Suscita discusión cualquier lista de los grandes momentos de la humanidad. Podría pensarse en incluir el momento que Buda se iluminó, la primera computadora que creó algo por sí misma, el momento en que Colón pisó tierra del otro lado del océano, el día que se conectó la máquina de vapor a una máquina de coser, cuando alguien grabó algo en una tabla y otro entendió qué quería decir, la tarde de la crucifixión de Jesucristo, la noche en que se acercó carne al fuego para poder comerla, la aplicación de la primera vacuna que detuvo una epidemia, cuando se usó un banco de juncos para navegar, el primer libro salido de una imprenta, la primera vez que se sembraron semillas.
¿Cómo evitar el primer paso que un hombre dio en la Luna? Y sin embargo si hubiera que elegir, ¿preferimos ese “gran salto para la Humanidad” de Neil Armstrong, o terminar con la indigencia?
Utopía. China, el país más poblado del mundo con más de 1.300 millones de personas, anunció recientemente que ha acabado en su población con la pobreza extrema, definida por menos de 1,66 dólares por día para cada persona, similar a lo que en Argentina consideramos indigencia.
Difícilmente el 2020 no será recordado como el año de la pandemia, y difícilmente será recordado como el año en que la sociedad que representa un quinto del total mundial de la población superó la Indigencia.
En un mundo que parece empeñarse en cumplir las profecías distópicas, el logro de China roza la utopía
Visto desde una perspectiva más amplia y optimista, podría pensarse en el año en que la humanidad empezó a superar la pobreza. Para eso, debería tenerse la esperanza de que la hazaña china pertenece a toda la humanidad, y de que es un primer paso. La marcha del capitalismo parece haber tenido entre sus sustentos la creación, mantenimiento y expansión de la pobreza. También los diversos socialismos tuvieron sus pobrezas, pero desde las últimas décadas del siglo XX, el socialismo chino comenzó a superar el problema cuya solución podría representar un objetivo enorme para cualquier sociedad. En un mundo que parece empeñarse en cumplir las profecías distópicas, el logro de China roza la utopía.
Sin embargo, la noticia no tuvo lugar en ninguna tapa de un diario fuera de China.
Cultura. La pobreza no es un asunto sujeto a la relatividad cultural, ni subjetivo en ningún sentido, sino que está medida por índices acordados por los países y utilizados por organismos globales, como el Banco Mundial.
Las razones del asombroso silencio ante el logro chino podrían buscarse, por un lado, en la confrontación entre China y Estados Unidos, que se juega también en el escenario simbólico. La ferocidad de la campaña para desprestigiar la imagen de China llega a no reconocer una conquista que excede a China para alcanzar la dimensión humana. Por otro lado, pese a las declamaciones de todo tipo, quizás no todos los países desean realmente la superación de la pobreza.
Puede considerarse que las bases para la superación de la indigencia fueron sentadas desde el establecimiento de la República Popular en 1949, por el movimiento comunista liderado por Mao Zedong. En aquel momento, la enorme mayoría de la población era miserable y analfabeta. En 1976, cuando murió Mao, la mayoría de la sociedad aún sufría carencias, pero la alfabetización había sido exitosa, se habían desarrollado la industria, la ciencia y la tecnología, y la reforma agraria había terminado con la sobreexplotación de los campesinos. China estaba preparada para engancharse a la globalización y sacarle partido con una dimensión gigante, mano de obra calificada y disciplinada, infraestructura, y un gobierno decidido a ser absolutamente pragmático en los negocios.
Con la Reforma y Apertura de 1979, la China de Deng Xiaoping comenzó a salir de la grisura e inició su ascenso. La expansión de la economía alcanzó un ritmo acelerado y exorbitante, con sus décadas de crecimiento anual cercano al 10%, que hoy coloca al país en la vanguardia mundial junto a Estados Unidos.
Los ingresos reales per cápita de China se incrementaron 16 veces de 1978 a 2014
Razones. Desde el comienzo del proceso, Deng Xiaoping tomó distancia de algunas posiciones del período maoísta al afirmar que la igualdad en el socialismo no imponía la condición de la pobreza generalizada, sino que, exactamente al contrario, el objetivo del socialismo era una equidad social sin pobres.
La enorme creación de riqueza en China fue distribuida de dos maneras. Por un lado, un sector social se vio generosamente favorecido, con lo que se creó una impactante desigualdad. Sin embargo, esto no tuvo como contrapartida el empobrecimiento del resto de los sectores, sino que toda la sociedad se vio beneficiada por la distribución de los resultados del desarrollo económico.
Fue así que los ingresos reales per cápita de China se incrementaron 16 veces de 1978 a 2014, según cifras del Banco Mundial, que en ese 2014 informó que más de 800 millones de chinos habían salido de la pobreza desde 1980. Hoon S. Soh, líder del programa de política económica para China del Banco Mundial, señaló entonces que “el progreso considerable de China en la reducción de la pobreza extrema ha contribuido significativamente a la disminución de la pobreza global”.
