OPINIóN
Estados Unidos

La política exterior de Biden: ¿hacia nuevos equilibrios mundiales?

Un documento preparado por sus asesores adelanta las líneas generales de la la diplomacia que aplicará el demócrata. Contener a Rusia y China, y recuperar vínculos con Europa, prioridades.

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Rivalidad y cooperación marcarán el vínculo con China. | Cedoc

Más allá del complejo panorama que presenta la transición presidencial en curso en los Estados Unidos y de los desafíos internos que se le presentan a Joe Biden al asumir la presidencia, algunos de los lineamientos que caracterizaran la política exterior estadounidense en la nueva fase han sido definidos en un documento de noviembre de este año, planteando, en esencia, el retorno al multilateralismo después del aislacionismo y el unilateralismo promovidos por Trump durante su mandato. 

El documento plantea muy claramente las prioridades de la nueva administración en la agenda global: la recomposición de la alianza transatlántica con los socios europeos y el compromiso con la OTAN; la implementación de una serie de iniciativas diplomáticas para reconstruir la relación con la OMS y para reactivar el acuerdo nuclear con Irán; la reanudación del compromiso con el Acuerdo de Paris en los temas medioambientales; el fortalecimiento de las relaciones con países democráticos para enfrentar a China y Rusia y la extensión del Tratado de Reducción de Armamento Estratégico (Start 3), entre otros.

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Los últimos dos puntos aparejan, sin embargo, una serie de desafíos específicos. La rivalidad estratégica con China no desaparecerá, pero adquirirá nuevos matices, particularmente en el marco de la estrategia de la contención de Beijing en el Indo-Pacífico, con un probable retorno a los lineamientos del “pivote hacia Asia” promovido por la administración Obama y la reactivación de una estrategia geoeconómica en esa región, más allá del componente de seguridad que se impuso con la administración anterior.

La rivalidad con China en el ámbito económico y tecnológico posiblemente se desarrolle en base a una diplomacia multidimensional que no excluye la eventual cooperación en algunos ámbitos. El reforzamiento de las alianzas en Asia con el propósito de seguir impulsando una contención a la ambiciones regionales y globales de Beijing, no revertirá, en este sentido, la relocalización de las cadenas de suministros que dependen de las inversiones estadounidenses en China, pero podrá contribuir a reforzar los vínculos económicos con otros socios de la región.

Pero uno de los puntos más sensibles de la nueva política no está disociado de una estrategia dirigida asimismo hacia Rusia, identificada como una de las dos principales amenazas de seguridad a los Estados Unidos. Los altibajos de la negociación de la extensión del Start 3 entre este país y Rusia ha dado pie a una insistencia por parte de Washington de incluir a China en el tratado. Beijing no demuestra un particular interés en esta inclusión porque podría frenar su desarrollo de armamento nuclear, actualmente muy distante de la paridad estratégica entre Moscú y Washington. El presidente de Rusia, por su parte, no rechaza de plano esta posibilidad, pero plantea la ampliación del espectro de actores involucrados con la inclusión de las potencias nucleares europeas. Ambas posiciones parecen coincidir en el marco de la creciente cercanía sino-rusa.

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Sin embargo, la extensión de este tratado manteniendo su carácter bilateral, abre la posibilidad para la administración Biden no sólo de mantener un canal exclusivo de interlocución entre los dos contendientes de la Guerra Fría, sino también evitar la consolidación de la convergencia estratégica euroasiática entre Rusia y China en su enfrentamiento con los Estados Unidos y, eventualmente, diferenciar a estos dos actores en las relaciones con los Estados Unidos en el futuro. Un acto de equilibrio que puede chocar con las percepciones actuales de muchos de los asesores actuales de Biden y del propio presidente electo.

Más allá de las sanciones impuestas a Rusia y de sus efectos sobre la construcción del gasoducto Nord Stream 2 que afecta las relaciones rusas y europeas, una modificación en el equilibrio actual del poder mundial podría contribuir a una mayor estabilidad de un sistema internacional que atraviesa por las incertidumbres de una transición, acelerada por la pandemia mundial.