Si la fórmula Fernández-Fernández ganara las elecciones, ¿CFK se convertiría en la vicepresidente con mayor peso propio en la historia argentina? Solo hay un antecedente de un vice con semejante estatura política: Juan Domingo Perón.
El coronel Perón ocupó la vicepresidencia de la Nación entre julio de 1944 y octubre de 1945, mientras ejercía además como secretario de Trabajo y Previsión y ministro de Guerra del gobierno militar de Edelmiro Farrell, quien había llegado al poder un año después del derrocamiento de Ramón Castillo, el último de los presidentes de la Década Infame. A sus 49 años, el vice Perón era el hombre del momento: su interlocución privilegiada con el movimiento obrero llamaba la atención de todos los sectores de poder de la Argentina que entraba a la posguerra.
La vicepresidencia de Perón no interesa tanto por sus implicancias prácticas, que casi no las tuvo, como por el hecho de que transcurrió durante un período bisagra de su carrera política. Su designación en el cargo fue el reconocimiento simbólico del rol clave que Perón ya venía jugando en el gobierno de facto.
La historiadora María Paula Luciani, investigadora y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales (Idaes) de la Unsam, dedicó su tesis doctoral a la verdadera estructura genealógica del poder de ese primer Perón: la Secretaría de Trabajo y Previsión. “Para 1944, Perón ya maneja una Secretaría con presupuesto, personal, nuevas oficinas, desde la que conecta con diversos actores: los militares en los que confía, especialistas en derecho laboral y, sobre todo, los sindicatos −dice Luciani a PERFIL−. Su designación como vicepresidente es el correlato de una construcción previa de Perón, como figura de un sector del gobierno militar que piensa en tres cuestiones sobre la posguerra: cómo enfrentar los problemas económicos, cómo responder al tema del desarrollo industrial y cómo afirmar la intervención del Estado en materia social. Perón llega a la vicepresidencia con todo eso en la cabeza”.
Desde su posición como secretario de Trabajo y Previsión, Perón atendía algunas de las principales preocupaciones de una fuerza laboral industrial emergente, al tiempo que buscaba socavar la influencia de la izquierda en el mundo gremial, a través del aliento a sindicatos paralelos en ciertas ramas productivas. “Su política social y laboral crea simpatías por él tanto entre los trabajadores agremiados como entre los ajenos a toda organización”, señala el historiador inglés Daniel James en su clásico libro Resistencia e integración, “mientras que sectores decisivos de la jefatura sindical llegan a ver sus propios futuros en la organización ligados a la supervivencia política de Perón”.
En simultáneo, Perón dirigía además el Ministerio de Guerra, lo que le daba una potente capacidad de incidencia en la interna de las Fuerzas Armadas. Conocía bien el paño: había sido secretario del ministro anterior, Farrell, antes de que éste diera el zarpazo a la presidencia del gobierno militar en marzo de 1944.
Aunque para la disciplina histórica siempre es riesgoso hablar de momentos “germinales”, sí es cierto que 1944 y 1945 fueron años constitutivos en el tipo de liderazgo político de Perón. “En esos años forjó vínculos con los sindicatos y una gran parte de la clase obrera que perdurarían por décadas”, dice el historiador estadounidense Joel Horowitz, autor del libro Los sindicatos, el Estado y el surgimiento de Perón (1930-1946). “Además, sobre el final de esa etapa se relacionó con algunos sectores de la vieja clase política, incluidos radicales y conservadores, que pronto resultarían muy importantes para la conformación de una fuerza política, especialmente en el interior del país”, agrega.
Si la centralidad de Perón fue un sostén clave del gobierno de Farrell en su etapa inicial, y funcional al proyecto de poder, su figura empezó a ser problemática cuando, desde mediados de 1945, se produjo una serie de movimientos políticos internos que se sumaron al sacudón internacional por la derrota del nazifascismo en la guerra.
“El gobierno militar enfrenta entonces la combinación de un resurgir de la actividad política, con presión creciente de los partidos para una apertura democrática, y de una resistencia patronal a la intervención de Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión −explica Luciani−. Hay un descontento de los sectores propietarios que interpretan que Perón no está operando como mediador equidistante entre capital y trabajo, sino que activa y envalentona el conflicto social”. La mayor expresión de esa reacción antiperonista primigenia fue la Marcha de la Constitución y la Libertad, una masiva movilización de sectores medios y altos que, en septiembre de 1945, reunió por primera vez a la oposición política contra Farrell-Perón.
El conflicto político en torno a la figura del coronel desencadenó un realineamiento en el seno de las Fuerzas Armadas que terminó como ya se sabe: Farrell devenido presidente fantasma, Perón destituido y detenido en la isla Martín García y una masa de trabajadores como jamás antes se había visto movilizándose para exigir la liberación del naciente líder, el 17 de octubre de 1945.
Cuando lo sacaron al balcón de la Casa Rosada para que calmara a los manifestantes, Perón les habló de la “fiesta de la democracia”. El liderazgo político castrense había cumplido su ciclo. Las circunstancias pedían legitimarse con el voto. Perón se tomó un descanso de unos días, en medio del cual se casó con Eva Duarte, y después lanzó su campaña para las elecciones presidenciales de 1946.
“Antes del golpe militar de 1943, nadie había imaginado que un coronel como Perón llegaría a ser presidente electo de la Nación −subraya Horowitz−. Nadie excepto, posiblemente, el propio Perón”.
Otros ‘número dos’ que pisaron fuerte
Fuera de Cristina Fernández de Kirchner (candidata a vicepresidenta) y Juan Domingo Perón (ex vicepresidente), y más allá de las fronteras de nuestro país, la historia política guarda otros casos de ‘números dos’ que, por una u otra razón, no pasaron desapercibidos.
De uno de ellos se volvió a hablar este año. Dick Cheney, dos veces vicepresidente de George W. Bush, inspiró la película Vice, estrenada en diciembre pasado y nominada al Oscar. El film narra el ascenso de Cheney como “monje negro” del gobierno de Bush y lo retrata como lo que muchos creen que fue: el vice más poderoso en la historia de los Estados Unidos. Vice empieza con un momento que marcó la trayectoria política de Cheney: los atentados a las Torres Gemelas de 2001. A él se le atribuye la formulación posterior de la “guerra contra el terror” y la invasión a Irak, por la que abogó sin importar si se contaba o no con el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU. En sus memorias, el propio Bush llamó a Cheney “el Darth Vader del gobierno”.
Por estas latitudes, el brasileño João Goulart se constituyó como líder político mientras era vicepresidente. Ocupó el cargo dos veces: en 1955, cuando sacó más votos en las eleecciones que el candidato presidencial Juscelino Kubitschek, de cuyo gobierno fue verdadero artífice; y en 1961, bajo el mandato de Jânio Quadros, a quien acabaría reemplazando luego de su renuncia.
En Sudáfrica, Frederick de Clerk tampoco fue un vicepresidente regular. Tras negociar durante su presidencia la conformación de un gobierno de transición con el Congreso Nacional Africano, para salir del régimen de segregación racial, De Clerk asumió en 1994 como vice de Nelson Mandela en el primer gobierno post apartheid.