De modo que en los últimos 40 años China combinó dos factores para erradicar la indigencia: por un lado, un crecimiento económico explosivo, y por otro, una administración económica que distribuyó las riquezas generadas en toda la población, no de un modo igualitario ni cabalmente equitativo, pero sí lo suficientemente ecuánime como para que hoy no haya más indigentes.
Socialismo. China explica su modo de distribución de las riquezas como parte de su socialismo con peculiaridades chinas, que incluye una desigualdad que los líderes prometen solucionar. Sin embargo, este modo se encontró con límites que no pudo superar sólo con su inercia. La nación china integra una enorme variedad de enclaves geográficos, con sus poblaciones, que han conservado modos de vida a los que el desarrollo económico no logró alcanzar. El Gobierno decidió concentrarse en esos focos, la mayoría de ellos rurales y muchos de ellos compuestos por grupos étnicos muy apegados a la conservación de formas de vida ancestrales.
Entre 1988 y 1990 el actual presidente Xi Jinping fue Secretario del Comité del Partido Comunista (PCCh) en la prefectura de Ningde, una zona pobre de la provincia de Fujian (de la que proviene el 90% de los chinos que migraron a la Argentina).
En su última visita a nuestro país, se presentó el libro que escribió con el diario de aquel período, “Librarse de la pobreza”, en el que se despliegan tres ejes de la estrategia que aplicó China para eso. Por un lado, la certeza de que la pobreza es dejada atrás cuando la acción se centra en el desarrollo económico -y no político o cultural-; por otro, la convicción de que el impulso debe surgir del lugar, en lugar de ser impuesto desde afuera, y finalmente, la obligatoria participación de los cuadros del PCCh en los programas de alivio a la pobreza.
La reducción de la pobreza es asunto del Partido Comunista. Con el tiempo, fue aplicándose un esquema en que el esfuerzo para la aplicación de programas fue coordinado por el Gobierno nacional y vehiculizado a través de las empresas estatales. A una determinada empresa se le asigna una determinada zona, y son elegidos entre sus ejecutivos aquellos que se trasladarán a la zona pobre y permanecerán allí un período trabajando en la ejecución del plan. Esos ejecutivos son, en todos los casos, miembros activos del PCCh.
Lo que China le ofrece y pide a la Argentina para potenciar su alianza
Desarrollo y libertad. Con el fin de la indigencia como resultado alcanzado durante el 2020, se abren algunos planteos adicionales a los que hemos resaltado en estas líneas. Perteneciendo el tema a una dimensión tan profunda, es inevitable preguntarse cuán determinadas están las naciones a conseguir la erradicación total de la pobreza en sus sociedades.
Asimismo, surge la cuestión de si estamos ante un objetivo por el que se pagaría cualquier precio, y si no, cuál sería el precio a pagar. ¿Cuáles son los sacrificios que una nación está dispuesta a hacer para que ninguno de sus habitantes sea pobre?
En algunas discusiones se plantea que China ha podido erradicar la indigencia a costa de las libertades individuales. Dejando de lado que tales “libertades individuales” puedan ser una improcedente proyección de constructos occidentales sobre Oriente, esto plantea una disyuntiva entre derechos: el derecho a la libertad, opuesto al derecho a condiciones de vida dignas.
Otro de los temas que se derivan del fin de la indigencia es la posibilidad de que exista un método chino que pueda ser aplicable en otros países para conseguir los mismos resultados que en China.
Del mismo modo en que hace algunas décadas Fidel Castro aseguró que la Revolución no es exportable, los líderes chinos sostienen que el alivio de la pobreza es parte de un desarrollo histórico singular. En principio, la aplicación de un modo de distribución socialista, planificado y controlado rigurosamente desde un único poder central, parece ser de imposible aplicación en un país capitalista. Es cierto que en el análisis del caso de China pueden obtenerse lecciones, contrastes y experiencias que pueden ser de utilidad en aquellos países que están determinados a luchar contra la pobreza.
Con este último fin es que la Universidad de Congreso (Mendoza) acaba de publicar el libro China: La superación de la pobreza, con artículos que recopilamos y escribimos con el periodista Néstor Restivo. En los últimos cinco años hemos trabajado en el tema, desde la revista DangDai en Argentina y en China, Restivo en el ámbito científico académico y quien escribe, relevando experiencias en el campo, en las provincias de Guandong, Gansu, Qinghai y Sichuan, y en las regiones autónomas de Tibet, Guangxi y Xinjiang. El libro es de acceso libre en http://bit.ly/libropobreza.
* Editor de la revista DangDai.