“Quedan sólo cinco meses para tomar decisiones de unir finanzas con clima”.
“Quedan apenas 12 años para que al final del planeta no sea irreversible”.
“Es el momento de un impuesto global mínimo a las multinacionales”
“El mundo no soporta una nueva guerra fría, ahora climática”
“Si el Fondo Verde para el Clima no se recapitaliza, será una hipocresía universal”
“Los países de renta media son los nuevos pobres post-pandemia”
Quienes pronunciaron estas palabras no fueron meros opinólogos ni expertos protegidos por una campana de cristal teórica. Fueron decisores del más alto nivel mundial, convocados a partir de la prédica del Papa Francisco, para discutir opciones concretas en el seno de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del Vaticano. Un nuevo y mejor recomenzar de la humanidad, en el mundo post-pandemia, es posible. Pero para hacerlo una realidad se trata de actuar con premura y sentido de urgencia, porque se trata de enfrentar una crisis que, a diferencia de los años 80’ cuando estaba centrada en un puñado de países del Tercer Mundo con problemas de deuda externa, hoy abarca al conjunto de la humanidad con una triple dimensión: social, financiera y ambiental.
Si comparamos la situación con el año pasado, se ha dado un primer paso no menor, aunque por supuesto insuficiente: la comunidad financiera global alcanzó acuerdos mínimos, como el que permitirá la próxima emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG) por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI).
La comunidad financiera global alcanzó acuerdos mínimos, como los DEG del FMI
El camino, sin embargo, es largo y desafiante. Los siguientes avances fueron precisamente el eje del debate inspirado por el Papa, que reunió en la Academia vaticana a actores relevantes de la gobernanza mundial, como Janet Yellen, secretaria del Tesoro de los Estados Unidos; John Kerry, enviado presidencial especial de EE.UU. para Asuntos del Clima; los economistas Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs, y los ministros de Economía de Alemania, Francia, España, Argentina y México, entre otros.
De las conversaciones surgieron valiosas ideas, como la de incluir en la ayuda al desarrollo la financiación de un Fondo para el Fin del Hambre, y la utilización de los DEG para facilitar la emisión de bonos que garanticen la seguridad alimentaria, climática y nutricional.
La Secretaria del Tesoro de EE.UU., en el discurso inaugural luego publicado oficialmente por la administración americana, sostuvo que los DEG deberían usarse para reforzar las reservas internacionales, para comprar vacunas contra el Covid19 y realizar otros gastos críticos que limiten el daño ocasionado por la pandemia. Aseguró además que los países desarrollados están explorando opciones para recanalizar una parte de los DEG e impulsar este esfuerzo.
Se trata de un cambio fundamental con respecto a la posición de Estados Unidos al inicio de la pandemia, cuando se negó a emitir los DEG que hubieran generado un alivio sustancial a los países miembros del FMI. El giro de la administración del presidente Biden refleja el espíritu de solidaridad necesario en las finanzas internacionales.
Los próximos encuentros del G20 serán decisivos para crear los mecanismos financieros, construir un puente de liquidez y lubricar el desarrollo pos pandemia. No sólo para los países más pobres, sino además para los países de ingresos medios, donde residen 8 de cada 10 personas que cayeron en la pobreza durante la crisis sanitaria.
Si no atendemos a la vez las urgencias de los países de rentas bajas y medias, como la Argentina, estaremos corriendo el riesgo de ampliar las desigualdades globales en lugar de reducirlas y de estar sentando las bases para un proceso desordenado y caótico de reestructuración masiva de deudas externas de los más de 70 países que hoy están en situación de turbulencia a este respeto.
Los bancos multilaterales pueden ser un vehículo eficiente para canalizar los DEG desde países desarrollados hacia países en desarrollo de América Latina. Estas instituciones ya cuentan con el conocimiento de la región, y con mecanismos de monitoreo y evaluación para garantizar la eficacia de la ayuda al desarrollo.
La estrategia debería promover el financiamiento de planes integrales y robustos que contribuyan a diversificar la matriz productiva y exportadora, generar capacidades propias para integrarse a cadenas regionales y globales de valor sustentables con producción local, y alcanzar altos estándares ambientales y productivos.
La canalización de los DEG a través de la banca de desarrollo puede permitir la expansión de préstamos basados en políticas (PBLs, por sus siglas en inglés) a tasas menores siempre que se cumplan objetivos de mitigación o adaptación al cambio climático, así como a incrementar la oferta de concesionalidad en los créditos y permitir un mayor apalancamiento de sus carteras de préstamos.
A partir de esquemas de garantía, la canalización de DEG por esta vía también podría estimular los swaps de deuda por clima, y vincularlos con las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) comprometidas en el Acuerdo de París. Se puede establecer de tal modo un círculo virtuoso: los países ven condonado o aliviado una parte sustancial de su endeudamiento, mientras dicho ahorro puede ser canalizado en obras para la mitigación o adaptación al cambio climático, abonadas en moneda local y llevando alivio fiscal a los presupuestos. Es fundamental que los países tangan en su haber una cartera de proyectos de inversión bien diseñados, factibles de recibir financiamiento, que contribuyan al desarrollo integral de largo plazo y que gocen de un amplio consenso social.
Por eso mismo, en la última sesión plenaria del Consejo Económico y Social de la Argentina, pusimos en marcha, con la presencia de todo el espectro político y los sectores académicos, empresarial y de los trabajadores, el diseño de una Estrategia Nacional para el Desarrollo de la Economía del Hidrógeno.
El empleo productivo y multiplicador de la liquidez aportada por los DEG puede canalizarse para propiciar una mayor musculatura financiera de instituciones de desarrollo, para que tengan una mayor capacidad prestable. A modo de ejemplo, durante 2020 el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apenas pudo incrementar 7% sus desembolsos, y lo hizo a costa de aumentar la tasa de interés que cobra a los países de la región. Sin una inyección creativa de nuevos recursos, poco se podrá hacer para asegurar un adecuado impacto sobre América Latina.
Los próximos encuentros del G20 para lubricar el desarrollo en la pospandemia
La necesaria capitalización de los organismos de crédito, que complemente los mecanismos de financiación generados a partir de la transferencia de DEG, debe ser una capitalización verde centrada en acciones climáticas, en políticas de inclusión social contra el hambre y en la creación de empleo de calidad para el futuro del trabajo.
Si los bancos multilaterales no incrementan de forma sustancial su porfolio de financiamiento contra el hambre y el cambio climático, los Objetivos de Desarrollo Sostenible dejarán de ser un sueño posible para convertirse en una quimera.
Enfrentamos dos riesgos y una enorme oportunidad. La catástrofe climática inminente, si no se toman acciones rápidas, y el efecto dominó de reestructuraciones de deuda caóticas y desordenadas como producto de la pandemia. El tiempo de actuar con valentía creativa llegó, de cara a las próximas cumbres de Glasgow de cambio climático y de Roma del G20, que tendrán lugar con pocos días de diferencia en octubre y noviembre próximos.
Tras participar de este encuentro histórico en la Casina Pío IV del Vaticano, sede de la Academia fundada por Galileo Galilei, tuve la certeza de que la prédica del Papa Francisco para salir “mejores” y “no peores” de esta pandemia es una voz que cala hondo en toda la humanidad.
*Presidente del Consejo Económico y Social. Secretario de Asuntos Estratégicos de la Argentina. Miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales.