Perdimos un año. Una vez más el gobierno del Presidente Alberto Fernández nos recuerda que somos especialistas en darnos el lujo de perder aquello que no nos sobra. El tiempo.
Tuvo que pasar casi un año para que el Presidente Fernández tuviera su primer encuentro personal con el Presidente de Uruguay Luis Lacalle Pou y 354 días para que tuviera su primera video-conversación con el Presidente de Brasil Jair Bolsonaro, tradicionalmente en la diplomacia nacional como el primer país en ser visitado por un presidente electo por su importancia comercial y estratégica. Si tiempo es igual a importancia, queda claro entonces cuán presentes tenemos a nuestros socios históricos en el Mercosur y fundamentales para la política exterior de nuestro país.
Si bien el 2020 será recordado como el año de la pandemia Covid-19, la cuarentena, el cierre de fronteras, el colapso colectivo de la economía global y el inicio de un nueva normalidad que aun no alcanzamos a dimensionar, también será recordado por ser el año en que la Argentina no hizo nada en materia de política exterior, o, lo que es peor, hizo todo lo contrario a lo que necesita para salir de la situación en la que se encuentra y ocupar el lugar que le corresponde en el concierto de naciones.
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La mala praxis parece ser una constante en un gobierno que no se caracteriza por la gestión, la planificación y las estrategias de largo plazo. El haber retirado a la Argentina de las negociaciones de acuerdos de Libre comercio del Mercosur (Corea del Sur, Canadá, India, Singapur); el no haber puesto en agenda parlamentaria la ratificación del Acuerdo alcanzado entre el Mercosur y la UE; la errática postura adoptada respecto de la elección del nuevo Presidente del BID (banco Interamericano de Desarrollo); las voluntarias vaguedades en las definiciones sobre la situación en Venezuela; el escándalo con el voto argentino en la OEA respecto del informe sobre la situación de los derechos humanos en ese país; las definiciones de los últimos días del Canciller Felipe Sola sobre la innecesaria e inconveniente pertenencia de Argentina en el Grupo Lima; el mencionado menosprecio por los vínculos con históricos socios (Brasil, Uruguay, Chile o Colombia) por sus diferencias ideológicas; o la vergonzosa invención del Canciller Solá sobre los términos de la conversación mantenida entre el Presidente Fernández y el Presidente electo de los EEUU Joe Biden son algunas de las muestras de que se trabaja con escasa seriedad, sin un rumbo definido y pensando la política exterior como si se tratara de política de un club de barrio.
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Argentina desaprovechó este año la oportunidad de mostrarse en la mayor feria de importación de China, la CIIE (China International Import Exposition) en la cual ostentaba la relevante condición de país invitado de honor, presentando una delegación menor y una oferta poco diversificada. Otro ejemplo de desconocimiento y falta de visión estratégica.
En un mundo que se regionaliza, regresa al multilateralismo (nadie se salva solo) y se une en acuerdos comerciales como el recientemente firmado RCEP (siglas en inglés de Regional Comprehensive Economic Partnership, Alianza Integradora Económica Regional), la Argentina se cierra en sí mismo, apuesta a escasos vínculos bilaterales indescifrables, discursivamente altisonantes y empujados por afinidades ideológicas pero sin demasiada importancia geopolítica (México).
A casi un año de mandato, solo nos queda una certeza: perdimos un año.
(*) Ex subsecretario de Relaciones Internacionales de la provincia de Buenos Aires durante gestión de María Eugenia Vidal.