El 10 de octubre la Organización Mundial de la Salud conmemora el día de la Salud Mental, focalizando en esta oportunidad su mirada en la prevención del suicidio.
Salud mental y suicidio, dos tópicos contrapuestos y relacionados a la vez, son inversamente proporcionales. Si entendemos que la salud mental es un estado que implica un bienestar del funcionamiento psíquico de la persona que le permite un manejo adecuado de sus capacidades emocionales y sociales para desempeñarse exitosamente en los distintos campos de su cotidianeidad, el acto deliberado por parte del sujeto de quitarse la vida (definición de suicidio para lo Organización Mundial de la Salud) implicará que tales condiciones de salud no se cumplen. Las preocupantes estadísticas, actuales y crecientes, respecto al suicidio, se repiten también con enfermedades que aumentan su prevalencia de forma significativa como ser los trastornos de ansiedad, las adicciones y la depresión. Visto así, no carecerá de lógica preguntarse cuál sería la explicación al hecho que mientras más conocemos respecto a los factores que favorecen el logro de dicha salud mental y una mejor calidad de vida, mayor prevalencia encontramos de Trastornos en los cuales los componentes biológicos inciden claramente y son estructuralmente necesarios, pero donde los factores psicológicos, sociales y ambientales juegan un rol fundamental. Es decir, aún sabiendo las causas no disminuyen las consecuencias sino que aumentan las mismas. La respuesta probablemente deba buscarse, sin dejar de tener en cuenta la importancia de las Neurociencias y otros factores, en dos aspectos claves como son, la Sociedad que constituimos (el cómo vivimos) y el Sistema de Salud que debería cuidarnos (en el contexto de un estado ideal que favorezca la promoción y prevención de la salud en general y de la mental en particular).
Primera Aproximación: no solo el suicidio crece en las estadísticas, también lo hacen enfermedades que pueden sostener la conducta suicida, mientras existe la tendencia social y estatal a subestimar la severidad de la problemática.
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Luego de este primer posicionamiento puede ser útil considerar al Suicidio como expresión de una sumatoria de factores, donde la existencia de enfermedades psiquiátricas de base puede ser uno de ellos; sin embargo no es el único factor ni es estrictamente necesaria su existencia ya que los componentes relacionados a la personalidad del sujeto, a la sociedad y cultura en la que está inserto y el ambiente en que se desempeña (incluida la familia, amigos, trabajo, etc) juegan un rol primario en su génesis. Así vemos que no decide solamente terminar con su vida aquella persona que presenta una depresión, trastorno bipolar, psicosis o adicción a drogas, también existen suicidios que desde lo sociológico (los estudios de Durkheim fueron pioneros al respecto) pueden ser explicados como consecuencia de un funcionamiento patológico de la sociedad donde las faltas de redes de contención y la ausencia de políticas específicas del estado toman preponderancia. El Suicidio representa en la Argentina y el Mundo un verdadero problema de salud pública implicando de por sí, un alto impacto social y sanitario que se refleja a través de marcadores epidemiológicos con tasas crecientes a lo largo del tiempo, principalmente en la adolescencia (etapa de la vida donde los Suicidios, de acuerdo a lo postulado por UNICEF, se triplicaron en nuestro país en las últimas tres décadas). Asimismo,la Organización Mundial de la Salud (OMS) expresa que más de 800 mil personas se suicidan cada año (es decir una muerte cada 40 segundos), como así también que el Suicidio resulta la segunda causa de defunción entre las personas de 15 a 29 años de edad y que el 75% de los suicidios se producen en países de ingresos bajos y medianos. La contundencia de los datos expuestos por la OMS supera a las palabras(se cree que las cifras podrían ser mayores a las documentadas), y si hacemos el ejercicio de compararlas con cifras de décadas anteriores, la necesidad de que ésta realidad sea incorporada como objeto de abordaje y concientización por parte del estado y la comunidad, es vital.
Segunda aproximación: En todo lo concerniente a suicidio y conducta suicida son múltiples los factores que intervendrán: genéticos –biológicos, sociales, culturales y ambientales–. Es decir que aquel que se suicida puede no hacerlo producto de una enfermedad psiquiátrica de base, pudiendo ser el factor “social” en su amplio abanico de condicionantes que lo constituyen un elemento central en su aparición. Por lo tanto, familia, sociedad y estado serán participantes elementales de cualquier estrategia que se implemente para actuar contra este flagelo.
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De las dos aproximaciones expresadas surgirá, buscando retomar el nexo establecido al comienzo de esta columna entre Salud Mental y Suicido, la necesidad de instrumentar Estrategias de Prevención y Promoción de la Salud con el fin de reforzar los factores protectores del psiquismo del sujeto y actuar sobre los diferentes aspectos que participan en que el Suicidio y las enfermedades mencionadas se hagan presente.
La Salud Mental a nivel mundial, y en nuestro país en particular, muestra indicadores preocupantes (a los referidos hay que sumar las estadísticas alarmantes respecto al consumo de drogas en la adolescencia) que solamente pueden ser revertidos si entendemos que la salud debe formar parte de una política pública de estado, en función de la cual se requiere actuar no solo en lo asistencial, sino en lo preventivo y sobre los distintos factores intervinientes. Lo dicho significará que hemos logrado visibilizar al suicidio como “punta de iceberg”, y con ello pudimos detectar la real dimensión del problema… primer paso a dar para que, y de una vez por todas, trabajemos sobre las soluciones. Sólo es cuestión de hacerlo.