“Con o sin ideología, aún con el eclipse de la memoria histórica, ese gran objeto de la Revolución de Mayo se ha puesto en marcha, más allá de los gobiernos que lo mueven. El ejemplo más notable e inmediato es el Mercosur”.
Jorge Abelardo Ramos, México 1992
El derrumbe del Muro de Berlín, del estalinismo y la URSS, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, le hizo pensar al gobierno de los Estados Unidos de Norte América que se quedaban con todo.
La “guerra fría” y la bipolaridad había terminado. El reparto de colonias y semi colonias firmado en Yalta, al finalizar la Segunda Guerra, también caía como un papel viejo. El Pentágono en Washington no demoró un instante. Ocupó la República de Panamá, al tiempo que desataron una invasión en gran escala en Medio Oriente para asegurarse el petróleo y el control geopolítico de la región. En medio del desorden mundial, casi sin prensa y nula estridencia, se firmó el 26 de marzo de 1991, el Tratado de Asunción entre Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay poniendo en funcionamiento el MERCOSUR.
Posteriormente, Madeleine Albright, secretaria de Estado de los EEUU durante el mandato de Bill Clinton, fue convocada por el Congreso a efectos de que explicase cómo había sido posible que EEUU no hubiera advertido el nacimiento del proyecto geopolítico suramericano más importante de la historia. Su respuesta fue lacónica, “la administración anterior estaba distraída en otros temas”.
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En 1990, el filósofo Alberto Methol Ferré, durante una entrevista, sostenía en clave generacional que toda nuestra vida estaba condicionada a las implicancias de la Conferencia de Yalta donde se firmó el acuerdo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Para el argentino-oriental, tal como se autodefinía, la hegemonía yanqui-soviética llegó a ser tan poderosa que permeaba hasta la intimidad y todas las relaciones sociales. Por tal motivo, el derrumbe la Unión Soviética en 1989 no implicaba solamente el nacimiento de un nuevo reordenamiento del poder mundial, sino, también, una crisis de pautas íntimas. En 1989, enterramos a Yalta y los hijos de la bipolaridad entramos en una crisis marcada por la ausencia de certezas, decía Methol. De alguna otra manera, el historiador británico Eric Hobsbawm en Historia del Siglo XX sostenía “en su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica con el pasado del tiempo en el que viven”. Continuando con Methol Ferré, la caída de la Unión Soviética no implicaba el triunfo de los Estados Unidos, sino que también denotaba, de cierta manera, un fracaso de este último. En ese marco, los Estados Unidos se recostarán sobre sus vecinos más cercanos con la construcción del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y posteriormente comenzará una fase de sometimientos los países del Cono Sur.
En relación al NAFTA, el acuerdo culmina luego de grandes presiones sobre México con de la firma del presidente Salinas de Gortari en diciembre de 1992 y entró en vigencia en 1994. El reordenamiento comercial que Estados Unidos debía contrarrestar el empuje de la Comunidad Económica Europea y la industria japonesa y china. Por otro lado el NAFTA, contemporáneo a la Guerra del Golfo, significaba un intento por debilitar al incipiente MERCOSUR, en un momento en que el imperialismo norteamericano construía relaciones internacionales no a través de la búsqueda de aliados, sino de subordinados comerciales.
Asistimos a un contexto de intrigas y zancadillas silenciosas de las camarillas diplomáticas, presiones y promesas en un mundo desordenado. A la pregunta hasta qué punto podría soportar el Mercosur la “seducción” del NAFTA, recordamos una declaración del entonces ministro de economía, Domingo Cavallo, que si bien manifestó su expectativa por ingresar el NAFTA, esta medida debía estar sujeta a la decisión del MERCOSUR. Esta fue la primera señal que indica que el desarrollo del MERCOSUR no debe explicarse desde la ideología sino desde los intereses económicos de los países miembros. Y al mismo tiempo que los países miembros cedían parte de su soberanía al conjunto del nuevo nucleamiento suramericano.
