Con espanto y con enojo los trabajadores argentinos escucharon las palabras de Mariana Alfonzo quien tenía, hasta ahora, el plan Potenciar Trabajo, la Asignación Universal por Hijo, la Tarjeta Alimentar y el Plan Progresar (los tres últimos desde el 2018). La mujer recolectaba 58 mil pesos por mes. “Cobro por el plan $ 22 mil, casi $ 6 mil por cada uno de mis tres hijos, la garrafa y la Tarjeta Alimentar $ 18 mil", dijo ella. Antes de explicar sus cuentas financieras la planera se filmó en un video viral donde cuestionó a quienes trabajan y a sus quejas contra quienes no lo hacen. “Renunciá”, recomendó ella ya que el Estado y el Presidente (según su lógica) le pagaban por no hacer nada.
¿Por qué enoja tanto el testimonio de Mariana al punto de que le hayan llegado amenazas? ¿Qué es lo que genera la bronca y el disgusto? La verdad. Luego de filmarse ella sufrió ataques de pánico, se quedó sin planes y sumó el odio nacional. ¿La razón? Dijo su verdad. El Estado, que quiere pagar, le da el dinero por no hacer nada. Punto. ¿Es culpable? Posiblemente sí, el plan Potenciar Trabajo es para potenciar el trabajo. ¿Pero eso lo hace poco real? No. Como en su situación hay más personas.
Recuerdo claramente cuando el plan era sólo Trabajar. En una oportunidad me tocó ir al campo a ver cómo personas desempleadas se sumaban a la cosecha. Los jóvenes allí reunidos aclaraban que eran beneficiaros del “Plan descansar”. El escaso control, la poca exigencia, la cantidad desbordante de argentinos que los perciben y tantas razones más hacían prever que estos planes en realidad sólo eran una venda dentro de la economía social. Y como toda herida que no sana, la grieta fue creciendo hasta llegar al punto de convertir al país en dos bandos: los que trabajan y los que no.
"Renunciá" en cifras
Las cifras son gigantes. Los últimos datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) y de la Universidad Católica Argentina (UCA) son del 2019 cuando el 33,4% de los hogares argentinos ya contaba con alguna ayuda del Estado. En el 2016 ese número era del 32,9%. Pero hay más, el director del ODSA, Agustín Salvia, le informó al portal Chequeado que ese número abarca aproximadamente al 40% de los hogares actuales.
La cuenta es sencilla, según el informe de los indicadores de condiciones de vida de los hogares del Indec, en el país hay 9,4 millones de hogares. Si se toma el número del 40 por ciento se llega a la conclusión de que en Argentina 3,7 millones de hogares acceden a un beneficio. Una cifra que es claramente insostenible.
Y si se pone la lupa sólo en el Plan Potenciar Trabajo los datos arrojan que 1,3 millones de personas son beneficiarias. De éstas y durante el 2021 sólo 15.583 consiguieron un empleo formal. Hay en esa gran cantidad de argentinos muchas personas que quieren y buscan un empleo y muchas Marianas que se preguntan: ¿para qué?
¿Qué pasa con la dignidad, con las ganas de progresar, con las ambiciones personales? Un recorrido por el pasado podría ser la respuesta a esta escasa necesidad de ser parte de un país donde el trabajo y el esfuerzo se valoren como herramientas de movilidad social y progreso. Sin ir más lejos y para seguir con el mismo ejemplo, Mariana recibió una propuesta laboral que rechazó ya que el Estado siempre fue para ella el mejor proveedor.
En el comienzo los planes sociales aparecieron para paliar diferentes crisis sociales. La caja de pan de Raúl Alfonsín, el Programa Trabajar de Menem de 1996 que buscó mitigar los levantamientos de Cutral-Có y Plaza Huincul que ocurrieron en Neuquén y el Plan Barrios Bonaerenses de Eduardo Duhalde plantaron la semilla. Era posible vivir en Argentina sin un empleo. También era necesario para estos líderes frenar y paliar las necesidades de dichos momentos.
Pero la cura temporal hizo metástasis y se diseminó por todos lados. Nacieron planes para los jóvenes, los adultos, los desempleados, los hijos. Tantos son que el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales en su Guía determina que existen 182 programas sociales vigentes. Claro que hay en el listado planes que son fundamentales. En esa inmensidad de ayuda social, que fue creciendo con los años, nacieron varias generaciones quienes, lejos de escuchar que el trabajo era dignidad, entendieron que el Estado era un padre benévolo que ante cualquier conflicto podía no ayudar (eso sería haber brindado trabajo, por ejemplo) sino que asistir. ¿A cambio de qué? De la empatía, del voto y de la supuesta paz social.
Son los argentinos una sociedad solidaria que siempre lo demuestra con acciones concretas y que merece el bienestar. Y lejos de oponerse a la ayuda social, en algunas oportunidades la valora en tanto y cuanto el dinero salga de las arcas de un Estado sano y no de los bolsillos de aquellos que no queremos ni buscamos renunciar.
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