OPINIóN
Análisis

En la Argentina los muertos no mueren

La inmortalidad de Belgrano, la inmortalidad de San Martín, la inmortalidad de Perón, la hora en que Evita entró en la inmortalidad... Cuando no se elabora el duelo no se puede avanzar.

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Santa Evita | Gtlza. Prensa Star+

En la Argentina, los muertos no mueren, no se les da sepultura, no se elabora la muerte, no se hace el duelo y no se los deja descansar en paz. Cómo psicoanalista sé que cuando un duelo no se elabora conduce inevitablemente a muchos síntomas posibles.

En la sociedad argentina al no poder elaborar, la tendencia es repetir, repetir y repetir, un poco pensando que si se repite “la escena” puede intentar elaborarse como pasa con los hechos traumáticos. Los argentinos somos maestros en repetir y repetir y repetir las mismas cosas pensando que las cosas van a cambiar. Me recuerda a una definición de Einstein: “Locura, es hacer lo mismo y esperar resultados diferentes”.

La era de las pérdidas: los duelos y su elaboración

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La falta de elaboración, conduce también a la melancolía, a la tristeza, a la desesperanza y esto lo naturalizamos en la Argentina: cantamos el tango (Cambalache, el mundo fue y será una porquería), estamos siempre quejosos y en la calle todos nos cruzamos con cara de no muy buenos amigos.

La falta de elaboración de un duelo, estanca. Es parecida, hablando como en el campo, a cuando un coche se entierra en el barro, no va a ni para adelante ni para atrás y eso produce mucha frustración y la frustración inspira a la violencia y al maltrato.

Otra consecuencia de no poder elaborar los duelos es que los ciudadanos argentinos terminamos siempre como culpables o perseguidos.

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Los ciudadanos argentinos terminamos siempre como culpables o perseguidos.

Transcribo acá un párrafo de una analista francesa, Colette Soler: “Opongo aquí dos polos extremos: el paranoico inocente y el melancólico culpable. El paranoico se siente víctima, no se siente culpable. Perseguido, afirma en todos los tonos su inocencia y acusa… Es decir que el paranoico no cree, en cierto modo, en los reproches que a él apuntarían: no cree en la cosa que lo habita… a causa de esto la culpabilidad forcluida le vuelve desde afuera en forma de reproches que supuestamente los otros le dirigen”.

Yo lo sé, él lo sabe, nosotros lo sabemos

Cada vez me sorprende más lo que se escucha en la radio o en la televisión. Primero porque de la noche a la mañana las informaciones son siempre las mismas y siempre sobre sólo dos personas Cristina y Alberto. Otra repetición… siempre lo mismo y los mismos actores. Todo el resto, o sea todos los argentinos somos sólo espectadores.

Siempre se da vuelta sobre estos dos personajes, con observaciones que dejan de ser interesantes porque son superfluas, con detalles que por ahí a mí no se me hubieran ocurrido, y cuando las registro porque alguien lo señala digo: y esto ¿para qué me sirve? Me pregunto cuál es el objetivo, ¿podría ser que de esta manera los ciudadanos de nuestro país nos enteremos quiénes son corruptos, han robado o son delincuentes?

Esto me parece ridículo, ya que una buena parte de los habitantes de la República Argentina lo sabemos. Habrá algunos que lucharán como oposición y que no les darán el voto y hay otros que los votarán porque les gusta, les conviene, pero también lo saben, no comen vidrio. Yo lo sé, él lo sabe, nosotros lo sabemos… a algunos nos importa y mucho y a otros no les importa nada.

Decido no escuchar los noticieros porque me hace mal y porque no me aporta ninguna novedad. No me informan. En realidad, me importa poco si Cristina se vistió de Belgrano o no, sé que Cristina puede identificarse con Belgrano, pero también sé que, disfrazándose de él, no es Belgrano, no tiene nada que ver con Belgrano. Belgrano fue un patriota, que no es lo mismo que pertenecer al Instituto Patria, ¿no?  Belgrano murió pobre y ella morirá rica ¿no?

No me importan esas identificaciones casi infantiles que no me hacen pensar.

¿Pero de qué me sirve, qué elemento interesante escucho, en qué me ayudan? No me aportan una idea para ser pensada creativamente, en forma novedosa y que me permitan tener más lucidez.

Moribundos

Al empezar a pensar en esto, me surgen varias reflexiones: que en la Argentina los muertos no mueren, la muerte se desmiente. La inmortalidad de Belgrano, la inmortalidad de San Martín, la inmortalidad de Perón, la hora en que Evita entró en la inmortalidad. Durante muchísimos años a las 20:25 de la noche se cortaban las transmisiones y aparecía una voz que decía: “hora en que la Jefa Espiritual de la Nación pasó a la inmortalidad”. Yo era muy chica cuando murió Evita, pero cuando aparecía esa voz de ultratumba en la radio, me asustaba.

Monumento al General San Martín en la Plaza San Martín 20220712
El concepto de “paso a la inmortalidad” es algo que queda anclado, fijo o detenido en el tiempo.

El concepto de “paso a la inmortalidad” es algo que queda anclado, fijo o detenido en el tiempo, es parecido a hacer equilibrio entre la vida y la muerte, atemoriza y obstaculiza la posibilidad de actuar, volver a pensar, elaborar y trabajar el duelo.

Se hace el homenaje a los próceres o personajes de nuestra historia, el día de su muerte, negándola, y no en el día en que han nacido, brindando por la vida y en agradecimiento a su trabajo patriótico.

Negar la muerte en como decir acá no pasó nada… Me hace acordar a esa frase que escuche una vez que dice si uno se va de la Argentina 20 días y vuelve, todo cambió y si uno vuelve después de 20 años todo está igual.

Además, cuando los muertos no mueren, son moribundos. A los que hay que sostener de alguna manera. En el campo uno escucha decir “era bueno el finado”, o que “Gardel canta cada día mejor”, o que “Perón siempre vuelve”. Creo que cualquier hombre que muere tiene derecho a ser sepultado.

Cómo conclusión, los ciudadanos de la República Argentina podemos alinearnos según tres categorías posibles: somos fantasmas o vivos, o sobrevivientes. Somos culpables o perseguidos.