OPINIóN
Justicia digital

Inteligencia Artificial en Latinoamérica, contra viento y marea

En los laboratorios de innovación de Europa y Estados Unidos, equipos que combinan mentes brillantes de la ciencia ficción con científicos de rigor infinito diseñan futuros escenarios, para luego crearlos. Pero entre nosotros, con recursos mucho más modestos, hay quienes trabajan incansablemente para resolver problemas de hondo calado social, con tecnología.

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Inteligencia Artificial. | shutterstock

Convengamos que una mirada desprevenida podría apresurarse a concluir que el desarrollo de Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) mediante la aplicación de Inteligencia Artificial (IA) no pasa, hoy día, por su mejor momento. 

Repasando acontecimientos recientes, uno se entera que sobre finales de octubre el Centro de Contrainteligencia Nacional y de Seguridad de Estados Unidos advirtió a sus empresas que tomen con cuidado las relaciones con pares chinas de IA porque, dado el sistema de gobierno del gigante oriental, se ven obligadas a informar de absolutamente todo al buró del Partido Comunista que ostenta el poder sobre más de 1500 millones de habitantes.

De hecho, con el mismo argumento el gobierno de Biden prohibió a China Telecom que opere en el país del Norte.

Por otro lado, el affaire Facebook Papers, que estalló la semana pasada y aceleró la aparición de Meta, el nuevo proyecto de IA de Mark Zuckerberg, ponen al descubierto un modelo de negocio verdaderamente pernicioso para lo que, con iguales dosis de optimismo e ingenuidad, dimos en llamar, a principios de siglo, “Sociedad de la Información” y que hoy está en manos de empresas norteamericanas, aunque claramente globales: Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft (conocidas por el acrónimo Gafam).

Sin salida. El complejo problema que incluye, por el lado económico, claros abusos de posiciones dominantes por parte de las Big Tech; y, en materia de comunicación, la incógnita respecto de si deben o no ser esas empresas y otras grandes avenidas del discurso público (como Twitter, por ejemplo) las que controlen los contenidos que vehiculizan, es un embrollo del que ningún país occidental ha logrado salir, hasta ahora.

Menos se puede esperar del dilema de fondo, sobre el que se montan las dos cuestiones descritas arriba: la privacidad de la mitad del mundo está en manos de las Gafam, que nos cambiaron la vida -y el mundo, desde ya- poniendo en nuestras manos herramientas digitales con IA, sin costo económico, pero con la silenciosa contraprestación de que nos espíen 24/7 mediante algoritmos que nos conocen mejor que nadie.

Mientras tanto, la inversión en inteligencia artificial fue una de las pocas que no retrocedió durante la pandemia, y sigue creciendo. De hecho, el Foro Económico Mundial pronostica que, el próximo año, el sector que motoriza la Cuarta Revolución Industrial creará 21 millones de puestos de trabajo cuya inserción será tan transversal como la tecnología que hoy hace que los algoritmos aprendan y tomen decisiones. Al mismo tiempo, advierten que, para 2025, los humanos y las máquinas se repartirán el trabajo en partes iguales.

El Ialab formará este año 5.000 profesionales en estas tecnologías

No obstante, en esta porción del mundo signada por históricos problemas estructurales, aun debatiéndonos entre temores y esperanzas, es imposible negar el devenir de los avances científicos y tecnológicos. Según el medio oficial alemán DW, en los próximos 5 años Estados Unidos invertirá 250 mil millones de dólares para no perder la carrera con China en materia de IA, dada la aprobación de la Ley de Innovación y Competencia. 

La guerra de patentes entre los genios de Silicon Valley y los tanques chinos es como una pelotita de tenis que desde Latinoamérica vemos pasar de un lado a otro. Y sin embargo… siempre aparece un nuevo milagro argentino.

La nave insignia de la IA en habla hispana. La reciente publicación del Tratado de Inteligencia Artificial y Derecho -una obra única en su género- coordinado por Juan G. Corvalán, Director del Laboratorio de innovación e Inteligencia Artificial de la Facultad de Derecho UBA (UBA- Ialab) traza una línea en materia de divulgación de la IA, y permite tener noción de cómo estamos parados a nivel regional.

Editado por Thomson Reuters, y con la colaboración de 77 autores, ya en la introducción de la obra (que consta de 3 volúmenes y 1750 páginas) Corvalán señala que el hecho de que la IA sea incorpórea juega a favor del desarrollo de esta tecnología en América Latina, en aspectos como la creciente autonomía de los programas informáticos y su mayor capacidad de aprendizaje (lo que se conoce como Machine Learning). 

