Recuerdo esa tarde que participé, circunstancialmente, en una ronda de amigos, no amigues, ni amigas, porque eran de sexo masculino los cuatro, más una femenina esposa de uno de ellos y la suscripta, que ya se infiere el grupo sexual que me incluye.
Comentaban el desempeño de una compañera de trabajo de la empresa a la cual pertenecían. Algunas anécdotas sobre ella dieron lugar a sonrisas, burlas. Para completar el diseño de su personalidad, ¡uno de estos masculinos aportó un epitafio que les brindó el gran momento! La carcajada y el gran poder.
–Es una malco.
El masculino se atribuye el poder de ser el hacedor de nuestro humor, bienestar y de nuestra suavidad
Desconozco si la esposa presente, integrante de la ronda, entendió el símbolo de esa expresión. Yo sí.
El hombre, como género, conserva todavía el derecho, a pesar de las rebeliones y gritos del me too, de definir con ese mote a una femenina cuando su carácter o temperamento es fuerte o da, desde algún rol más jerárquico, una orden con actitud seria o, tal vez, severa, y que se infiere que no depende ni quiere gustarle al subordinado masculino.
“Mal cogida” es la expresión completa del disfraz socarrón destinado a una mujer con cierta personalidad, que el hombre rechaza.
Es decir, se atribuye el masculino el poder de ser el hacedor de nuestro humor, de nuestro bienestar, nuestra suavidad y condescendencia en la vida y, sobre todo, de que son imprescindibles, todavía, para que logremos alcanzar el feminismo que ellos consideran como tal, pretenden o aprueban.
Acepto y reconozco que no son todos los hombres los que se escudan en esa apócope
El revés de la moneda es definirnos entonces como “malco”, y sería por falta de hombre, no por exceso de seguridad, de independencia, de prescindencia de las aceptaciones masculinas, en fin, de negarse a reconocer que, si somos así, es por ser mujeres plenas.
Acepto y reconozco que no son todos los hombres los que se escudan en esa apócope que adjudica cierta frustración sexual femenina a la verdadera, real y valiente superioridad, o libertad o no, de querer gustar.
*Abogada