Al adentrarnos en este nuevo siglo, me sorprendo una y otra vez del ritmo acelerado con el que el mundo cambia, incorporando tecnología y modificando viejas estructuras para configurarse en un mundo nuevo. Avanzan a paso temible la concentración de las riquezas y la constitución de poderes transnacionales con dominio operativo sobre los gobiernos de los países centrales. Las políticas en beneficio del poder económico. La explotación de los mercados de consumo y la captura de los recursos naturales mediante el uso de la violencia sobre los cuerpos.
Las nuevas doctrinas de guerra dominadas por la incorporación de máquinas robotizadas (drones) que permiten hacer la guerra a distancia constituyen un panorama nuevo, atemorizante. Me resulta urgente que el cine ponga su lupa sobre los temas y las formas que nos llevan a la exclusión de millones de personas y a la sistematización de la violencia.
En Los últimos, la película que estrenamos el jueves, contamos la historia de dos refugiados ambientales en un futuro que está ahí nomás, en una Latinoamérica ocupada por la guerra y el saqueo de los recursos naturales. La guerra por el agua.
Pedro (Peter Lanzani) y Yaku (Juana Burga), una joven pareja que habita un campamento de refugiados en zonas devastadas de Bolivia, emigra atravesando el desierto de Atacama rumbo al océano Pacífico en el norte de Chile, transitando una zona salvaje donde la belleza de la naturaleza y la intoxicación de la explotación salvaje por sus minerales hacen a un paisaje posapocalíptico. Allí se desarrolla un friso de la guerra, de la posmegaminería, de la tierra seca y abandonada y de los pobladores que la habitan. En este contexto acompañamos en su camino a los débiles que demuestran fortaleza ante la adversidad.
Buscamos retratar una Latinoamérica donde el organigrama del poder multinacional despliega una estrategia de muchas patas para apropiarse del territorio, de sus recursos naturales y de sus recursos humanos. Esas patas son el poder militar, el poder mediático y el poder político. Las grandes industrias extractivas, las que fabrican pesticidas y semillas, las que dinamitan los cerros y derraman ácido en los ríos. Asistidos por los que desde los medios masivos de comunicación operan para el poder concentrado de los grupos económicos.
Se insufla violencia y se quiebran cuerpos para posibilitar el saqueo, y el territorio es drenado y contaminado hasta hacerlo estéril, transformando poblaciones enteras en refugiados ambientales.
Lo que aparece allí es la idea del cuerpo como objeto al servicio de la construcción mediática del horror orquestado. Esa es la suerte que les toca a Pedro y Yaku en la historia de la película, ser carne de cañón en una operación mediática/militar. Ser fotografiados por Ruiz (Germán Palacios), un fotógrafo de guerra, inmediatamente después de un bombardeo aéreo para generar una imagen y un impacto determinado.
La película la filmamos en el desierto de Atacama, en Bolivia, a 4 mil metros de altura en locaciones reales. Filmamos en los residuos industriales de las grandes mineras. Logramos así un retrato realista de lo que sucede actualmente a lo largo de toda la cordillera de los Andes. Y en ese contexto, Peter Lanzani, Germán Palacios, Luis Machín, Natalia Oreiro y Alejandro Awada le ponen el cuerpo a una realidad inquietante.
Es un orgullo estrenar esta película en los cines de la Argentina. Que nuestro cine pueda intentar un despliegue visual, técnico y actoral donde la industria desarrolla sus posibilidades para llegar al gran público pero sin resignar un contenido comprometido. Junto con la alegría de haber llegado al estreno de esta película tan querida aparece también la tristeza al ver cómo este gobierno detiene la marcha de la industria cinematográfica. Abandonando durante este año películas de primer nivel internacional al no apoyar su exhibición. Desvalorizando así incluso los recursos invertidos desde el mismo Incaa en la producción de esas mismas películas.
La industria del cine, además de su función cultural, puede ser un gran negocio para la Argentina. Los argentinos tenemos grandes recursos artísticos y técnicos. Tenemos una inercia industrial de años y años de cineastas filmando películas, exportando al mundo lo que produce esta industria, que es puro valor agregado. Aporta al país, a su cultura y también al desarrollo económico. Estas industrias, como la del software y la tecnología en general, son aquellas a las que tenemos que apostar como país. Si los funcionarios de nuestro Instituto del Cine entienden esto, sería bueno que lo manifiesten en sus acciones.
*Director; director de fotografía.