Volviendo al Tratado, en sus últimas entrevistas Corvalán explica que, dado el trabajo realizado por el UBA Ialab con el MIT, Unesco y ONU, “era hora de plantear una obra que anclara y reuniera el conocimiento generado desde 2018; publicar un Tratado fue como poner en el mar un buque insignia, al que todos los demás barcos tengan como referencia”.

Al mismo tiempo, es esa condición incorpórea de la IA la que -a diferencia de la robótica, internet de las cosas y vehículos autónomos, por caso- nos permite ver, desde latitudes siempre relegadas, una luz al final del túnel, en el marco de la economía del conocimiento. Porque para desarrollar IA de calidad lo fundamental es la educación, y no hace falta una gran inversión en infraestructura, como lo requieren las tecnologías con componentes físicos.

Por eso, la UBA junto con el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) lanzó, el año pasado, una batería de cursos a distancia a los que se accede con beca del 100%. Según los últimos números, el mismo laboratorio que Corvalán dirige habrá formado, para diciembre de este año, unos 5000 profesionales que sean capaces de trabajar en ámbitos vinculados con IA como programación, Big Data, salud digital, data governance e incubación de proyectos. 

La Justicia, un eje clave del desarrollo de la IA latinoamericana. Si bien existen varios y diferentes niveles de complejidad de los sistemas informáticos con IA, uno de los más útiles y explorados en la región es el que permite automatizar procesos de gestión de la información, leer documentos, clasificarlos, y proponer decisiones sobre la base de inferencias estadísticas como las que utilizan las ciencias empíricas y sociales.

En países en vías de desarrollo, la burocracia estatal suele parecer una maraña imposible de desanudar, y cualquier trámite amenaza con la eternidad, al punto de que, en el ámbito judicial, la demora suele derivar en injusticia.

No obstante, las experiencias desarrolladas en ámbitos judiciales, como el caso de Prometea y PretorIA son una bocanada de aire fresco. Ambos sistemas fueron creados en el seno de instituciones públicas argentinas. El primero, entre 2017 y 2018, en el Ministerio Público Fiscal porteño. El segundo -para la Corte Constitucional de Colombia- en el UBA Ialab, durante 2020, trabajando en conjunto con la colombiana Universidad del Rosario. 

A destacar: PretorIA es el primer caso mundial en el que un sistema informático predictivo se usa en el máximo tribunal de Justicia de un país.

Los desarrollos del UBA Ialab ya habían sido implementados por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y hace poco el BID incorporó un software generado por la Facultad de Derecho de la UBA para dotar de eficiencia y transparencia sus compras y contrataciones.

Notoriedad. Pero los sistemas informáticos con IA para la Justicia creados en Argentina, que empiezan a cobrar notoriedad en América Latina, son un aliciente de mayor calibre, porque pegan en un sector cuya eficiencia incide directamente en la calidad de nuestras débiles democracias, y la percepción que poseemos acerca del andamiaje político de las sociedades de esta parte del mundo.

Por eso, hace poco Perú firmó un convenio con la Universidad cuyos claustros albergaron a los cinco premios Nóbel de los que podemos jactarnos. El tema no es menor: en materia de violencia contra las mujeres, en tierras incas se verifica un crecimiento de 1148% desde 2015 a hoy.

Los desarrollos del laboratorio ya los implementó la CIDH

En ese contexto, este año el poder judicial peruano decidió digitalizar completamente su circuito de información, para luego poder incorporar algoritmos que agilicen las causas, priorizando aquellas en las que se denuncia violencia de género. 

En ese plan, tomarán al pie de la letra todo el camino informático trazado desde la UBA, al que bautizaron Tucuy Ricuy, que en quechua significa “el que todo lo ve”, quizá con la esperanza de que, virando hacia una burocracia digital, inteligente y eficiente, al software que todo lo ve no se le escapen expedientes prioritarios que deben ser abordados a tiempo porque, de lo contrario, los hechos allí consignados traen desenlaces trágicos que no permiten vuelta atrás.

Los laboratorios de innovación son la tendencia en Europa y Estados Unidos. Allí, equipos que combinan mentes brillantes de la ciencia ficción con científicos de rigor infinito, diseñan futuros escenarios, para luego crearlos.

Con recursos mucho más modestos, en estas pampas hay quienes trabajan incansablemente para resolver problemas de hondo calado social, con tecnología. En estos espacios no hay tiempo para debates superfluos, ni capital para financiar sueños de un futuro ideal. Se innova sudando, remando contra viento y marea, saldando deudas históricas. 

Quién sabe si esta nueva ola tecnológica será la que, de una vez por todas, barrenaremos a tiempo.

*Profesor del posgrado multidisciplinario en Inteligencia Artificial y Derecho UBA.