OPINIóN
Educación

Enseñar literatura en la escuela secundaria hoy: reflexión y diálogo entre investigadores universitarios y docentes de nivel medio

La enseñanza de la literatura en el colegio secundario siempre fue un desafío: lograr que los alumnos no solo lean, sino disfruten la experiencia de lectura no es tarea fácil. Una entrevista a fondo basada en una experiencia que llevó los libros a las manos de los alumnos.

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Hábitos. A pesar de haber pasado un año en aislamiento obligatorio y sin clases presenciales, en los hogares con chicos de hasta 8 años, a cuatro de cada diez no les leyeron en voz alta. | juan obregón/shutterstock

La enseñanza de la literatura en el colegio secundario siempre fue un desafío: lograr que los alumnos no solo lean, sino disfruten la experiencia de lectura no es tarea fácil. Este fue uno de los motivos de debate entre investigadores universitarios y docentes de nivel medio en las VII Jornadas de Literatura Argentina: “Tierra y Terror. Los horrores de la literatura argentina”, llevadas a cabo entre el 12 y el 14 de octubre pasado y convocadas por la Universidad del Salvador.

El encuentro se proponía, en líneas generales, realizar un mapa de recorridos por las escrituras del terror —como temática y como género literario, constituyéndose así dos simposios diferenciados, pero solidarios entre sí—, con el objetivo de relevar, dentro de una tradición consolidada en nuestras letras, sus diferentes ocurrencias, territorialidades, modalidades y reelaboraciones, ya que se puede considerar al terror, en especial relacionado con lo político, como uno de los elementos constitutivos de la literatura argentina ya desde sus tiempos fundacionales (Facundo, Amalia, El matadero…).

Como temática, entonces, se reflexionó sobre las fronteras entre el terror y el horror en escrituras que ficcionalizan episodios de violencia política, racial, de género, infantil y que proyectan las problemáticas de los aterrados, enterrados, desterrados (Selva Almada, Libertad Demitrópoulos, Marta Traba, Sergio Bizzio, Félix Bruzzone, Alicia Kozameh, Sergio Olguín, Gabriela Cabezón Cámara, etc.).

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Como género, se debatió sobre la operatividad para nuestras letras de las aproximaciones teóricas más tradicionales: desde las propuestas por Noël Carroll y H.P Lovecraft y sus discutidores, como Stephen King, así como las que han ido proponiéndose sobre otros géneros literarios relacionados con aquel, a partir de los aportes de David Punter (sobre el terror folklórico), Sigmund Freud y Eugenio Trías (sobre lo siniestro), Fred Botting, Carlos Culleré y Aurora Piñeiro (sobre el gótico y el horror), Rosemary Jackson y Ana María Barrenechea (sobre lo fantástico), Adriana Cavarero (sobre la sustitución del término terrorismo por horrorismo), entre otros.

Participaron de un debate interdisciplinar, especialistas del país y del extranjero, entre los que se destacan: Pilar Calveiro, Alejandra Nallim, Pablo Ansolabehere, Silvina Jensen, Sandra Gasparini, Ezequiel de Rosso y Elsa Drucaroff, así como reconocidos escritores: Luciano Lamberti, Marcelo di Marco, Elsa Osorio, Marcela Solá, Alejandro Baravalle, Claudia Cortalezzi, Matías Orta y Nomi Pendzik.

Asimismo, se discutieron lecturas críticas sobre la producción ficcional más representativa de este género en la literatura argentina, desde las más tradicionales como las de Juana Manuela Gorriti, Eduardo Holmberg, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, etc., hasta las más actuales tales como las de Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Luciano Lamberti, Agustina Bazterrica, entre otros. 

Fue entonces que, entre las diferentes actividades desarrolladas –conferencias, paneles de ponencias, encuentros con escritores, cine-debate, etc.- se presentó el libro Uno que dé miedo. El género de terror en la escuela, coordinado por Paula Labeur y Romina Colussi y publicado en agosto del año pasado en Ediciones El hacedor dentro de la colección “Investigaciones en didáctica de la lengua y la literatura” dirigida por Gustavo Bombini.

Una colección que se propone difundir investigaciones académicas en el campo de la enseñanza de la lengua y la literatura para ponerlas a disposición de los colegas docentes, de formadores de docentes y estudiantes de profesorado de todo el sistema educativo y de mediadores que se desempeñan en otros ámbitos más allá de la escuela en contextos de talleres de lectura y escritura. 

La presentación motivó un enriquecedor debate entre las autoras y el público. Esta entrevista quiere dar cuenta, en lo posible, de ese diálogo, por entender no solo que el riguroso estudio sobre el tema realizado por Labeur y Colussi es un gran aporte para quienes afrontan aquel desafío, sino porque es necesario también difundir las valiosas experiencias de los 16 creativos docentes de diferentes colegios secundarios que participaron en la propuesta y acercarlas a la comunidad; y porque en un mundo que padece el individualismo, la soledad, la violencia y el miedo, es imperioso asimismo mostrar cómo estos alumnos y docentes transformaron el terror en un hecho creativo en el que intervinieron toda la comunidad educativa, las familias y la vecindad. Así, la literatura terminó convocando el trabajo comunitario, fomentando lazos sociales y escribiendo narrativas identitarias escolares y barriales.

Paula Labeur (en adelante PL) es Profesora Adjunta de Didáctica especial y prácticas de la enseñanza en Letras (FFyL, UBA) y Didáctica de la literatura (UNIPE). Romina Colussi (en adelante RC) es Profesora Ayudante de Didáctica especial y prácticas de la enseñanza en Letras (FFyL, UBA) y Didáctica de lengua (UNIPE).

MCB: Primero quería pedirle a Paula que nos cuente cómo surge la idea de este libro y en qué proyecto de investigación se enmarca.

PL: Este libro es el resultado de un proyecto de investigación “Modos de producción del conocimiento escolar: los géneros narrativos no miméticos en la enseñanza de la literatura” radicado en la Universidad Pedagógica Nacional. Con esta investigación como marco realizamos dos jornadas de enseñanza de la literatura. Las primeras, Una de terror, en 2018 a los 200 años de la primera edición de Frankenstein de Mary Shelley convocó a escritores del género: Pablo de Santis, Gonzalo Carranza y Esther Cross. Las segundas, Otra de terror, tuvieron lugar durante la cuarentena de 2020 y se reconfiguraron en el envío de experiencias escolares alrededor del terror.

 “Lo que me hizo morir de miedo, seguramente hará morir de miedo a los otros” escribía Mary Shelley en su prólogo a Frankenstein en 1831. De alguna manera esta frase repetida más de una vez en las primeras jornadas cierra un círculo con los trabajos enviados a la convocatoria de la segunda en la que los profesores afirman: “había que causar miedo y un clima de terror y para eso debíamos hurgar en aquello que nos provocaba temor a nosotros mismos” involucrados en proyectos de producción de cuentos o de textos multimodales ficcionales de terror. 

Nos formulamos como pregunta de investigación cómo la escuela construye un objeto de saber que es el género de terror que empieza a tener desarrollo académico en el campo de la teoría literaria, pero que no lo tenía cuando la escuela empezó a “enseñar terror”. Porque todos los que estamos en la escuela lo sabemos, el género de terror, la narrativa de terror es algo que la escuela enseña. ¿Cómo lo enseña? ¿Qué categorías teóricas se ponen en juego para leer los textos que se consideran dentro del género de terror? ¿Cuáles son esos textos? ¿En qué contenidos literarios se hace foco? ¿Cuáles son las propuestas de actividades que invitan a trabajar el saber escolar alrededor de la literatura de terror? ¿Qué prácticas de oralidad, de lectura y de escritura evalúan este conocimiento escolar? 

