OPINIóN
Análisis

Quedamos desnudos, el colmo de la "infectadura"

La pandemia expuso al país de cara a su peor costado: la miseria y la incapacidad de pensar en términos colectivos.

Movimientos anti cuarentena.
Movimientos anti cuarentena. | NA

Perdimos el miedo. Al coronavirus, a la muerte, al pasado y al ridículo. Sólo así podríamos explicar que, en medio de una pandemia como la que transitamos, el debate público esté cooptado por los anti: anticuarentena, antiapertura, antivacunas, antimuerte.

Binarios como siempre, nos definimos por la oposición lineal al otro. La apropiación del discurso -y de algunos conceptos clave- nos enfrenta al opuesto y, al mismo tiempo, refuerza nuestra propia posición. ¿Para quién hablaba un “pro-vida” durante la disputa por la legalización del aborto? ¿A quién le habla hoy el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, al definir al Gobierno como “anti-muerte”?

Todos, a su tiempo -que siempre es el opositor-, aseguran que la democracia está en peligro. Ahora, que vivimos en una “infectadura”, término que causó gracia adentro de algunos ministerios nacionales. Reconociendo la riqueza intelectual de algunos de ellos, alguien debería avisarles que es un argumento remanido. En algún punto, falaz. Desde su regreso definitivo, la democracia argentina estuvo en peligro (real) en 1987 y 1990, con los levantamientos militares. Parece haberlo estado en abril, con el documento escrito por Mario Vargas Llosa y firmado por el expresidente Mauricio Macri, el mismo que decía en julio de 2019 que lo que estaba en juego en las elecciones presidenciales era, precisamente, “la democracia”. Poco tiempo atrás, el mismo Macri fue víctima de esa denuncia: varias solicitadas en 2017, 2018 y 2019 aseguraban que estaba “en peligro” con su gestión.

A favor del documento “anti-infectadura”, pone foco en las deudas que acumulan todos los gobiernos: el deficiente sistema público de salud, el aparato productivo y el control policial, hoy responsable de los asesinatos de Luis Espinoza y Magalí Morales. Ambos fueron detenidos durante la cuarentena. Él, en un operativo en Tucumán. Su cuerpo apareció en Catamarca, baleado. Ella, en San Luis. Apareció ahorcada en una comisaría. En ninguno de los dos casos, las autoridades locales han dado respuestas concretas no sólo en cuanto al castigo de los culpables sino en el acompañamiento a la familia de las víctimas.

Protestas en el Obelisco de movimientos anti-cuarentena.

Desde el discurso, somos la vida, dispuesta a defender la democracia en riesgo. Dos falacias, incluso reconociendo el deficiente funcionamiento del Poder Judicial y el Legislativo que, mientras discute cómo sesionar a distancia, congela la discusión sobre la nueva fórmula de movilidad jubilatoria (una promesa presidencial del marzo prepandemia), entre otros proyectos. También si alertamos sobre la expeditiva gestión de Casa Rosada, a puro decreto de necesidad y urgencia.

Preocupada por las “clases suspendidas”, la solicitada contra la cuarentena según Fernández, cuestiona la extensión del aislamiento, principal estrategia sanitaria de un país pobre como el nuestro. El problema de “la cuarentena más larga del mundo” se centra en el área metropolitana y excluye a  las provincias que comienzan a ensayar la nueva normalidad. El coronavirus parece haber reducido a la Argentina al territorio limitado por la General Paz, convertido hoy en un “condado medieval”. Ignorantes de la comunicación y la cambiante cultura digital, las personalidades  “anti-infectadura” parecen desconocer la cantidad de horas que pasan niños, adolescentes y adultos frente a una pantalla, tratando de compensar la falta de la educación en las aulas. Y que el AMBA está hoy en una curva de contagios apenas controlada.

Marchas y protestas en todo el país: cruces entre personal de salud y grupos anticuarentena

Perdimos el miedo, nos desbordan las ganas de tocar todo, ocuparlo todo. Y salimos a la calle, que para marchar no siempre se necesitan motivos. Los más extremos dirán -como lo hicieron nacionalistas y libertarios días atrás- que la pandemia no existe. Como los antivacunas, aunque éstos gozan de mejor suerte en el acceso a los medios de comunicación: en la falsa defensa de la libertad de expresión, caminan haciendo equilibrio entre declaraciones desopilantes y otras que rayan los delitos de salud pública. Otros, van al Obelisco, se abrazan, caminan con bebés en sus brazos. Algunos adultos siquiera llevan tapabocas. Protestan porque ya no aguantan estar en sus casas, mirar a la cara a sus familias, y la PS4 los aburrió. A su lado, también protestan los que están obligados a romper el aislamiento, por hambre y necesidad: los desocupados, los subocupados, los que necesita ayuda real, concreta, urgente. La marcha incluye a los héroes en este lío: trabajadores de la salud exhaustos, que denunciaban la precarización salarial en la vida prepandemia y ahora piden protección. Son los mismos que atienden enfermos de COVID-19 sin elementos de protección suficiente. El que se ríe del virus está a pocos metros del que llora por él. Tal vez en unas semanas vuelvan a encontrarse en medio de testeos y diagnósticos.

La solicitada asegura que "la sociedad argentina ha mostrado ser responsable a la hora de enfrentar la amenaza de la pandemia”. Uno de los firmantes  convocó días atrás a que el grupo de riesgo que integra salga a las calles, a la misma hora. Desde un estudio de TV, a sus 89 años, el sociólogo Juan José Sebreli llamaba a una austera forma de desobediencia civil para reivindicar a la tercera edad. Una trasgresión nostálgica de los días en que disfrutaba del espíritu flâneur con que se define. En términos de permisos de recreación -y sólo a fines comparativos- los niños y las mascotas tienen más chances de disfrutar la calle que los adultos mayores. Digamos todo: la tasa de mortalidad no reporta casos en las dos primeras categorías y sí en la tercera, que es la que se desespera por salir. Mientras el Gobierno autopercibido “anti-muerte” explica una y otra vez que quiere cuidarlos, ellos se sienten discriminados. Visto así, cualquiera podría pensar que la convocatoria de Sebreli sería algo así como un Mayo Francés pero con plataforma y argumentos mucho más modestos: ¿por qué aislar a los ancianos si ellos, espiritualmente, no lo son? Vamos de la angustia a la peligrosa negación, sin propuestas ni alternativas a la realidad que disgusta. Somos todos reyes desnudos, señalándonos entre nosotros y decididos a negar nuestra propia falta de abrigo.

Vivimos del ego y el tirapostismo, sobre todo aquellos que tenemos las necesidades básicas aseguradas. Nos acomodamos en ellos pero, si todo esto pasa, estaremos ante una oportunidad inesperada para atender las emergencias colectivas y reales, postergadas durante décadas y así enfrentarnos a lo que, con displicencia e hipocresía, nos hemos condenados: la misiadura.