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En este contexto, identificamos dos hechos de agenda local como testimonios palpables para señalar este clima de época, ambos en México con tres meses de diferencia. El primero, es el discurso del flamante embajador argentino en México, Jorge Abelardo Ramos, en la inauguración de la Cátedra de América Latina en el anfiteatro Simón Bolívar de la Universidad Autónoma de México, donde citando a la antropóloga norteamericana Margaret Mead y entrando en sintonía con el ideario de Methol Ferré, sostenía, “cuando había llegado a conocer todas las respuestas me cambiaron las preguntas”. Para el embajador, la coyuntura invitaba a formular una visión propia que tenga como objetivo la Confederación de Repúblicas Latinoamericanas, y así enfrentar soberanamente nuestro destino.
Ramos fue la expresión de las contradicciones del gobierno de Menem ese momento histórico. Al igual y por las mismas razones, Manuel Ugarte que fue embajador del presidente Perón en México, fue despedido por las presiones de Washington. Las “relaciones carnales” por un lado y la creación del MERCOSUR por el otro. Así se explica el segundo hecho que nos permite ver un clima de época y el reverdecer latinoamericano. En la visita de Menem a México, es cuando critica el aislamiento al que estuvieron sujetos los países de América Latina durante la etapa bipolar, convocando a la unidad de los Estados de habla hispana-portuguesa a la conformación gran bloque continental.
En ese clima tan particular el 26 de marzo de 1991, de la mano de Argentina y Brasil se sumaban Paraguay y Uruguay; significaba el reverso de la dispersión al que estuvo sujeta la Nación Latinoamericana luego de las guerras civiles. El MERCOSUR señalaba el heartland de América del Sur, desde el Amazonas al Río de la Plata pasando por el Mato Groso, de Buenos Aires a San Pablo, pasando por Montevideo y Asunción, donde la Cuenca del Plata es el centro del bien común, como dice Methol Ferré.
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El acuerdo se sostiene en los siguientes ejes: la libre movilidad de bienes, mercaderías y factores productivos, arancel cero en el tráfico comercial y arancel externo común. El MERCOSUR es un reverso al Tratado de Tordesillas que separaba las posesiones portuguesas de las españolas y era considerada la segunda muerte de Alejandro Borgia, el Papa que dividió a América entre España y Portugal. En materia de números, el MERCOSUR abarcaba al 60% de la superficie de América Latina, comprendía al 45% de la población de la región e implicaba el 50% del PBI del Cono Sur.
Las tareas inconclusas del MERCOSUR son las culturales y educativas. Pero en cuanto a las medidas económicas: la creación del Banco Central y la moneda única que son centrales para consolidar el avance institucional. También debemos apuntar al desarrollo de PARLASUR, donde los representantes de nuestros pueblos fijarán las pautas de convivencia.
Ser contemporáneo a los sucesos a veces nos imposibilita darle una verdadera trascendencia al desarrollo histórico y esto sucede con el MERCOSUR. En ese clima de ideas analizado anteriormente, la firma del acuerdo significaba el hecho más importante en América Latina desde la Independencia.
La trascendencia del MERCOSUR, que se trata con tanta liviandad desde nuestras cancillerías, lo demuestran estos últimos 30 años. Gobiernos de distintos signos ideológicos (liberales, nacionalistas o socialistas) que han pasado por el poder como Macri, Chávez, Menem, Kirchner, De la Rúa, Lula, Bolsanaro, Lugo, general Rodríguez, Lacalle o Mujica, a ninguno se ocurrió salirse del grupo. Todos ellos vivieron la experiencia que la unidad aduanera les resultaba más ventajosa; que unidos valemos más que separados.
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En el 2021, ya con mucha agua bajo el puente, podemos sostener que el MERCOSUR llegó para quedarse. Puede suceder que algunos hábitos se crispen, que algunas ideas remuevan ciertas costumbres; esto se ve actualmente con los encuentros y desencuentros entre Argentina y Brasil, que no son más que un “tira y afloje” de los países fundadores. La unidad del MERCOSUR diluye el componente ideológico en pos de una perspectiva de conciencia nacional suramericana. Pragmática, propia de los hombres de negocios. Será tarea de la política, pero sobre todo de la cultura, reforzar su desenvolvimiento. Treinta años en la historia de los países es muy poco, pero está claro, que la proyección del MERCOSUR excede en tiempo a su fecha, invitándonos en un camino hacia la introversión que contemple la unidad, el trabajo, la ciencia, la técnica y la igualdad de oportunidades, en una región que necesita con una urgencia, precisamente, revertir sus profundas desigualdades.
Prof. Emanuel Bonforti. Sociólogo.