El año nos despide con el anuncio de que habrá cambios en el sistema de salud. La necesidad de cambio no es una novedad, resulta evidente a la luz de los resultados. Ya desde los albores de la democracia Aldo Neri señalaba los problemas de un sistema fragmentado, caótico, ineficiente y con fuertes inequidades. Por sobre todo atravesado por intereses que no siempre son los de los ciudadanos.
No alcanza con decir que hay un profesional de la medicina cada 253 habitantes y en enfermería cada 226 hab. Todos ellos están mal distribuidos y mal pagos
Hay un aspecto que parece no estar en el marco de análisis y es el del recurso humano que compone nuestro sistema de salud. La pandemia puso sobre la mesa la realidad. No alcanza con decir que hay un profesional de la medicina cada 253 habitantes y en enfermería cada 226 hab. Todos ellos están mal distribuidos y mal pagos.
La primera consecuencia de un sistema fragmentado es el multiempleo. Los profesionales ya sea por búsqueda de mejores ingresos, por mala organización del trabajo, por reconocimiento van de una institución a otra, llegando a superar las 60 horas semanales de trabajo. Esto genera dificultad para quienes intentan organizar un sistema prestacional al contar con profesionales a tiempo parcial y compromiso distribuido. También es fuente de cansancio para los profesionales y pone en riesgo la seguridad del paciente. En síntesis, un sistema que no satisface a nadie.
Cualquier proyecto de reforma debe promover fidelización de profesionales con lugares de trabajo. Esto requiere remuneraciones adecuadas y posibilidades de desarrollo profesional y científico. Algo de lo que el estado poco se ha ocupado, salvo contadas excepciones.
La reforma del sistema de salud requiere tener en cuenta todos los actores, en particular a los que constituyen la base del sistema
Un sistema de salud integral debe fortalecer el primer nivel de atención, promover profesionales que estén cerca de las personas y sus problemas de salud. Sobra evidencia que países con estas sólidas bases son los que tienen mejores indicadores. Para conseguir esto la Argentina tiene una enorme tarea por delante. La planificación del capital humano a largo plazo requiere consensos en el Consejo Federal de Salud (Co.Fe.Sa.) que permitan mirar más allá de las necesidades urgentes de los distritos. La Argentina tiene una sobrada capacidad de formación de profesionales de salud. Tanto es así que atrae numerosos profesionales de la región para realizar su residencia -sistema intensivo de formación de postgrado- en nuestros hospitales. A diferencia de otros países la oferta de vacantes de especialidades relacionadas al primer nivel de atención -no llegan al 30% de las ofrecidas- no promueve su elección. Así cada año la Argentina forma especialistas con un criterio más generado por el mercado que por las necesidades. Es necesaria una política de incentivos, y gestos que lleven a que el numero de especialistas formados cubra las necesidades de asistencia. Algo similar ocurre con especialidades críticas, como las que se relacionan a la atención de emergencias o los cuidados intensivos, tal como se evidenció en la pandemia.
El personal de enfermería sigue la lucha por su reconocimiento como profesionales, no solo en lo normativo, sino en las remuneraciones. No es casual que el 40% de la fuerza laboral del país aún este constituida por auxiliares, con un solo año de formación.
La reforma del sistema de salud requiere tener en cuenta todos los actores, en particular a los que constituyen la base del sistema. Que las presiones de los diferentes dirigentes sectoriales no dejen todo en intención. Es necesaria mucha generosidad y un consenso amplio para que cualquier reforma, no sea solo un mero discurso efectista.
*Profesor asociado Ciencias de la Salud Universidad Nacional del Sur. Ex Director Nacional de Capital Humano Ministerio de Salud y Desarrollo Social.