Como es de público conocimiento, esta semana se produjo un ataque contra el diario Clarín. Más allá del hecho puntual, lo preocupante es el contexto en el que se inscribe y las derivaciones a las que da lugar.
El lunes pasado a la noche nueve personas agredieron una entrada a la redacción de Clarín. Al momento de escribir este artículo, la policía y la Justicia sospechaban de un grupo de anarquistas del barrio, que pasó delante de decenas de cámaras de seguridad, que fue filmado en el momento de tirar ocho bombas molotov desde la vereda de enfrente (interrumpido por los colectivos que pasaban), que dejó huellas dactilares en botellas que no explotaron, y que a las 72 horas ya estaba muy cerca de ser descubierto. Otra hipótesis apuntaba a algún grupo mapuche enojado con Clarín por haber realizado informes periodísticos sobre tomas de tierras en el sur del país.
Ninguna organización se atribuyó el hecho, que por otra parte no produjo daños. Como se advierte, el hecho en sí, aunque condenable, no reviste mayor preocupación para las filas democráticas ni para quien intente encontrar algún sentido social o político a esta acción, al menos con la información con la que disponemos hasta el momento. Pero el hecho cobra magnitud política porque se inscribe en un clima de confrontación extendida contra la prensa, y contra Clarín en particular, desde hace años, por parte del partido gobernante.
En realidad, todas las experiencias de liderazgos o gobiernos populistas desarrollaron, en América Latina y también más allá, estrategias de confrontación bastante radicales con alguna parte de los medios establecidos. En varios países los ataques a los medios se convirtieron en parte de la rutina, con el libreto usual: fractura del campo social identificando lo popular con una superioridad moral, frente a lo elitista y oligárquico, donde están la oposición y los medios. Esto es contrario a lo deseable en una comunidad tolerante, y a los principios normativos y las bases conceptuales del régimen liberal-democrático. Pero ese reflejo todavía sigue latente en muchos actores políticos, y eso genera más alertas sobre casos como este.
La moderación que prometió Alberto Fernández aún está viva: si bien lo hizo a través de las redes sociales, con la liviandad que las caracterizan, lo cierto es que repudió claramente un ataque contra Clarín. Cristina Kirchner, en cambio, se sumó a la ambigüedad del tuit de la agrupación La Cámpora, que lo repudió pero atribuyendo implícitamente a Clarín la enunciación de “discursos de odio”. Ese tema es particularmente sensible porque está, justamente, en tensión con la libertad de expresión: el derecho a la libertad de expresión de alguien puede cercenarse si se considera que está dando un mensaje de odio (u otro tipo de daño) hacia una persona o un grupo. Pero en el derecho internacional los discursos de odio están asociados con la amenaza insultante y/o agresiva a una nación, a una raza, a una etnia o a una religión, y no con la opinión política que puede o no ser crítica de un gobierno o de un partido. No ignoro que el debate académico sobre el tema es más sofisticado, pero confundir los fundamentos (ya sea por ignorancia o por intencionalidad) en cuanto al uso de estos delicados conceptos abre potencialmente la puerta a la arbitrariedad estatal y/o a reclamos violentos.
Con todo, es arriesgado sostener que este hecho puntual es una consecuencia directa de la identidad anti-Clarín del cristinismo. Pero sí es esperable que la radicalización de unos lleve a la de otros, que la creen necesaria para defender con alguna esperanza de éxito sus preferencias y/o sus intereses. La radicalización es contagiosa, y lo verdaderamente preocupante es entonces el suelo fértil sobre el que pueden caer este tipo de semillas de violencia, que implican siempre una amenaza y una intimidación.
Sería miope negar que los medios son poderosos y que tienen su agenda y sus negocios. Pero a la luz de los resultados a los que nos ha llevado la polarización, es imperioso que la Argentina pueda pensar colectivamente este tema (y ciertamente también otros) desde una perspectiva tolerante y democrática. Ojalá nuestros próximos líderes estén a la altura y nos inviten a ello.
*Politólogo, presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP).