El canciller Jorge Faurie afirmó en una conferencia de prensa que las Fuerzas Armadas no interfirieron en el proceso democrático de Bolivia, sino que apenas se reunieron con líderes de la oposición, dieron su opinión política sobre lo que pasaba en su país y le pidieron la renuncia al presidente Evo Morales. Y aseguró que como hoy no hay un militar en el gobierno, no se trató de un golpe de Estado.
Se trata de un error grave y doloroso del canciller, en especial para un país como la Argentina que sufrió tantas intervenciones de las Fuerzas Armadas haciendo exactamente lo mismo que acaban de hacer en Bolivia: intervenir en política, reunirse con líderes opositores y decirle a un presidente civil lo que debía hacer.
Los países democráticos entienden como inadmisible ese rol de los militares. No hay argumentación que lo pueda justificar, tampoco aquella de Faurie de que no hay un uniformado sucediendo a Morales.
Hubo infinidad de golpes de Estado en los cuales participaron los militares, sin que luego estos ejercieran directamente el poder y sin que eso le quite el carácter de golpe. En la Argentina, en 1962, también los militares obligaron a renunciar a un presidente civil como Arturo Frondizi y asumió en su lugar otro civil, José María Guido. Sin embargo, no hay libro de historia ni político que considere que eso no fue un golpe de Estado.
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Los argentinos que vivimos aquellos golpes, recordamos con dolor el silencio de muchos países cuando estos ocurrían, que usaban palabras similares a las del canciller: llamados a la concordia futura que evitaban un rechazo claro sobre lo que ocurría en el presente.
Es entendible el pragmatismo que debe regir en general los actos de la diplomacia, para bregar por los intereses comerciales y estratégicos de una Nación. Pero es muy riesgoso lo que está haciendo la diplomacia macrista.
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Hay temas con los que la Argentina no debe jugar, porque es líder en la región en la condena a cualquier tipo de intervención militar en la vida cívica de un país, más allá de la simpatía o rechazo que pueda generar el civil que esté en el cargo y haya surgido de una elección democrática.
Argentina logró ese liderazgo mostrando las heridas que le dejó su dramático pasado y la forma en la que lo superó, con la condena ejemplar a los comandantes militares que en marzo de 1976 desplazaron a un gobierno constitucional.
El presidente y quienes lo rodean deben tomar nota de este error y subsanarlo de inmediato. Condenar claramente la interferencia militar, acompañar a la OEA en su crítica a las irregularidades que el organismo detectó en las últimas elecciones (la OEA considera que fueron ganadas por Evo Morales, pero no con la diferencia suficiente para evitar el ballottage) e instar a que esas elecciones se realicen en los tiempos previstos.
Lo contrario constituiría un antecedente demasiado peligroso tanto para la región como para nuestro país.
Macri no debería mostrarse ni a favor ni en contra de la política interna que llevó adelante Evo Morales. Sólo debería mantener la condena a cualquier tipo de intervención militar y continuar con una política de Estado que va más allá de cualquier gobierno.