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La investigación pretende empezar a responder esas preguntas a sabiendas de que se irán reformulando en función de nuevas propuestas desde el campo de las disciplinas de referencia y desde las producciones concretas que pensemos como de terror nosotros como docentes y consumidores del género y nuestros alumnos que traen a la escuela como objeto de interés eso que consumen por fuera de la escuela, un recorte al que podemos asomarnos al ver la respuesta a la convocatoria 2020. Allí recibimos narrativas de docentes en ejercicio que suman al hecho de escuchar la voz de quienes enseñan terror y cómo en la escuela, la voz de los alumnos que aportan no solo textos para pensar qué leen como terror sino unas incipientes categorías clasificatorias que resultan sumamente potentes para pensar ya que se escapan a clasificaciones preestablecidas y se van constituyendo en las mismas aulas. 

MCB: ¿Cómo pensaron la estructura y contenido del libro? ¿Con qué corpus, lineamientos teóricos y materiales trabajaron para la investigación?

RC: La investigación releva exhaustivamente los marcos teóricos y  las producciones que se proponen para trabajar en la escuela. Podemos encontrarlos tanto en los lineamientos curriculares y los materiales jurisdiccionales como en manuales escolares, antologías del género, sus prólogos y estudios preliminares y sus propuestas de actividades como textos impresos y en experiencias en el territorio relevadas a partir de entrevistas a docentes en ejercicio y en las narrativas de la convocatoria 2020. Los resultados de la investigación y esas narrativas son los materiales que conforman las dos partes en la que está organizado Uno que dé miedo.

En la primera parte, “Un saber escolar”, proponemos un inventario, una larga lista de todos aquellos textos literarios y fílmicos que en la escuela se leen como de terror y que aparecen en producciones editoriales, en materiales oficiales, en las entrevistas y en las experiencias incluidas en el libro. Es interesante para pensar en cómo moldea la previsión del género al texto y los lectores y cómo en lecturas emergentes aparecen como cuentos de terror sin más aquellos como por ejemplo, “A la deriva”, de Horacio Quiroga, o El matadero, de Esteban Echeverría que no clasificaríamos así desde la tradición de lectura. 

En “Una teoría para el género” rastreamos de qué manera esta literatura que se constituye como un saber a ser enseñado nos coloca frente a los modos posibles en los que la escuela construye sus objetos de enseñanza puesto que no contamos en nuestra tradición de formación en Letras con teorías académicas que sistematicen aquello que consideramos este objeto. Al derivar el género de terror del concepto de fantástico -la incertidumbre de una explicación alrededor de la irrupción de un acontecimiento sobrenatural, siguiendo a Tzvetan Todorov- y su amalgama con los efectos de lectura- los lectores deben sentir el miedo, siguiendo a H.P. Lovecraft- y la posibilidad de que ese temor se asocie con una cotidianeidad que se vuelve extraña y para nada familiar, siguiendo a Sigmund Freud- los manuales y textos escolares definen una serie de características que hacen de un texto un cuento de terror.

Pero en las prácticas concretas aparecen otros marcos para pensar eso que es el terror y que viene de la mano de sus autores. Circulan en la escuela entrevistas escritas y en YouTube a escritores consagrados en el género como Stephen King y en la Argentina,  autores contemporáneos  como Mariana Enriquez, sobre todo, seguida de Luciano Lamberti, Samantha Schweblin, Mariano Quirós, Agustina Bazterrica quienes reflexionan sobre el género al tiempo que escriben esos textos que los estudiantes aceptan que efectivamente dan miedo, miedo de verdad,  después de haberse sentido defraudados por los viejos maestros del terror. 

