Me reencontré con Daniel Pliner en 1982, en la redacción de la revista Perfil. Él pensaba que yo era un pibe de barrio algo elemental que sabía de boxeo y yo creía que era el clásico high class que usaba moñito de puro frívolo. Ambos nos equivocábamos. Lo averiguaríamos pronto.
Daniel era un exquisito que, por estas cosas de la vida, trabajaba como periodista. Culto, un virtuoso de la ironía, buen lector. Escribía maravillosamente. Era un gran editor de revistas, un conductor de redacciones —de grupos, dirían en el fútbol—, alguien capaz de sacarles agua a las piedras. Fundamental: en el periodismo siempre hubo más piedras que agua.
Me pasé la vida en revistas que jamás compraría. Solo con Pliner trabajé con placer, poniendo alma y corazón, sintiendo que el medio que hacíamos era realmente parte de nosotros.
La primera vez fue en la loquísima revista Perfil, un medio de culto, genial, injustamente olvidado de “la historia oficial”.
Después, en el diario PERFIL de 1998, un lujo total que terminó en catástrofe. Fue Daniel quien me avisó, a la una de la mañana, que mi columna “Travesti” había sido reemplazada por otra, titulada “Hasta pronto”. Al final, la frase fue cierta pero solo para mí: fui columnista del PERFIL dominical desde 2005 y en 2007 fui, por menos de un año, prosecretario de Redacción.
Lo último que escribí antes de renunciar fue un suplemento con toda la verdad sobre la fugaz historia del diario PERFIL de 1998, diez años después. Llamé a Pliner para que diera su versión como uno de sus directores ejecutivos, pero estaba en Brasil. Contestó una semana después. Le conté que me había ido de PERFIL, pero seguía con la columna en Deportes. “¿Qué, te sigue interesando el fútbol a vos?”, me preguntó. Le dije: “¡Me gusta Racing, como a vos Dany! Pero, ¿eso que catzo tiene que ver?”.
Tenía. En ese momento nacía el proyecto Tiki Tiki, una revista de fútbol para chicos de 8 a 13 años. Un medio sin antecedentes en la región. Había que probar. Experimentar. Ver a Daniel Pliner armar las cosas como un artesano paciente y creativo fue un placer adicional.
En ese tiempo descubrí que, en una discusión futbolera, cada uno vuelve a tener 10 años. Esa era la clave. Pliner sacaba la batuta y dirigía. Yo era un solista y Daniel, un fino director de orquesta. Siempre fue así.
Con Pliner, después de 18 años, volví a pisar el edificio de Clarín, de donde fui echado, de un día para el otro, sin aviso y sin causa, siendo secretario de Redacción. Parecía complicado volver ahí, pero junto a Pliner nada parecía imposible. Daba seguridad. Su convicción era enorme, y se contagiaba.
Por esa convicción, seguramente, me cambió la cabeza, ya de grande. No suele pasar. Le gustaba hablar de política y eso hacíamos, todos los días. Había pasado la crisis del campo de 2008 y yo tenía una visión contraria a la suya. Daniel Pliner, con su serena y firme convicción, me hizo ver las cosas de otra manera. Nunca podré agradecérselo lo suficiente.
En 2012 escribió algunas columnas para La Nación. Era una época menos cruel y estúpida que esta, así que le pidieron textos irónicos a favor de los K, como para provocar polémica y discusión. Vaya si lo hizo.
El 12 de marzo de 2012 escribió un delicioso “Manual de estilo para columnistas anti K”. Recomiendo con fervor su lectura. Está en este link: https://www.lanacion.com.ar/opinion/manual-de-estilo-para-columnistas-anti-k-nid1458381.
Daniel Pliner era mi amigo. Un amigo que me marcó la vida. Que me enseñó a ver la verdadera cara de mucha gente. Un hombre culto, pero para nada fatuo. Jamás sobreactuaba.
Si supiera que estoy escribiendo esto, me diría: “Cuidado con lo que escribís, Huguito”. Y yo le respondería: “Morirse no es nada, Daniel, el tema es quién te escribe la necrológica”.
Voy a extrañar esas charlas, Pliner. Te voy a extrañar el resto de mi vida, vos sabés.
*Periodista.