OPINIóN
Historia política

Cristo o Perón

Al presidente se le informa que oficiales de la marina y de la fuerza aérea se han sublevado con el objetivo de asesinarlo y tomar las riendas del gobierno.

Bombardeo Plaza de Mayo
Bombardeos en las inmediaciones de la Plaza de Mayo. | cedoc

En forma inesperada estalla el conflicto con la Iglesia Católica, que había tenido buenas relaciones con el peronismo desde 1943, conflicto que algunos asocian al recién formado Partido Demócrata Cristiano. Perón elimina de la lista de feriados nacionales la fiesta de San José y la conmemoración de los Santos Pedro y Pablo; deroga la enseñanza religiosa y las subvenciones oficiales a las escuelas privadas; propone trasladar el día de la bandera al 18 de octubre. Los diputados peronistas presentan un proyecto de ley que garantiza los mismos derechos a los hijos ilegítimos que a los hijos de matrimonios bien constituidos (que luego es retirado); se suprime por ley la exención de impuestos a los templos y organizaciones religiosas, se prepara una enmienda constitucional para separar a la Iglesia del Estado. Es modificada la ley de profilaxis social permitiendo el ejercicio de la prostitución.

“Cristo o Perón”. Los católicos se ponen en pie de guerra. Los militares y civiles opositores, también. Los templos y los colegios privados católicos se transforman en tribunas de crítica política y moral. 150.000 católicos y antiperonistas -desde conservadores y radicales hasta socialistas y comunistas-  al grito de “¡Muera Perón!” y “¡Viva Cristo Rey!”- se manifiestan en las calles de Buenos Aires con motivo de la celebración del Corpus Christi. El gobierno envía al exilio al obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor Manuel Tato, y a un canónigo de la Catedral, Ramón Novoa. Católicos y Gobierno se acusan mutuamente de haber quemado una bandera argentina. El 15 de junio de 1955, la Santa Sede excomulga a Perón.

Fuego contra Perón, testimonios exclusivos del bombardeo a la Plaza

El 16 de junio es un día como cualquier otro en la ciudad de Buenos Aires, bien alimentada, con escasos delincuentes, y variedad de espectáculos nocturnos. Las calles y avenidas están atestadas de vehículos, la gente va a trabajar con traje oscuro y corbata, en los comercios, talleres, fábricas y oficinas de gobierno las rutinas de siempre… Hasta que al presidente Perón se le informa que oficiales de la marina y de la fuerza aérea se han sublevado con el objetivo de asesinarlo y tomar las riendas del gobierno.

Las primeras bombas caen a las 12.40, algo que no había sucedido nunca en la historia argentina. El primer ataque está dirigido a  la Casa Rosada y rompe los vidrios del Ministerio de Hacienda. Autos, ómnibus y trolebuses arden en llamas, una ametralladora antiaérea dispara contra los aviones. Sorprendidos por la lluvia de balas -destinadas a la defensa nacional contra un ataque extranjero-, numerosos porteños se guarecen bajo las arcadas de la avenida Leandro N. Alem.

No obstante, en respuesta al llamamiento de la CGT, grupos de trabajadores armados con palos y cuchillos al grito de “¡La vida por Perón!” se dirigen en camiones hacia Plaza de Mayo. Nuevos ataques a la Casa Rosada hieren y matan a gente que no puede desentenderse de la furia y alejarse. La llegada de vehículos blindados con tropas del Ejército condena a los insurgentes al fracaso. Al caer la tarde la rebelión se desploma.

Los pilotos rebeldes se asilan en Uruguay. El Ministro de Marina, Contralmirante Aníbal Osvaldo Olivieri, se rinde al Ejército. Tiempo después de haber sido expulsado y sometido a Consejo de Guerra, dirá: “Me hice peronista cuando creí ver que ese movimiento se construía sobre las bases de Dios, Patria y Hogar pero se desvirtuó. Mi lealtad al presidente superada por un estado de ánimo de lealtad a mi patria, a mi bandera, a mi Dios.”

Perón temía un golpe en Argentina similar al de Pinochet

Uno de los almirantes, Benjamín Gargiulo, se suicida. Es encontrado en su despacho (dormitorio) con el revólver en la mano derecha, un rosario con la foto de sus hijos en la izquierda, y un mensaje: “Prefiero morir con mi uniforme y no con otro.”

Si bien un informe oficial habla de 355 víctimas fatales y más de 600 heridos, serán 364 los muertos y más de 800 los heridos.

A las 18 horas Perón se dirige al país por radio. Asegura que el levantamiento había sido sofocado y que la situación estaba bajo control. Ensalza el accionar del Ejército, no así de la Marina de Guerra, por ser “la culpable de la cantidad de muertos y heridos que hoy debemos lamentar los argentinos. Pero lo indignante -prosigue- es que hayan tirado a mansalva contra el Pueblo como si su rabia no se descargase sobre nosotros, los soldados, que tenemos la obligación de pelear, sino sobre los humildes que poblaban las calles de nuestra ciudad. Es indudable que pasarán los tiempos, pero la Historia no perdonará jamás semejante sacrilegio. Nuestros enemigos, cobardes y traidores, desgraciadamente merecen nuestro desprecio, pero también merecen nuestro perdón…”

La violencia de ese día no se reduce a los hombres uniformados. Así como grupos de civiles armados defensores del gobierno intentaron incendiar el Ministerio de Marina, también hubo civiles opositores que tomaron una estación de radio y emitieron proclamas afirmando la muerte de Perón y “el regreso de la ansiada liberación económica, democrática y republicana.”

También son civiles quienes, una vez sofocada la rebelión militar, se dedicaron a quemar iglesias. Por la noche, arden la Curia Eclesiástica y las iglesias de San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio, La Piedad, La Merced, San Miguel, San Juan, San Nicolás de Bari, el Socorro y Nuestra Señora de las Victorias. Escenas similares sólo tienen dos antecedentes en la historia del país: la iglesia de la Compañía de Jesús a fines del siglo XIX y la del Patronato, durante la Semana Trágica de 1919.

Puesto que no acuden ni los bomberos, ni el ejército, ni la policía para apagar los incendios, la oposición culpa al Gobierno y reproduce un discurso de Perón pronunciado el 1 de mayo de 1953 poco después de la quema del Jockey Club: “Cuando haya que quemar, voy a salir yo a la cabeza de ustedes; pero entonces, si fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días.”

Ese sábado, mientras en muchos hospitales se cura a los heridos y en miles de hogares argentinos dominan la tristeza y el repudio, no dan abasto los restaurantes, cines y teatros ubicados en el centro de la Ciudad de Buenos Aires.