OPINIóN
Columna de la UB

Los biocorredores urbanos de especies nativas son esenciales para la biodiversidad

La Ciudad de Buenos Aires, como reflejo de la situación del país, presenta un predominio alarmante de plantas exóticas. Una consecuencia directa es la pobreza de mariposas y aves. La baja diversidad biológica torna más vulnerable al bosque urbano para sobrevivir a un escenario cambiante que le ofrece el calentamiento global.

Tala de árboles Capital Federal
Tala de árboles en Capital Federal | víapaís.com.ar

La Organización Mundial de la Salud y la Secretaría del Convenio sobre la Diversidad Biológica de la Naciones Unidas han documentado el creciente bagaje académico que relaciona la biodiversidad con el bienestar humano. Alertan sobre la necesidad de contar con vida silvestre accesible a los habitantes de las ciudades.

Para mejorar la superficie y riqueza de la naturaleza urbana se están instrumentando mediciones seriadas a fin de evaluar los avances en el enriquecimiento biológico de las ciudades. Por ejemplo, el índice de Singapur sobre la biodiversidad de las ciudades es una herramienta de autoevaluación pionera diseñada para comprender cómo pueden mejorarse los esfuerzos de conservación de largo plazo. Uno de sus indicadores es el incremento de la presencia de grupos de especies nativas entre los árboles de una ciudad.

El arbolado urbano puede ser tomado como un indicador de referencia de la biodiversidad local. Los programas de forestación urbana en América del Norte están priorizando el uso de árboles nativos. El Plan de Infraestructura Verde y Biodiversidad de Madrid prioriza aquellas especies autóctonas adaptadas al clima local, con menor consumo de agua y resistentes a los extremos climáticos, y que ofrecen alimento y refugio a la fauna. El Plan Director del Arbolado de Barcelona 2017-2037 se plantea como uno de sus retos o metas alcanzar un patrimonio arbóreo biodiverso. En Río de Janeiro, la mitad de las especies arbóreas en las veredas es nativa. El proyecto de Ley de Arbolado e Infraestructura Verde de Chile, actualmente en proceso parlamentario, fija alcanzar en cada ciudad un mínimo de 50% de los ejemplares con especies nativas de la ecorregión a la que pertenece la comuna.

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Disminuye la cantidad de gorriones en las calles de Buenos Aires

Si bien se presentan proporciones diferentes de especies nativas en el arbolado urbano en el mundo, es clara la tendencia actual a aumentar la cantidad y diversidad de este grupo, clave para lograr mayor capacidad de adaptación al cambio climático.

Sin embargo, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como reflejo de la situación del país, presenta un predominio alarmante de plantas exóticas. El censo del arbolado público porteño de 2017-2108 concluye que apenas un 2% de los ejemplares son nativos de la región. A pesar de contar con 48 árboles nativos, sólo la mitad de las especies está representada en veredas y espacios verdes y suma el 5% de las utilizadas. Una consecuencia directa de ello es la pobreza de mariposas y aves, indicadores del estado general de la vida silvestre. La baja diversidad biológica torna más vulnerable al bosque urbano para sobrevivir a un escenario cambiante que le ofrece el calentamiento global.

Buenos Aires, como capital federal de la Argentina, es un referente del desarrollo urbano regional, en un país donde 9 de cada 10 personas habitan ciudades. Por ello resulta estratégico ensayar un modelo sustentable.

Polémica por la tala de un árbol en una plaza de Villa Crespo

Desde que iniciamos el proyecto de Biocorredores Urbanos en la Universidad de Belgrano, en 2019, fuimos comprendiendo que resulta una herramienta práctica para sumar naturaleza a la ciudad. Un rosario de jardines y espacios verdes con plantas nativas brindan un hábitat sinérgico para la fauna que puede llegar a ellos. Aquí resulta clave contar con “conectores” o rutas que unan los parches silvestres de la ciudad. La geografía urbana ofrece el arbolado de veredas que, bien constituido, puede resultar en una forestación continua entre un nodo de alta biodiversidad y otro.

El cambio climático y la comprensión del valor sanitario de la biodiversidad nos brindan un nuevo escenario, para el que debemos volver a pensar las ciudades. Como los biocorredores urbanos son un mecanismo posible para sumar flora y fauna, nuestra propuesta está direccionada a enriquecer con especies nativas los espacios verdes públicos y jardines privados. El otro componente son los conectores. Allí debemos volver a pensar las veredas: ampliar los canteros y consolidar una galería arbórea con nativas.

La comunidad internacional ha consensuado las “Metas de Aichi del Plan Estratégico para la Diversidad Biológica”, que se están reformulando para el 2030. Uno de sus objetivos es “mejorar la situación de la diversidad biológica, salvaguardando los ecosistemas, las especies y la diversidad genética”. Como jurisdicción autónoma dentro de un país federal, sería razonable que la ciudad de Buenos Aires se planteara metas concretas en temas de biodiversidad.

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Dado su valor estratégico en los biocorredores, una meta posible sería completar para el 2032 el elenco de flora arbórea nativa en espacios públicos. Para fijar un horizonte medible, se podría añadir que cada comuna porteña debe contar con al menos diez ejemplares de cada una de las 48 especies nativas de porte arbóreo. En la medida que estos árboles estén en espacios públicos, serán semilleros para proveer a viveros y ciudadanos, resolviendo así una de las limitantes actuales para alcanzar la producción deseada.

La otra meta podría estar dada en mejorar la proporción de ejemplares de árboles nativos. En los próximos diez años, entre las reposiciones, se deberían completar las canteras vacías en las veredas, sumar las faltantes y restaurar con nativas los bosques invadidos por especies exóticas en reservas naturales. Si, para el 2032, la mitad de los árboles que se planten son nativos, estamos hablando de 6.500 ejemplares por año. Una fortaleza local es la escala alcanzada por el conjunto de viveros especializados en árboles nativos en la región metropolitana, los cuales pueden garantizar esta provisión anual. Desde ya, una planificación participativa podría arrojar otro valor, pero lo cierto es que de cumplirse este planteo llegaríamos a 2032 con el 13% del arbolado nativo, lo cual todavía resulta un valor bajo.

El mundo está demandando cambios y debemos proponernos metas medibles. Los árboles nativos mejorarían la conexión de la fauna entre grandes espacios verdes y reservas urbanas. Sería esperable un aumento de mariposas, dado que estos árboles son las nutricias de sus orugas. La interpretación de estos árboles como recursos ligados con nuestra cultura resulta en un enriquecimiento al alcance de la mano para las escuelas. El disfrute que generan plantaciones colectivas y el cuidado de estos ejemplares también sería posible de medir como bienestar humano.

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Los componentes de la solución posible son abrevar en la ciencia, plantearse metas alcanzables, abrir la participación ciudadana y monitorear los avances en términos biológicos y sociales. Buenos Aires tiene la capacidad para lograrlo y resultaría un modelo estimulante para otras ciudades del Cono Sur. La naturaleza, al igual que las personas, funciona en red. Los biocorredores regionales resultarían una estrategia atractiva para potenciar estas medidas si logramos llevarlos a escala de la región metropolitana.

 

* Eduardo Haene, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Belgrano.