OPINIóN
Análisis

Mímesis y corrupción

Ya es momento de arriesgar otras explicaciones del fenómeno de la corrupción. Las más habituales giran alrededor de los incentivos. Se suele insistir en procurar una buena reputación o bien se amenaza con controles, sanciones, multas y prisiones. Otras explicaciones coquetean con las neurociencias, pero éstas no dejan mucho espacio para la libertad humana.

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Ya es momento de arriesgar otras explicaciones del fenómeno de la corrupción; las más habituales giran alrededor de los incentivos. Se suele insistir en procurar una buena reputación o bien se amenaza con controles, sanciones, multas y prisiones. Otras explicaciones coquetean con las neurociencias, pero éstas no dejan mucho espacio para la libertad humana. ¿Nuevas explicaciones nos conducirán a nuevas soluciones? No lo sé. Lo importante es no reducir los fenómenos complejos a un solo factor o condicionante.

Les propongo sumar una hipóteseis a partir de la noción de mímesis (imitación) del antropólogo René Girard (1978). Sintetizo la intuición del autor y más abajo la aplico -condensadamente- a una forma de corrupción en las empresas que ha crecido mucho en los últimos años en la alta gerencia en Argentina: el fraude interno. Las consultoras expertas formulan diversas causas: ocultar un error no admitido, aumentar la compensación y beneficio personal, proteger los intereses de la empresa. Aun así, consideran que el fraude interno tiene un costado “misterioso” (PricewaterhouseCoopers, 2018, 2020).

Para Girard el deseo mimético o imitativo es una fuerza primaria que da forma a las sociedades humanas. Este deseo es ambivalente, tiene dos caras. El lado positivo es que aprendemos imitando, queremos lo mismo, nos vamos pareciendo y eso nos une, nos ordena. El lado negativo es que engendra rivalidad y desunión; este aspecto del deseo no es fácil de admitir.

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La peste tras la peste

Girard explica la rivalidad que surge de la imitación con una estructura triangular. Imaginemos a un Juan, a un José y un objeto X. Juan es distinto a José. Juan quiere ser como José. José se apropia de un objeto X. Entonces, surge la rivalidad entre Juan y José. ¿Por qué? Porque al deseo imitativo, le sigue el deseo de apropiación. Al anhelo de querer ser como el otro, le sigue el anhelo de tener lo que tiene el otro. Girard explica que los animales también rivalizan miméticamente, pero la diferencia es que sus luchas finalizan. Ahora bien, ¿cómo surge el deseo imitativo? ¿qué lo engendra? Una causa o disparador puede ser desear lo que al otro lo distingue, por ejemplo, la superioridad.

Usemos estas ideas de Girard como lente para observar la empresa como un tipo de sociedad humana. Entre varios se emprende un objetivo común, se aprende conjuntamente, se desarrolla un modo de ser colectivo, una mentalidad compartida.

La mímesis positiva se espera del ingresante; se le hace un proceso de “inducción” a la cultura. A su vez, “el nuevo” quiere ser aceptado y trata de ser parte imitando comportamientos y lenguaje. Cuando se intenta un cambio cultural en la organización, también se busca la mímesis positiva. Se desea el contagio de nuevas conductas y hábitos. Nueva o la de siempre, la imitación consolida la cultura organizacional.

 

Para Girard el deseo mimético o imitativo es una fuerza primaria que da forma a las sociedades humanas. Este deseo es ambivalente, tiene dos caras.

 

La mímesis negativa aparece en cualquier estamento. Por más aplanada que sea la pirámide de la empresa, siempre hay jerarquías y algo de distancia entre ellas. La forma más evidente de rivalidad mimética es que “el de arriba” ve como rival al quiere subir, “el de abajo” ve como rival al que no lo deja subir. Entre pares, lo mismo que los unió, los separa. Los une el estilo y objetivo común, pero ello no enmascara el deseo de diferenciarse.

La forma menos evidente de rivalidad mimética es aquella que desarrolla el sujeto en ascenso con la organización que lo emplea. El triángulo es otro; un Juan, una empresa, su poder. Juan se identifica con la empresa en la que trabaja, se entrega a su dominio; ello lo empodera y enorgullece, decide por ella. Pero alguna vez soplan nuevos vientos y barren la memoria organizacional. Ella ya no lo reconoce, no lo distingue, lo ignora, lo invisibiliza. “Ella” no es alguien, ni un José, ni una Juana. Si Juan comete fraude interno hace uso del poder que abrevó rivalizando miméticamente con la empresa. Y lo que le permite cruzar el umbral y animarse al fraude es experimentar que ha ganado la batalla, ha vencido al rival que dominaba su vida, tomó aquello por lo que siempre habían luchado juntos. Y se sintió bien, no tenía nada contra nadie.

* María Marta Preziosa. Dra. en Filosofía. Investigadora docente universitaria.