OPINIóN
Daniel Pliner (1948-2020)

El buen oyente de jazz

Despedida a Daniel Pliner de quien fuera su compañero de estudio en el Colegio Nacional y en la carrera de Letras.

Pliner Fernández Díaz JLM Kovadloff 20200715
José Moure y Daniel Pliner en la Academia Argentina de Letras - Mayo 2017-1 | Cedoc Perfil

Por un pequeño aviso fúnebre en La Nación, que me hace llegar el arquitecto Pano,  me entero del fallecimiento de Daniel Pliner. Algunas notas aparecidas en PERFIL precisan que murió el 7 de julio en la Clínica Fundaleu, víctima de cáncer.

Quiero evocar a un Daniel Pliner pre-histórico, es decir anterior al periodismo, su vocación (o su ocupación) más clara y definitiva, y de la que varios colegas han dado noticia acongojada en estos días.

Como la timidez era un rasgo ajeno a la conformación psíquica de Daniel, yo envidiaba en silencio su osadía ante casi todos los frentes de la vida

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Daniel y yo fuimos compañeros de aula en el Colegio Nacional de Buenos Aires hasta 1967, y en la carrera de Letras durante los cuatro años de sistematicidad que Daniel soportó, acaso hasta 1972 o 1973. En ese tiempo preparamos y rendimos juntos las materias introductorias, Gramática, los latines, los griegos y varias literaturas; nos veíamos dos o tres días en la semana y alguno que otro sábado. Como la timidez era un rasgo ajeno a la conformación psíquica de Daniel, yo envidiaba en silencio su osadía ante casi todos los frentes de la vida, hacia los que marchaba como quien desconoce la posibilidad de una contrariedad digna de atenderse. Cuando casi todos nos abrigábamos todavía bajo techo paterno, Daniel vivía en pareja en un departamento alquilado en Córdoba y Talcahuano; cuando muchos nos procurábamos un sueldito en alguna actividad más o menos afín a la carrera, Daniel ganaba su dinero correteando repuestos viales con el mismo aplomo con que podría haber conducido remates o promovido artículos de limpieza. Fueron tardes de decenas de apuntes revisados en voz alta, subrayados, de mucho café, de conversaciones sobre literatura, política y películas, y de mucha risa. Curiosamente, por alguna razón, quizá un compartido sentido del humor, siempre entre ácido y negro, creo que mi compañía le agradaba y que, por momentos, buscaba. Daniel, envuelto en el humo de un cigarrillo infinito,  podía aliviar con ocurrencias desopilantes la concentración en los temas que estudiábamos; cuando leíamos sobre la mirada torva y airada de la diosa Juno sobre Eneas, Daniel proponía que aquella historia sobrevivía en el gerundio tanguero de “como con bronca y junando” o que el adjetivo latino fessus (“cansado”), que encontramos en Virgilio, anticipaba formas lunfardescas como “un gordito fesa”. De entre los innumerables chistes intercambiados en aquellas jornadas, me acaba de visitar uno (“Beethoven era tan sordo que murió creyendo que era un gran pintor”).  Entre tantas cosas, le debo haberme hecho escuchar por primera vez a Paco Ibáñez y a George Brassens. Yo ayudaba a Daniel con los textos latinos, y él disfrutaba con mis remedos de profesores o con alguna ironía filosa, que provocaban una de esas carcajadas suyas, casi resoplando con la boca apenas abierta. Quizá como una estrategia defensiva de la que nunca lo vi desertar, Daniel eludía conmoverse ante situaciones dolorosas que inevitablemente lograba desactivar, debilitar o cerrar con algún comentario mordaz. En aquellos días era devoto, entre otros, de Arlt y de Cortázar, y sospecho que algo de su atracción por el trajín de las redacciones de los diarios le venía del primero. Claro que entonces estaban también Vargas Llosa, Carpentier, Chandler o Malcolm Lowry. Se entusiasmaba con el extraordinario cine italiano de aquellos días, con una manifiesta debilidad por las escenas neorrealistas, expresionistas o esperpénticas de Fellini, Bellocchio o Pasolini antes que por el esteticismo de Visconti o Zeffirelli. Era buen oyente de jazz, afición de la que mi melomanía clásica me marginaba. Algunos versos de tango con dicción gardeliana podían convertirse de pronto en un estribillo que duraba semanas (“Los amigos se cotizan / en las buenas y en las malas/ a mí me dieron la chaucha / y la reparto con vos…) y que, como la ginebra, formaban parte en aquellos setenta de ciertos rituales de un impostado porteñismo.

Daniel estaba llamado a un mundo más iluminado que el que podían ofrecerle la docencia o la investigación

Aunque siempre supe que Daniel estaba llamado a un mundo más iluminado que el que podían ofrecerle la docencia o la investigación (que fue el mío), lamenté sinceramente su distanciamiento, que fue paulatino e irreversible. En los años siguientes apenas nos comunicamos. Una noche, después de un encuentro casual, me invitó a cenar a un imponente departamento que ocupaba en la esquina de Juncal y Talcahuano. Y mucho después, una mañana de hace ocho o nueve años , cuando el arquitecto Pano (también excompañero del Colegio) y yo salíamos de la Biblioteca Nacional por el acceso de Agüero, nos dimos casi de bruces con Daniel, que pasaba haciendo footing a buen ritmo con ropas deportivas. No me llamó la atención su aspecto jovial y lo que suponía su buen estado físico, que siempre había cuidado;  sin embargo, él mismo corrigió esa impresión con una sonrisa irónica y esta frase incómoda: “Ustedes me ven muy bien, pero la verdad es que estoy hecho mierda…”, en la que me pareció advertir una alarma.  Sin poder saberlo, nos despedimos el 4 de mayo de 2017 en la Academia Argentina de Letras; inesperadamente me lo devolvió Jorge Fernández Díaz, que ingresaba ese día como académico y a quien poco tiempo antes se me había ocurrido preguntar si en el mundo de los medios que frecuentaba lo había conocido.

Hoy queda incumplido el compromiso de una cena inminente y silenciadas las glosas del amigo a la memoria de aquellos días compartidos

Hoy queda incumplido el compromiso de una cena inminente y silenciadas las glosas del amigo a la memoria de aquellos días compartidos. Daniel rehuía la melancolía y los ejercicios nostálgicos, de modo que ahora, al recordarlo, quiero respetar esa restricción. Me cuesta aceptar que ya no está, porque se llevó su parte de un tiempo que me importó. Por lo demás, no debería preocuparme, porque si existe un trasmundo, a Daniel le irá bien.

*Vicepresidente de la Academia Argentina de Letras y compañero de secundario.