Los textos del multifacético pensador René Girard (1923-2015) arriesgan explicaciones sobre el comportamiento humano identificando recurrencias (“patterns”) en grandes autores de la literatura universal tales como Sófocles, Shakespeare, Dostoyevski, Camus entre otros. Como buen francés, sus teorizaciones incluyen el deseo. Girard afirma que nos mueve un deseo ambivalente que se nutre tanto del insaciable anhelo de distinguirnos del otro, como del de ser como el otro. Girard denomina a esta fuerza “deseo mimético” (imitativo) y es la intuición central de su obra.
En un ensayo publicado en inglés -The Plague in Literature and Myth(1974) - Girard aborda la peste o epidemia, no como fenómeno médico o histórico, sino como una explicación mítica de la violencia. Un mito transmite un acontecimiento cultural, fundacional y originario, pero revela tanto como oculta. La tesis de Girard es que la peste es un mito que aparece repetidamente en diversas obras literarias con algunas similitudes. La peste destruye las diferencias y ubica a todos por igual frente a la muerte; la muerte es “la suprema indiferenciación”. La peste genera anarquía y sacude todos los ordenamientos sociales; las distancias jerárquicas ya no son tales. La peste exacerba la rivalidad; la violencia se imita y contagia.
Girard afirma que nos mueve un deseo ambivalente que se nutre tanto del insaciable anhelo de distinguirnos del otro, como del de ser como el otro
Para Girard, la peste es una clara metáfora de la desintegración social que pone de manifiesto la violencia recíproca y latente, la violencia que no se explicita como tal. La peste es una metáfora de la desintegración cultural, en la que todos creen poseer la verdad. La peste provoca la crisis del deseo imitativo, ese anhelo de distinguirse y, a la vez, de apropiarse de lo que el otro tiene. La peste bulle esa mezcla de emulación y envidia. La peste abre el espacio para la desmesura (“hybris”). El anhelo de diferenciarse se convierte en poder mirar con desdén y por encima de los otros; en ser tan privilegiado como aquellos que se quiere imitar y con los que, por tanto, se rivaliza.
Hasta aquí Girard. En lo que sigue e interpretando su teoría mimética me arriesgo a bocetar una apretadísima lógica de autojustificación de la corrupción en tiempos de peste.
La peste genera anarquía y sacude todos los ordenamientos sociales
La corrupción hace caso omiso de las diferencias, no es propia de un solo colectivo, grupo o clase. La corrupción genera anarquía, sacude el ordenamiento institucional comprando voluntades, divirtiendo responsabilidades, acortando distancias jerárquicas. La corrupción procede, también, de una cierta -deseada y consentida- anarquía, “¿por qué van a decidir ellos y no yo?”. La corrupción se imita, “todos lo hacen”. La corrupción se contagia como la peste.
La corrupción exacerba la rivalidad, aunque -paradójicamente- dificulta la confrontación. La corrupción es un acto de “hybris”, de omnipotencia. La corrupción es un abuso de poder y por tanto es una forma de violencia. La corrupción es un tipo de violencia que no se explicita como tal, ya que se disfraza de aprovechamiento de una oportunidad que cualquiera tomaría. La corrupción parte del supuesto de que mi rival ya ejerció la violencia antes que yo para obtener un privilegio y diferenciarse. Entonces, ¿por qué el otro sí y yo no?
* María Marta Preziosa: Dra. en Filosofía. Investigadora y docente universitaria.