MCB: ¿Cómo influyen estos otros modos de pensar el terror, en especial el diálogo con los escritores que lo narran, en los procesos de investigación y aprendizaje? Una suerte de resucitación del autor, luego de haberlo matado décadas atrás…

PL: Legítimos y autorizados, estos insumos provenientes del periodismo cultural complejizan el saber escolar instalados en una práctica conocida y frecuente en la escuela en la que se jerarquiza la voz de los escritores como dadores de sentido de la obra en una lógica que descree de la muerte del autor y explota la posibilidad de convocarlos celebrando su presencia cercana. La muerte del autor versus los autores vivos para dar testimonio de su trabajo ante las inquietudes de un público lector. Qué es el género de terror, qué es el terror como sentimiento, qué es el terror cómo efecto, qué es lo que les da miedo son preguntas recurrentes en las entrevistas cuyas respuestas van constituyendo un entramado teórico que contribuye a ir delimitando el saber acerca del género.

Algunas sistematizaciones, sobre todo las basadas en el efecto, llegan desde las ficciones audiovisuales. No solo desde los ya célebres videos de Alberto Laiseca en ISat en los que esos viejos maestros vuelven a dar miedo sino en películas o series que permiten ir organizando aquello que, como artificio, provoca el efecto.

Encontrarlo y ponerlo en funcionamiento es una experiencia que recorren las prácticas de lectura y producción alrededor del género y no descartan, en esa búsqueda que resulta muchas veces performática, elementos que van de la instalación a la kermese, del cotillón sobrenatural al esfuerzo técnico por no caer en lo grotesco o la clase B. Mucho del terror radica en la performance de lectura, pero ¿quién puede volver al texto solo, en su casa, y no leer el miedo una vez que lo ha experimentado?

MCB: Entonces, ¿consideran que la función lectora es determinante para pensar la categorización del género?

RC: En todos los casos se juegan operaciones que dan cuenta de una categorización del género que se va poniendo a prueba en cada lectura, producción, discusión.  

En la lectura y producción de aquello relacionado con el género de terror, este merodeo encuentra fronteras porosas en las que la hibridación de saberes y de  prácticas  alrededor  de textos de procedencias diversas, aportan a la construcción de una teoría que incluye y rejerarquiza esos saberes y consumos culturales juveniles y los pone en diálogo con las zonas más conservadoras y las más renovadoras del corpus literario escolar.

MCB: Hablando del ámbito escolar, ¿qué rol jugaron en el libro las experiencias concretas de docentes y alumnos?

RC: Uno que dé miedo resulta un libro colaborativo que suma a la sistematización de la investigación las voces de docentes de lengua y literatura como queda claro desde el epígrafe que elegimos para la primera parte del libro. Se trata de una cita recuperada de Textos retocados en la que Gustavo Bombini define a los profesores como aquellos que adoptan lo prescripto pero a su vez son lectores/hacedores de transformaciones, ajustes, agregados, supresiones que crean convenientes. La experticia en la práctica- señala Bombini- les coloca en un lugar de saber que es necesario reconocer y propiciar.

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En estas experiencias en el aula  los docentes nos cuentan sus prácticas alrededor del género. Son relatos que provienen de docentes muy distintos, en cuanto a trayectorias profesionales, a territorios que habitan que responden a una convocatoria de carácter federal, a si se desempeñan en escuelas públicas o privadas, en profesorados o en organismos ministeriales. Presentamos estas experiencias como invitaciones a reformular, repetir, volver a poner en escena en las aulas de otros docentes preocupados por volver convocantes sus clases, por volver protagonistas del saber acerca de un género a tantos alumnos que se sienten interpelados a sentir un poco de miedo y disfrutar de eso en la escuela en las horas de literatura. Y aprender con eso acerca de tantas cosas en forma de producciones ficcionales, lingüísticas, multimodales, o debates acerca de las visiones de mundo que estos textos propician. 

Pero no están solo las voces de los docentes. En las narrativas podemos escuchar  las voces de los alumnos que aportan no solo textos que leen como de terror, sino unas incipientes categorías clasificatorias que resultan sumamente potentes para pensarlo  ya que se escapan a clasificaciones preestablecidas y se van constituyendo en las mismas aulas. Los docentes-escritores incluyen citas textuales de las intervenciones de los alumnos y  recuperan múltiples anécdotas y situaciones áulicas. De esta forma, hay un entramado genuino de construcción de saberes, entre profesores comprometidos con su labor y adolescentes que quieren escuchar, ser escuchados y tienen muchas pero muchas historias que contar.  

