Desde el año 2009, cada 27 de junio se celebra en Argentina el Día Nacional del Boludo, en “homenaje a aquellos que, por tratar de hacer las cosas bien, suelen equivocarse”.
Sin embargo, ese planteo pasa por alto el verdadero significado machista del término.
“Boludo”, “boludeces”, “boludear” son palabras de un campo semántico profundamente sexista, a años luz de las buenas connotaciones.
Como diría Julio Cortázar, “no se culpe a nadie”, al menos de la torpeza humana. El uso y el desgaste hicieron de “boludo” una de las palabras más repetidas, bastardeadas e ingratas del diccionario de los argentinos.
Origen de la palabra “boludo”
“Boludo: palabra de gran aceptación entre señoras. “No seas boluda””, definía y ejemplificaba Adolfo Bioy Casares en el Diccionario del argentino exquisito.
Como sucede la mayoría de las veces, no es el conocimiento sino la ignorancia la base de nuestra candidez, la de creer que los “boludos” son tan argentinos como el mate y el dulce de leche.
El término y la mayoría de sus acepciones son tan antiguos como la civilización, porque las “boludeces” no son un invento argentino. Se conocían desde la época de los faraones, salpicaron el mundo grecorromano y contaminaron casi todas las culturas.
De todo eso da cuenta la voluminoso obra colectica de 489 páginas que dirigió y publicó en Francia Jean-François Marmion, Histoire universelle de la connerie (“Historia universal de la boludez”).
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En la lengua hispana, el diccionario de la Real Academia Española (RAE) especifica que “boludo” es en diversos países de América Latina, tanto “un joven que ha llegado a la adolescencia y tiene protuberancias” como la persona “necia o estúpida”.
Para la respetable institución “que limpia, fija y da esplendor”, el signo lingüístico alude tanto a la imbecilidad como a la glándula sexual masculina que produce los espermatozoides. Y ambas son sin duda las acepciones más difundidas, equivalentes al “huevón” chileno.
En algunos sitios web circulan etimologías incompletas que atribuyen el término a la epopeya bélica de la patria en formación. Dicen que “boludo y pelotudo” es el nombre de la primera y tercera formación de los gauchos montoneros que atacaban a las tropas realistas en el campo de batalla de las luchas por la independencia.
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Los "Pelotudos", a la vanguardia, iban armados con enormes pelotas de piedra, amarradas a sogas que los montoneros al galope revoleaban contra los caballos enemigos, para hacerlos trastabillar y perder sus jinetes. Los “boludos”, en la retaguardia y tras la línea de los “lanceros”, atacaban con boleadoras. Es decir, los pelotudos eran la carne de cañón y los boludos, quienes mejor la pasaban.
“Boludo” y su machismo encubierto
Sin embargo, cuando se intenta profundizar en el túnel del tiempo de las etimologías, la ruta filológica más segura de la boludez humana nos lleva hasta Roma.
En latín, cunctor signfica tanto “que tiene forma de cuña redonda” como “que tarda, se retarda, se queda atrás”, en alusión a alguien que vacila. Y cuneus es una determinada posición de las tropas en la formación para el combate, agrupadas como una “cuña”.
Cuña: “Pieza de madera o metal acabada en ángulo agudo que se introduce entre dos elementos o en una grieta o ranura y se emplea principalmente para inmovilizar o afirmar un cuerpo”, grafica el Diccionario de Oxford.
Ambos términos están emparentados con cunnus (vagina) y de ahí al “coño” que se difundió en Hispania y las Galias, sólo fueron necesarios algunas batallas y guerras “amorosas” más, hasta que los aurigas se replegaron, regresaron a Roma y dejaron sus latinismos en abandono y su sexismo, a la buena de dios.
Y siguiendo los vaivenes y desdenes que padeció la lengua de Julio César en el Lejano Oeste, cunnus terminó emparentándose con cuniculus, el vocablo que significa tanto “conejo” como una "galería oscura”.
En francés, esa etimología es aún más directa, ya que “con” hoy designa tanto a la vagina femenina como al “boludo”, entendiéndose como tal a una persona de pocas luces. En resumen, un boludo es tan necio, inútil e imbécil como la sexualidad femenina. Sin dudas, es "conchudo" -y no "boludo"- el signo lingüístico de la lengua española que mejor respeta la línea filológica, pero tiene una carga de malicia y desvergüenza de la que carece la versión más popular.
En consecuencia, comparar el sexo femenino con un pequeño conejo no habrá sido muy diferente que comparar a una mujer (hembra felina) con una cavidad oscura de suave vellosidad.
Estas conjeturas etimológicas son tan populares como inciertas y, en todo caso, no explican por qué una palabra tan vulgar como con o “boludo” (en francés, castellano y lenguas romances), que en un principio designaba la cavidad sexual femenina de un mamífero terminó sirviendo al mismo tiempo para calificar la torpeza humana en general.
Aun en expresiones ambivalentes como "con comme une bite" (Un “boludo” reforzado, equivalente al “gilipollas” de España) es difícil no reconocer en estas expresiones internacionales los síntomas de la dominación masculina.
En el libro Psicología de la boludez (2018), el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin recuerda cómo el poeta Jacques Prévert, al condenar la “utilización injuriosa y machista” del término “boludo” terminó haciéndole destacar –tal vez añorar- que con (“vagina”) era “una de las palabras más bellas que existen”.
MM / ED