Existe una confusión generalizada con relación al mundo que vendrá. Pero si es cierto que se está en los albores de un nuevo estadio civilizatorio -más allá de sus consideraciones positivas, negativas, esperanzadoras o apocalípticas-, resulta necesario problematizar cuáles fueron sus historias y cuáles serán sus posibles devenires. Pero también cabe preguntarse por los desafíos que ya se encuentra suscitando en su incipiente y problemático hábitat tecno-científico del siglo XXI.
El proyecto de una civilización planetaria ahora reducida a una “aldea global”, la acelerada extinción de los recursos, las amenazas de destrucción de la Tierra, los intentos por posibilitar el éxodo a otro planeta, la nueva ingeniería biotecnológica y robótica que modifica y pone en cuestión los límites biológicos, corporales e incluso también mentales de los seres humanos, la aparente omnipresencia por parte del espacio digital-virtual y la apuesta por la inteligencia artificial en los campos artísticos, sociales, jurídicos y políticos, entre otros, son tan sólo algunos ejemplos de los enormes desafíos que se deben afrontar.
En el libro titulado “El imperio científico. Investigaciones político-espaciales” rastreamos las dislocaciones teóricas y conceptuales que la ciencia moderna produjo para elaborar la que probablemente haya sido la última modelización del mundo humano. Es que la dinámica del espacio-tiempo actual está modificando el escenario planetario a escalas y velocidades nunca antes vistas en la historia de la humanidad.
Ahora bien, esta última transformación del “mundo exterior” también trastoca de forma determinante el coloquialmente denominado “mundo de la psiquis”, y esto a niveles preocupantes, tal y como lo sugiere la sintomatología epocal. Y debe considerarse que desde tiempos ancestrales fueron estos mundos -o uno u otro, o la dialéctica entre ellos- lo que definió lo que el ser humano es. Por eso, debido a la magnitud de las transformaciones ya suscitadas y a punto de acaecer según el pronóstico de los especialistas, cabe preguntarse si acaso sería correcto continuar denominando a los hábitats que vendrán como humanos.Resulta lógico indagar, entonces, cuál es o será el límite más allá del cual habrá que denominarlos como no humanos o con una categoría ajena a dicha humanidad.
Así es que también la cuestión de los hábitats ultra-humanos deviene una cuestión central, puesto que da cuenta de la tensión civilizacion al que se percibe en ese límite. Lo “ultra-” remite tanto al extremo en donde algo logra su máximo desarrollo o consolidación, como a aquello que se encuentra iniciando un estado más allá de los límites que lo definían. En este sentido, lejos de referir tan sólo a la esperanza de un mundo humano logrado en grado extremo, lo ultra-humano también permite pensar qué podría ser de un mundo por fuera o más allá de los seres humanos (algunas ideas al respecto ya fueron esgrimidas por el transhumanismo, posthumanismo y algunas cosmovisiones tecnológicas, informáticas y geo-ecológicas). La obra del filósofo argentino Fabián Ludueña Romandini, reunida bajo La comunidad de los espectros, señala las claves más interesantes de dicha exploración.
En este sentido, es preciso tener presente lo siguiente: por un lado, que en algún momento el mundo no fue humano y que, por ende, dejará de serlo;y, por el otro, que hace tiempo que las reflexiones provenientes de las más diversas disciplinas coinciden en vaticinar el futuro como diverso al mundo humano que hemos conocido por milenios (más allá de sus diferencias epocales internas).
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Por eso, la cuestión determinante pareciera pasar por las señales que indican que las problemáticas cosmovisiones ultra-humanas (esto es, aquellas que lindan con lo que está más allá de lo humano, aunque tendiendo a localizarse definitivamente en ese otro lado) no sólo estarían acechando a las civilizaciones actuales, sino que ya se habrían infiltrado en ellas.
Es que lo más temible de la mutación civilización al que hace tiempo se sospecha estaría pronto a suceder es que ya esté aquí, instalada y funcionando. Quizá desde los inicios del siglo XXI (antes de la pandemia), esté extendiéndose de formas novedosas por las corporalidades y las palabrerías del mundo actual, sin que podamos percibirla clara y distintamente. Cabrá al lector constatar cuáles son las regiones de su mundo que fueron trastocadas absolutamente.
En toda transformación semejante hay niveles ruidosos y silenciosos. La nueva y estruendosa escenografía mundial hizo patente su modificación; pero, aunque silenciosa, quizá también se haya operado en el ser humano una de equiparable magnitud. Quizá también él ya haya dejado de ser lo que era.
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Es ineludible que la dislocación comience, se desarrolle y se consume en alguna/s época/s; y nada indica que la presente esté exenta de formar parte -al menos- de su etapa inicial. Pero sería conveniente no esperar a que la vertiginosa y agresiva velocidad de los cambios tecno-científicos actuales tenga la delicadeza de emitir un preaviso antes de que opere la definitiva mutación. El ser humano podría dejar de ser quien era sin siquiera tener tiempo para percibirlo, aunque sí para emitir todos los síntomas del caso (como pareciera estar sucediendo por doquier).
Con todo, la problemática se acentúa cuando las cosmovisiones ultra-humanas se autoproclaman como aquellas que reflejan de forma más lograda el núcleo y la potencia de lo humano. Esta contradicción corre por las venas de este incipiente hábitat tecno-científico y sus organismos no pueden sino respirarla a cada paso o a cada clic. No hay inteligencia -ni política- alguna en pretender detener el ruido.
Pero sí quizá la haya en la tradición que por milenios la humanidad sostuvo, y que estaría pronto a acaecer. Ella pretendía generar formas de vida que puedan canalizar y transmutar los tormentos y los enigmas en palabra, sonido y en la búsqueda de armonía. Los medios amistosos -por cierto indispensables- para tales fines escasean. Pero quizá explorar y abrazar fuerte aquello que quede permita construir un hábitat acorde en donde la vibración pueda mantenerse en alto (W. Baker lo sabe).
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Todavía quizá sea posible honrar la historia de la humanidad con los restos que de ella queden; generar voces y armonías que aunque sea acompañen el homenaje a su adecuado sepulto -si es que finalmente sucediese-; saber celebrar a fin de cuentas su pasajera, enigmática y frágil existencia. ¿Acaso no sería eso la humanidad: el arte de aprender a habitar la angustia y celebrarse en la finitud? Seguramente la existencia ruidosa y/o silenciada del mañana no lo sea.
* Profesor asociado a cargo de los cursos de Filosofía en la Universidad de Belgrano e investigador del CONICET y de la UBA/FSOC/IIGG