La oralidad juega un rol fundamental en la conformación de todos los textos. El  encuentro y el diálogo, tanto cara a cara como en la virtualidad, es el puntapié inicial de muchos de estos escritos. Todos estos relatos docentes parten de una experiencia dialógica y están marcados e inspirados por el diálogo con otros en el escenario de la escuela. Leemos en muchas de las experiencias que incluso el momento de la selección del texto surge de un diálogo entre el docente y los colegas, el docente y los alumnos, el docente en la sala de profesores o esa sala de profesores que fue el grupo Whatsapp durante la cuarentena. 

La primera persona nos conecta con distintas realidades escolares y resulta una experiencia sumamente enriquecedora leer, en voz de sus propios creadores, cómo diseñaron, planificaron, pusieron en marcha, y reformularon, estas propuestas de lectura, escritura y creación en torno a lo literario, unas propuestas que -insisten- no fueron parte de la formación de base y resultan  una exigencia de los diseños que recortan los saberes escolares o del interés de los alumnos.

PL: De esta forma Uno que de miedo es una invitación a viajar a las aulas de estos dieciséis docentes que se animaron a ofrecer distintas puertas de entrada al terror. Con pandemia, sin pandemia, con tecnología, sin tecnología, con una antología casera o con videos, música, performances y géneros propios de Internet. En pocas palabras, es una invitación a seguir creando, leyendo y escribiendo en el aula, pero ante todo, a seguir escuchando y dialogando con los estudiantes, sus intereses, sus consumos culturales y sus temores, hasta finalmente dar con "uno que dé miedo", pero "miedo" de verdad. 

Podríamos pensar esta segunda parte del libro como una especie de recetario para copiar situaciones de enseñanza o para reescribirlas cambiando alguno de los ingredientes o usarlas como primera inspiración para inventar otras y copiarlas a mano en alguna página de cortesía del libro como hacemos a veces con las recetas que inventamos o modificamos. Entendemos, en ese sentido, este Uno que dé miedo como un repositorio incompleto de propuestas de enseñanza y de lecturas para descubrir nuevas miradas sobre el género y nuevas posibilidades para ponerlo a jugar en nuevas experiencias escolares y pensarnos al mismo tiempo como aquellos que, en la cotidianeidad de la práctica, vamos dando forma y sentido a eso que entendemos como un saber sociocultural que construimos con nuestros alumnos en el diálogo del adentro/afuera de la escuela.

MCB: Quisiera aprovechar que nos acompaña Natalia Vaistij (NV), licenciada y profesora en Letras (FFyL, UBA) y especialista en Literatura infantil y juvenil (UNSAM) que realizó su experiencia en la Secundaria Técnica de la Universidad Nacional de Avellaneda, una escuela pública ubicada en Wilde, para pedirle que comparta con nosotros su experiencia. Natalia, ¿querés contarnos en qué consistió tu propuesta para enseñar las narrativas del terror a tus alumnos y cómo resultó la experiencia? 

NV: La propuesta se llevó a cabo con los estudiantes de segundo año de la escuela, en el año 2016. Mi idea era trabajar con leyendas populares, así que comenzamos realizando una ronda de relatos. Luego les propuse que eligiéramos uno para transformarlo en un corto de terror. La historia seleccionada fue una versión local de “La Llorona'' que circulaba fuertemente en el barrio y que tenía como protagonista a una mujer que había muerto en la fábrica ubicada en el terreno donde actualmente se encuentra la escuela. 

Lo primero que hicimos fue escribir de manera colectiva el argumento en el pizarrón. Un grupo de alumnos iba a entrar a la escuela un sábado por la tarde, cuando ya no había nadie, para investigar si eran ciertos los rumores que circulaban sobre la Llorona. En la escuela vivirían una serie de acontecimientos extraños y la criatura se haría presente para llevarse a cada une de los chicos.

