OPINIóN
Columna de la USAL

Fraternidad en tiempos de vulnerabilidad

Vulnerables somos todas las personas –vulnerabilidad “antropológica”– pero solo algunas, a veces demasiadas, están ya vulneradas, dañadas, despojadas de ciertas capacidades y de autonomía.

Vulnerabilidad
Vulnerabilidad. | Imagen de Amy Z en Pixabay.

La pandemia, la crisis económico-social, la depredación ambiental son causas, entre otras, que han agudizado actualmente la vulnerabilidad personal y colectiva. No obstante, el concepto de vulnerabilidad ha emergido con fuerza desde hace unas décadas en las ciencias sociales y ambientales, y también se ha incorporado al análisis económico y político. Asimismo, ha logrado paulatinamente ser parte del léxico de los medios de comunicación y está presente entre las maneras de expresar las preocupaciones de la vida cotidiana que nos aquejan.

Inicialmente, por vulnerabilidad se puede entender el nivel de riesgo que sufre un grupo o individuo a perder la vida, sus bienes y su estilo de vida ante catástrofes y crisis naturales o inducidas por los seres humanos. Simultáneamente, podría indicar el grado de dificultad para recuperarse ante situaciones particularmente adversas e inesperadas.

En 2014, el Programa Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) unió ambos aspectos titulando su informe anual Reducir vulnerabilidades y construir resiliencia, entendiendo por ésta última la capacidad de reducir y recuperarse al menos parcialmente de las vulnerabilidades persistentes, muchas de ellas estructurales y ligadas al ciclo de vida.

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Los jóvenes, la vulnerabilidad social y el rechazo a los políticos

El reverso de la vulnerabilidad es la seguridad y, por eso, también se ha vuelto más frecuente hablar, por ejemplo, de seguridad alimentaria, seguridad medioambiental, seguridad humana, superando ampliamente el concepto clásico de seguridad como defensa personal, nacional o territorial.

El profesor Emilio Martínez Navarro, Catedrático de Filosofía Moral y Política, en la Universidad de Murcia, España, que disertó recientemente sobre estos temas en un encuentro virtual organizado en Buenos Aires por el Vicerrectorado de Formación de la Universidad del Salvador, señala en sus obras que ser vulnerable no es lo mismo que ser vulnerado. Es decir, vulnerables somos todas las personas –vulnerabilidad “antropológica”– pero solo algunas, a veces demasiadas, están ya vulneradas, dañadas, despojadas de ciertas capacidades y de autonomía, de modo que se convierten en mucho más vulnerables todavía, afectados por una “vulnerabilidad contextual” que les ha provocado daños que han dejado secuelas.

En este contexto, se puede entender que la fraternidad es un valor y un dinamismo contrapuesto a la vulnerabilidad especialmente en relación a aquella que se origina en estructuras y procesos socioeconómicos de desigualdad y pobreza que son el caldo de cultivo que posibilita los desastres. De esta manera, los desastres ya no son sólo considerados como fenómenos naturales sino como consecuencia de las condiciones de la vida cotidiana y como resultado de determinado modelo de desarrollo, de producción y de consumo.

El círculo perverso de la vulnerabilidad

Al respecto Martínez Navarro aboga por la fraternidad, entendido como un intenso llamado ético universal para reducir la vulnerabilidad de todos mediante una mejor distribución y control del gasto público en salud, educación, investigación, empleo, subsidios, pensiones, etc. Implica además el reconocimiento efectivo a los “servicios esenciales” (alimentos, limpieza, sanidad, transportes, etc.) y la búsqueda de un mejor sistema de gobierno mundial capaz de dar impulso a la agenda 2030 de la ONU para el Desarrollo Humano Sostenible.

Al mismo tiempo, se requiere –manifestó el catedrático español– cuidar la convivencia evitando la difusión de rumores y mensajes de odio; brindar atención a personas que han quedado solas, y a menudo mueren solas; denunciar los abusos contra personas vulnerables y colaborar con mecanismos de ayuda.

Se trata de avanzar hacia un nuevo tipo de ser humano –concluyó el profesor Martínez Navarro– ya no el “homo economicus” que solamente persigue la maximización de sus intereses particulares y no le debe nada a la sociedad, ni el “homo reciprocans” que ayuda a otros con la condición de que los otros lo ayuden a él, sino como aquella persona capaz de reconocer a los otros como iguales y libres, como seres valiosos en sí mismos, a quienes debo en gran medida lo que he llegado a ser, y libremente me comprometo a respetarlas y cuidar de ellas, más allá del sentimiento de reciprocidad.

*Eloy Mealla. Seminario permanente de pedagogía Ignaciana. Vicerrectorado de Formación. Universidad del Salvador – Buenos Aires. Para conocer más sobre la obra de E. Martínez Navarro, ver: http://www.emiliomartinez.net.