, muchos tanques y otros vehículos de las fuerzas armadas empezaron a circular entre la Plaza Colón y la estación de Atocha de Madrid, despertando a quienes caminaban por el largo Paseo del Prado, asombro, curiosidad y, lógicamente, inquietud. En las redes empezaron a circular mensajes de todo tipo, incluidas las alertas de aquellos que se manifiestan en estos días, quemando contendores y destrozando todo lo que encuentran a su paso en una clara reivindicación de su libertad de infectar.
En Madrid, Barcelona y Burgos, por solo señalar tres ciudades, al caer las tardes del puente de Todos los Santos, han salido manifestantes a las calles –pocos, por cierto–, a protestar de manera violenta contra todas las medidas que el Gobierno nacional y las comunidades han tomado ante el ascenso vigoroso de contagios de la covid-19. En todas las ciudades hubo detenidos, heridos, tanto policías como manifestantes, y mobiliario urbano destruido. La policía dice que son actitudes minoritarias, sin coordinación ni filiación política. Desde Podemos, partido que forma parte de la coalición de Gobierno, se señala a la extrema derecha y el Partido Popular, reclama explicaciones al ministro del Interior quien parece relativizar los hechos.
Lo cierto es que ayer, al aparecer los tanques en la zona del Prado, desde organizaciones de la derecha radical hubo un rechazo en las redes a la presencia militar, vinculándola con la represión a las movilizaciones. No poca fue la sorpresa cuando se comunicó oficialmente que los efectivos militares estaban allí para el rodaje de una nueva serie dirigida por Alejandro Amenábar para Movistar+.
La confusión que provocó este incidente se suma al mareo que generan las medidas originadas por el nuevo estado de alarma –que tendrá vigencia hasta el 9 de mayo– y que cada comunidad tiene potestad para aplicar según sus criterios, una vez superada las consultas pertinentes con las autoridades sanitarias nacionales: ayer Asturias solicitó el confinamiento y, de momento, le ha sido denegado. Pero Madrid es diferente. Aquí no tenemos cerrada la comunidad por dos semanas como en casi todas las demás regiones sino por períodos intermitentes. Este puente la comunidad ha estado aislada pero desde la medianoche se ha abierto la entrada y salida del territorio y se volverá a clausurar el próximo viernes en el que se inicia del puente de La Almudena, una fiesta religiosa local. Además, tenemos barrios y poblaciones cerradas, con lo cual, no todos sabemos si, en determinadas zonas de la ciudad podemos cruzar o no una calle. La actividad se paraliza a medianoche y se vuelve a liberar a partir de las seis de la mañana. La noche del sábado pasado, noche de Halloween, fue de los más disparatada ya que pasadas las doce, aún se veían por las calles a los rezagados en busca de un refugio y a la policía aplicando multas.
Así están las cosas: confusión y malestar pero, por encima de todo, cansancio y ganas de algo imposible de alcanzar: terminar con esta pesadilla que nada tiene que ver con las de Halloween.
La disyuntiva ya no es si se privilegia a la economía por encima de la crisis sanitaria, la cuestión que se empieza a discutir es por la evidente crisis psicológica de un país, un continente, extenuados. No podemos volver al marco de la cuarentena inicial porque no hay resistencia psíquica para la misma. Al menos así se empieza a valorar. Ayer Angela Merkel anunció a los ciudadanos alemanes que se ve en la obligación de decretar una serie de medidas que entraron en vigor en el mismo momento de ser expuestas: cierran bares, gimnasios y museos; los restaurantes solo pueden vender comida para llevar y únicamente se permiten desplazamientos para ir a trabajar o a los colegios. La canciller le ha dicho a los alemanes que asume sus "dudas, rechazo y escepticismo" (palabras literales) pero que la situación es extrema. También dijo, para atenuar el descontento civil, que el país posee recursos económicos que no se limitarán en ningún caso para garantizar la estabilidad de todos. No es poca cosa.
En lugares como Austria y Francia, hoy tienen, además de la crisis sanitaria en su máxima expresión, los atentados yihadistas que no cesan y que empiezan a expandirse como el virus, también con letalidad y la imposibilidad de control alguno. Un correlato que, allí donde se vive, circula paralelo al de la covid-19 y que, desafortunadamente, se convierte en un correlato objetivo porque también proyecta muerte, indefensión e imprevisibilidad.
El otro correlato que ya está instalado y que pende sobre nosotros hasta que se resuelva es el de las elecciones estadounidenses. Hoy aquí no se habla de otra cosa. Tal es la atención hacia los Estados Unidos, que el periódico digital más leído tiene abierta, fija en su portal y como principal contenido, una guía para seguir las elecciones: «Qué mirar para saber si Trump está perdiendo o no». El titular lo dice todo.
Si Trump gana hoy, será un correlato de la covid-19 que quedará instalado ad infinitum, porque juntos, el virus y su nuevo mandato, nos cambiarán la vida para siempre.