En sucesivas clases fuimos planificando cómo se iba a desarrollar cada una de las escenas. Primero hubo que imaginar los diálogos. Nos preguntamos si todos  reaccionaban de la misma manera ante los hechos insólitos que se daban en la escuela como por ejemplo, una puerta que se abría sola. Discutir esta pregunta nos permitía pensar en la construcción de los personajes y sus distintas personalidades (el más escéptico, el curioso, etc.), pero también nos hacía crear escenas en donde se producía la vacilación característica del género fantástico a la que hace referencia Todorov.

A continuación pensamos en los recursos que el lenguaje audiovisual nos ofrecía para contar nuestra historia. Para hacerlo, trabajamos con la historieta ya que -por su cercanía con el cine- nos permitía analizar el modo en que los juegos de luces y sombras en la imagen y los distintos planos producen sentido en lo que se cuenta. Leímos la historieta de Horacio Lalia a partir de “El corazón delator”. Como ya habíamos leído el cuento de Poe el año anterior, podíamos concentrarnos en los recursos específicos que se utilizaban en esta transposición. Después los estudiantes construyeron sus propios storyboards o guiones gráficos en donde planificaban los distintos planos que iban a utilizar en determinadas escenas y justificaban su elección como, por ejemplo, cuando propusieron usar un plano detalle de la mano que abría la puerta de la escuela para generar suspenso en el ingreso.

Tuvimos que escribir diversos textos. En una escena, los estudiantes encontraban en la dirección de la escuela un conjunto de diarios viejos con noticias que informaban sobre la aparición de la Llorona en el barrio y leían en voz alta algunos fragmentos. Entonces debíamos inventar estas noticias: hacer el guión del corto implicaba también trabajar con otros géneros discursivos e imaginar textos que cobraban sentido en el marco de esa ficción.

Así se fue construyendo el guión, mientras filmábamos y hacíamos las distintas pruebas. Como ese corto se iba a presentar en la muestra de la escuela era fundamental cuidar cada detalle para que no resultara una película de clase B. Realmente debía dar miedo. De este modo, el guión se iba completando durante el rodaje: no consistía en un texto acabado antes de la filmación, sino que la experimentación con la cámara y la improvisación de los alumnos lo modificaban cada día. Sin embargo, surgió un inconveniente cuando una de estas modificaciones no fue propuesta por los propios guionistas, sino por la vicedirectora.

No le parecía adecuado que el corto terminara con la muerte de todos los jóvenes y proponía que revivieran al final en la plaza frente a la escuela. Ante esto, los alumnos manifestaron con mucho enojo que era solo una película, que si cambiaban eso ya no iba a dar miedo y que no filmarían el corto si tenían que darle ese cierre. Finalmente, los directivos aceptaron que el corto siguiera como estaba planeado. Destaco esta discusión porque pone en evidencia dos cosas. Por un lado, que los chicos tenían muy en claro los límites propios de la ficción: estaban haciendo una película, nada más. Por otro, los estudiantes estaban mostrando sus propias concepciones sobre el género terror: para ellos mitigar el horror no era una opción posible porque ese elemento jugaba un rol fundamental. Y esto es interesante para pensar acerca de la selección de textos del género: cuando somos los adultos los que seleccionamos literatura de terror para los chicos buscamos suavizar el horror. Sin embargo, ellos piden todo lo contrario.

MCB: Sin duda, nos han traído una propuesta realmente enriquecedora para quienes desde la investigación y la docencia intentan profundizar en el género, además de una experiencia concreta de diálogo entre la universidad y la escuela secundaria, en la que ambos ámbitos tienen mucho que aportar. En nombre de los organizadores de las VII Jornadas de Literatura Argentina de la USAL, no quiero dejar de agradecerles haber compartido este magnífico proyecto con nosotros y también dedicarnos un tiempo generoso a responder nuestras dudas y a escuchar y debatir sobre las experiencias e inquietudes de los asistentes.